14 de diciembre de 2015
La expansión del área sembrada en soja corrió la frontera agrícola pampeana a ecosistemas subtropicales. Programas oficiales para morigerar el impacto.
La aplicación de nuevas tecnologías para la mejora en los rendimientos de cultivos tradicionales, mayores precios internacionales e incentivos que llegaron a nuestro país desde otras latitudes son algunos de los puntos que explican los cambios en el uso del suelo en distintas regiones. La búsqueda de mayores márgenes de ganancia fue privilegiando la siembra de soja por sobre el resto de los cultivos. La hegemonía pampeana produjo así profundos desequilibrios regionales, originando un modelo de dependencia centro-periferia que ejerce una enorme influencia sobre los usos de la tierra y el manejo ambiental de las regiones extra-pampeanas. El avance de la sojización tuvo como consecuencia el desmonte del bosque natural y el traspaso de paquetes tecnológicos pampeanos a ecosistemas tropicales-subtropicales. En esta zona, el cultivo más afectado fue el del algodón, que ocupa en la actualidad el 37,3% de la superficie cultivada en Chaco. Esta provincia representó históricamente el área de mayor producción, con una participación relativa que ha oscilado entre el 50% y el 70% del total.
Gracias al combo tecnológico de las semillas genéticamente modificadas y los cuestionados agroquímicos, fue posible expandir este cultivo hacia tierras poco fértiles y con climas no muy favorables para la agricultura, como el Noroeste y Nordeste argentino. Entre 1997 y 2013, el área sembrada con soja en todo el país se incrementó en más de 13 millones de hectáreas, de acuerdo con un estudio realizado por el Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR) del CONICET.
La siembra de algodón es importante porque se trata del principal insumo para la industria textil y además por la ocupación de mano de obra que genera y por ser una actividad con predominio de minifundistas y pequeños productores, según señala la Cámara Algodonera Argentina (CAA). El algodón es un cultivo anual que se desarrolla principalmente en las provincias de Chaco y Santiago del Estero, mayormente en condiciones de secano (sin riego) pero también, aunque en menor volumen, se produce en Santa Fe, Salta y Formosa.
Desde afuera
La producción algodonera en el país nace a partir de una crisis de esta cadena en 1922 en Estados Unidos. El arribo de una plaga conocida como picudo, proveniente de México, infectó el 96% de la producción estadounidense. No obstante, en 1920 el Departamento de Agricultura del país del norte se anticipó enviando a distintos países del mundo a varios expertos con el objetivo de impulsar el cultivo del algodón en otras latitudes. La previsión tenía como meta que los precios internacionales del algodón no se incrementaran tanto como para provocar la quiebra de la industria textil de EEUU. En la Argentina también concurrieron factores que pusieron en riesgo, en distintos momentos, la producción algodonera. La última fue en 2002, cuando se registró un nuevo corrimiento de la frontera agrícola debido a que dos variables clave en el mundo se alinearon: precios internacionales en alza y precios relativos internos a la baja. A estos factores se sumó la incorporación de tecnología que permitió la obtención de mejores rendimientos en zonas marginales.
La aplicación de los programas oficiales –nacionales y provinciales– busca recuperar parte de la pérdida de terreno del algodón. El complejo algodonero-textil está compuesto en su mayoría por minifundistas, cercano al 83%, que poseen menos de 10 hectáreas y ocupan el 20% de la superficie sembrada. En la etapa de desmotado coexisten empresas comerciales con cooperativas, con una mayor participación en la producción de las primeras, que representan el 70%. «Esto marca un cambio respecto de mediados de la década del 80, cuando las cooperativas daban cuenta de más de la mitad de la producción (55%)», señalan desde Economía.
Existen 120 plantas desmotadoras con una capacidad de procesamiento aproximado de 1,8 millón de toneladas de algodón en bruto, que en los últimos años supera las necesidades de la producción primaria. Las empresas más importantes, alrededor de 20, son mayoritariamente consignatarias de firmas internacionales y explican gran parte de las exportaciones. Las cooperativas no realizan ventas al exterior directamente sino que las llevan a cabo con representantes.
Pese al crecimiento de la producción de soja, la de algodón recuperó terreno. De acuerdo con la firma alemana Oil World, para el ciclo 2014/2015 se espera una producción mundial de semillas oleaginosas de 523,3 millones de toneladas, un 17% más que hace tres años. La Argentina aportó ya unos 60,8 millones de toneladas. Por su parte, para este año se espera que la producción en bruto de algodón en el país alcance las 750.000 toneladas, un 17% más que en el período anterior, según un informe elaborado por el INTA. Esta producción supone 285.000 toneladas de fibra con un rendimiento de 500 kilos por hectárea, mientras que la cosecha de Estados Unidos, principal exportador mundial, fue afectada por la sequía.
Las acciones impulsadas desde el INTA apuntan a que innovaciones y nuevos desarrollos en el sector se exporten al mundo. La forma tradicional de siembra y cosecha de algodón se realizaba en surcos anchos, de 70 centímetros y un metro entre hileras de plantas. En cambio, la tecnología de surco estrecho impulsada por el INTA permitió reducir a 52 centímetros la distancia entre filas y, así, obtener una alta densidad de plantas, de porte mediano a pequeño y con apertura de capullos concentrados. Con esta lógica, el INTA Reconquista construyó la Javiyú, cosechadora de algodón que permitió la mecanización de pequeñas superficies con un bajo costo y mantenimiento. Este desarrollo –explican desde el organismo– conquistó el mercado internacional y ya se comercializa en Brasil, Paraguay, Colombia, Venezuela y Turquía.
—Cristian Carrillo