Humor | Por Santiago Varela

La metrópolis

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Santiago Varela
Ilustración: Pablo Blasberg

Hace unos días el director del INDEC, licenciado Lavagna, refiriéndose al censo, observaba que las grandes ciudades tenían un crecimiento menor a la media del país dijo: «Una parte de la población argentina se está moviendo hacia una mejor calidad de vida».
En otras palabras, la gente se raja de las grandes ciudades. Y el motivo es obvio: en ciudades con varios millones de habitantes vivir, si no sos un potentado con pent house y casa de fin de semana, no se puede. La clase media, mayoritaria en estas ciudades, pueden atrincherarse, resistir, soportar la tortura, pero tener algo de eso que se llama calidad de vida, ni soñar.
Personalmente vivo en Buenos Aires y me considero más porteño que el obelisco, pero cada día la soporto menos. Antes usaba despertador pero ahora son los colectivos-mastodontes junto con los camiones de «logística», más las bocinas de chiquicientos autos que por esos armatostes no pueden pasar, los que me despiertan.
Me consta que hay pibes de la ciudad que jamás escucharon cantar a un pajarito. Y si de casualidad escuchan uno creen que lo hacen por bluetooth. También pueden sumarle a los motoqueros con escape libre y a los que, por altoparlantes, ofrecen comprarnos la heladera o el triciclo del nene.
Si toda esa agresión sonora no alcanzara, tenemos también la «obra de al lado». El negocio inmobiliario salvaje hace que todo el mundo tenga alguna «obra de al lado» que desde muy temprano comienza a utilizar máquinas que no solamente hacen temblar la casa sino que además de taladrar las paredes literalmente, nos taladran el cerebro. Así es lógico que la gente huya buscando un poco de silencio, bien inexistente en esta ciudad.
Ya que estamos, tampoco nos olvidemos de la polución. Buenos Aires va camino a ser la Capital Mundial del Alérgico. Vivir a pleno moco y estornudos tiempo completo no es algo que invite a quedarse.
Y todavía no hablamos de la mugre. En una ciudad con millones de seres humanos circula muchísima comida y muchísimos envases. La cantidad de basura que se genera es monstruosa. Para esto están los contenedores, pero en la práctica, con la ayuda de los habitantes, muchas veces hay más basura afuera que adentro. Las ratas agradecidas hasta el punto de que la ciudad tiende a convertirse en un centro turístico para estos roedores.
Lamentablemente la ciudad hoy se está transformando en un bloque compacto de hormigón que cuando hace 35° se pone incandescente. Hay gente que si quiere ver si está nublado tiene que tomar el ascensor y salir a la calle. Pretender ver verde, cielo, estrellas viviendo en mi ciudad es algo del pasado, algo que te lo debo.

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