Opinión

Pedro Saborido

Escritor y humorista

Manual del buen xenófobo

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Damián Flota-Flota vivía y amaba Villa General Flota-Flota, un hermoso pueblo de catorce mil habitantes. Damián siempre decía:
–Amo este pueblo. Porque en él aprendí a amar la vida. Como la amó mi antepasado, su fundador, el General Flota-Flota. Que, por supuesto, soñó con mucho amor a este pueblo. Y con amor crio a sus hijos que a su vez tuvieron otros hijos que también amaron a este pueblo. 
Tanto amor de la gente por su pueblo lo hizo pujante. Y fue así que creció mucho. Y esto trajo un problema: los habitantes tenían que amar algo que ya no era como antes. Es decir, no como era cuando aprendieron a amar la vida allí. Cada día Villa General Flota-Flota era menos Villa General Flota-Flota. Cada día era menos pura. Damián se dio cuenta de esto. Y se sintió confundido.
–Mi mamá me decía siempre que cuando uno está confundido tiene que escuchar su corazón. Entonces lo escuché. Y el corazón me dijo: «El problema son todos estos inmigrantes hijos de puta que vienen a arruinar nuestra forma de vida, que es insípida y aburrida. Pero es nuestra. Hay que echarlos a todos. O asesinarlos. Me gusta mucho esta última idea. Pero recomiendo la opción de echarlos, que no es tan problemática y tiene menos costos judiciales».
Damián fue entonces a consultar a su padre, que le contestó que eso que le había dicho su corazón era absolutamente xenófobo. Damián buscó «Xenófobo» en Google y en Wikipedia y entendió todo. Y al ver que otros vecinos sentían lo mismo, creó la fundación «Amar algo puede ser odiar todo lo que no sea eso que amamos», también conocida como Asociación Xenófoba de Autoayuda de Villa General Flota-Flota.
–No quería que todo este amor por mi pueblo, que se expresaba en un odio al inmigrante, fuera algo que se viviera en soledad. Podía tener un real sentido comunitario: muchos xenófobos podíamos sentirnos juntos y odiar en forma organizada, coordinada, prolija y responsable.
Rápidamente organizaron un censo para establecer el nivel de «inmigrantes» de los habitantes: ¿Cuánto hacía que habían llegado? ¿Tuvieron hijos? Es decir, hijos de inmigrantes a los que, por supuesto, también había que despreciar. Estos y otros datos se fueron cargando en un sistema, que iba marcando a quien odiar en forma ordenada.
-No queríamos terminar insultando, golpeando o incendiándole el Fiat Duna a gas a gente que no lo merecía, por lo menos, al principio.
Una vez marcado el inmigrante a despreciar, se le empezaba a mandar mensajes y memes ofensivos a sus redes. Luego, un grupo de gordos contratados y elegidos en un exhaustivo casting seguían a los marcados por la calle y se burlaban diciéndoles cosas como «Uy, que peinado de homosesual tiene este, jua, jua, juaaaaa» (eran risas similares a las de los programas televisivos del conductor Marcelo Tinelli). Tres mimos que imitaban la forma de caminar del inmigrante intensificaban la mofa y el escarnio, que se completaba con alumnos de cuarto grado que desde un micro escolar le arrojaban huevos y bombitas de olor, además de gritarle alusiones sarcásticas con respecto a su físico («¡Ehh, hola señor pelado culón», por ejemplo), haciéndoles sufrir esa humillación llena de impotencia que solo la burla de los niños puede lograr.
–Después pasábamos a bloquearle el celular, la cuenta en el banco, además de cortarle la luz, el gas y el agua. Esto completaba el hostigamiento, siempre exitoso por cierto. Dos semanas después pasamos de catorce mil habitantes a ocho mil. Nuestro amor volvía a sentirse más puro. Porque el pueblo volvía a ser más puro. 
Sin embargo, el sistema de datos que determinaba la pureza tenía su propia contradicción. Si buscaba pureza absoluta, no podía tener una línea de corte en lo que se debía considerar un inmigrante.
–El sistema de datos ordenaba hostigar y echar a todo el que fuera inmigrante, a todo el que había había llegado alguna vez. Y esto incluía a los fundadores. Porque, técnicamente, el fundador de un lugar es su primer inmigrante. Por lo cual sus hijos eran hijos de inmigrantes. Y también debían ser defenestrados. 
–Mi esposa había llegado al pueblo al cumplir dos meses de vida. El sistema la marcó. Mis hijos por ser hijos de una inmigrante también fueron marcados. Los echaron del pueblo. Quedé solo con mis padres, escondiéndonos de los gordos, los mimos y los alumnos de cuarto grado del micro escolar. Hasta que nos descubrieron y tuvimos que huir.
–Damián Flota-Flota se tuvo que ir a otra ciudad. Apenas llegó, buscó apoyo en grupos xenófobos a los que enseguida sedujo contando y enseñándoles el sistema que había creado.
–Obviamente que se engancharon y lo empezaron a usar. Y al primero que echaron fue a mí, el inmigrante más reciente. Así estuve meses y meses yendo por distintos pueblos y ciudades: llegaba, me contactaba con los xenófobos, les enseñaba a usar mis sistemas y me echaban. Era un xenófobo inmigrante eterno y serial. 
–Hoy Damián vive en Suecia, en Olstrom. Una ciudad de alto contenido xenófobo, pero humanista y comprensiva. Lo han refugiado en una Reserva para Xenófobos Inmigrantes, donde pueden disfrutar del Simulador de Xenofobia. Un gran decorado donde los xenófobos se burlan, desprecian y tiran por una ventana a inmigrantes inflables. De esta manera pueden manejar su abstinencia, mientras piensan que por amar, también se odia. Y que evidentemente no se puede pedir tanta pureza al amar, porque la pureza no tiene otra alternativa que eliminarnos para seguir siendo pura.

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