Opinión

Pedro Brieger

Periodista

Afganistán, 20 años después

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El famoso tango que dice «veinte años no es nada» y «volver con la frente marchita» es una alegoría del amor que puede tener lecturas muy diferentes cuando se trata de la ocupación estadounidense de Afganistán. Miles de soldados norteamericanos vuelven con la frente marchita después de veinte años de ocupación militar y sin haber podido doblegar a un pueblo indomable, como antes lo comprobaron soviéticos y británicos que también tuvieron que retirarse derrotados. Desde una mirada afgana veinte años es sinónimo de ocupación, cárceles, torturas, asesinatos y bombardeos sobre población civil. Veinte años de muertes ocasionadas por un ocupante extranjero. 
En 2001, después del atentado a las Torres Gemelas, George Bush (h) decidió invadir Afganistán para derrocar a los Talibán –que habían tomado el poder en 1996– porque le permitían albergar en su territorio a Osama Bin Laden, acusado de ser el responsable de los atentados del 11-S, aunque ningún afgano estuvo involucrado.
Según diversas fuentes Estados Unidos gastó 978.000 millones de dólares en la guerra donde murieron miles de personas; aunque el ejército norteamericano tiene como política no contar las muertes de las personas en los lugares que ocupa, solo las propias. Se perdieron muchas vidas pero se hicieron negocios, porque una parte fundamental de la guerra es probar armas para luego venderlas con garantía de uso.
Los Talibán fueron derrotados fácilmente en 2001. Sin embargo, la maquinaria militar de la primera potencia mundial no los pudo destruir y ahora ya controlan el 85% del país. En el Pentágono sugieren que no hay que alejarse demasiado porque puede resurgir Al Qaeda, mientras el expresidente Bush dijo que es un error retirarse. Definitivamente, veinte años no es nada.

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