Al frente de sendos sellos independientes, analizan un sector en crisis, con creciente impacto de la importación y caída en las ventas, donde el Estado se retiró de su rol de promotor de la lectura y las pequeñas editoriales logran, aun en un contexto adverso, ser una referencia para autores y público.
13 de junio de 2018
Según el último informe de la Cámara Argentina del Libro, la producción de libros en el país registra un notable descenso desde los 129 millones de ejemplares impresos en 2014 hasta los 51 millones del año pasado. La disminución de las ventas, los costos de impresión (hasta un 69% más altos que en otros países, destacó la Cámara Argentina de Publicaciones), las dificultades para exportar y el ingreso de libros de edición extranjera conforman el cuadro de una crisis con perspectivas inciertas. «Desde ayer hasta hoy la situación empeoró», dice Leonora Djament, un poco en broma, pero también en serio, a propósito de las convulsiones de la economía nacional.
Djament dirige Eterna Cadencia, un sello de referencia entre las editoriales independientes, desde sus comienzos en 2008. Hasta entonces había trabajado en los grupos Santillana y Norma. Guido Indij, al frente de Interzona, y como gestor de otras pequeñas y medianas empresas, participa de ese mismo espacio alternativo. La diferencia con las compañías multinacionales no consiste solamente en el volumen de las publicaciones, sino en los criterios que las sostienen y, en particular, en la oposición a la lógica de la rentabilidad inmediata y a la reducción de los libros a su condición de mercancía. «Proyectos como los nuestros desarrollan catálogos de fondo, esperamos que nuestros libros no tengan fecha de vencimiento», plantea Indij.
–¿Cómo impacta la caída de las ventas en la actividad concreta de las editoriales?
–Leonora Djament: Cada sello, cada editorial, tiene situaciones específicas. Las ventas de Eterna Cadencia, por suerte, no decrecieron, pero eso no me alegra, porque la situación general del sector es muy preocupante. Los datos indican que las ventas bajaron un 25% en los últimos dos años. La situación afecta tanto a editoriales grandes como a pequeñas y medianas. Hay una crisis general del consumo y, por lo tanto, el libro, que no es un bien de primera necesidad, cae más rápidamente que otros objetos. Independientemente del peso que tengan las ferias, las dificultades se van encimando en el sentido de que acumulamos problemas que no se resuelven. El IVA del papel, la masa de lectores son problemas que arrastramos desde hace años, con varios gobiernos, no me refiero solo a los últimos.
–Guido Indij: La empresa editorial se construye a partir de la venta en librerías. Más allá de cómo le va a cada editorial en particular, la preocupación más importante es la estructura de la cadena de valor. Son las librerías las que están vendiendo menos. Ya venían ajustadas y son las que están sufriendo, incluso más que nosotros, los aumentos de los costos. Las librerías están cada vez más endeudadas.
–LD: Al mismo tiempo, si bien editoriales como las nuestras tienen en gran medida resuelta la comercialización, todavía sigue habiendo un problema de falta de librerías en algunos puntos de Argentina. En esos casos, participamos en ferias, porque de otra forma no podemos llegar a los lectores. Ante la baja en el consumo, en las compras del Estado, en la producción de ejemplares, en las exportaciones de libros, etcétera, hay que sentarse a trabajar pensando en la reactivación del circuito y en los lectores, en tener más lectores, y lectores críticos, y en fortalecer las librerías.
–¿Qué argumentos sostuvo el gobierno nacional para suspender las compras de libros?
–GI: Hubo una comunicación donde el ministro de Educación dijo que no entendía para qué iban a comprar más libros porque quedaban ejemplares de la última compra sin desenvolver. Esa fue la forma de comunicar, por si a alguien le quedaba alguna duda, que al actual gobierno nacional no le interesaba invertir en cultura. Hablamos de las compras del Estado, pero deberíamos pensar en términos de la formación de bibliotecas de aula. Lo que el Estado hacía era comprar libros a editores argentinos para conformar bibliotecas técnicas, escolares o de aula, para darle acceso al alumnado a libros recientes. La gran mayoría de los editores, durante los años en que hubo compras, reinvertimos en nuestras empresas y en publicar más libros. El Estado lo que hizo fue garantizar que se siguiesen formando lectores. Eso dejó de ser prioridad en las políticas de Estado.
–¿Cómo se puede enfrentar el problema de los costos?
–GI: Nuestra industria está atravesada por una tecnología que es el offset, que comienza a tener sentido cuando hacés una tirada, mínima de 1.500, 2.000 ejemplares. Cuanto más grande es la tirada más se optimizan los costos por ejemplar. Para eso tenés que hacer libros que vendan una cantidad acorde de ejemplares. Nosotros estamos en un mercado de nicho, no apuntamos necesariamente a los títulos masivos. En los últimos años, se desarrolló la tecnología de impresión digital que permite tiradas más pequeñas. En mi caso la utilizamos poco, porque con 300 ejemplares no pagamos los costos que tiene un libro. Particularmente hacemos tiradas un poco más amplias en imprentas que están en Argentina y en otras que están afuera, y apostamos a que los libros circulen por distintos mercados. Cuando imprimimos fuera de la Argentina, tratamos de que una parte de la tirada viaje directamente a España, México, Uruguay.
–¿Por qué la Argentina perdió el lugar que tenía en la exportación de libros, no ya ante España, sino ante países como México y Colombia?
–LD: Básicamente, por una cuestión de competitividad de precios. Nada más que por eso. Seguimos teniendo un potencial enorme como industria, las traducciones que se hacen en la Argentina son excelentes, seguimos publicando a muchos autores de otras lenguas antes que en otros países de lengua española. Pero los costos y el cambio peso-euro, pensando en España, nos desfavorece enormemente. El libro argentino llega a precios elevadísimos y, entonces, si exportamos, lo hacemos con una ganancia mínima. La única alternativa es exportar con precios desorbitantes.
–¿Cómo piensan los planes editoriales en esta coyuntura?
–GI: Nosotros abrimos otro sello, Factotum, donde publicamos a los autores argentinos más jóvenes. Interzona se orienta hacia autores consagrados y traducciones. Uno se tienta, parte de nuestro perfil como editores es el entusiasmo con las cosas que vamos leyendo o se nos van presentando, y siempre estamos luchando con nosotros mismos, pensando si nos da el presupuesto, si podemos o no podemos publicar lo que queremos. También hay una realidad en la que no podés sacar durante el mismo mes más de cierta cantidad de títulos, dos libros de teatro, por ejemplo, o dos libros de nuevos autores argentinos. Tratás de espaciarlos, además, para atender mejor a los autores. Estamos preocupados por los libros que sacamos, pero también porque todo el catálogo se mantenga vivo.
–LD: En nuestro caso, las líneas que seguimos trabajando son las que desarrollamos desde el comienzo, pero que se han ido perfilando un poco más. Seguimos apostando a los jóvenes narradores argentinos y latinoamericanos. La narrativa traducida nos interesa especialmente, aunque queremos que en el catálogo pese un poco menos que la latinoamericana. En la colección de ensayo están los temas de filosofía y crítica literaria, nos interesa seguir pensando qué es la literatura, qué es el arte, pensar en nuevos modos de manifestación artística y en la recuperación de algunos clásicos. Nos importa la combinación entre los nuevos pensamientos y las nuevas escrituras con la tradición.
–En los últimos años el desarrollo de las carreras universitarias potenció la especialización de los editores. ¿Cómo fue para ustedes la formación en el oficio?
–LD: Creo que los dos somos editores del siglo pasado.
–GI: Yo soy de esa escuela y no salgo de ahí. ¿Ustedes hacen libros electrónicos?
–LD: Hacemos, pero no pasa nada. Hacemos para ir aprendiendo, la realidad es que en la Argentina no pasa nada con el libro electrónico. Iba a decir el chiste de que cuando empecé a trabajar mandábamos fax, no existía internet. El período en que trabajé en Norma, donde estuve nueve años, fue de formación muy importante por el tipo de editorial que era Norma y de acuerdo con lo que le pedían a un editor. Esa experiencia fue hacer lo que hoy se llama máster en Administración de empresas, me dio un conocimiento de toda la gestión editorial en términos de negocios. La editorial que armamos de cero con Pablo Braun, Eterna Cadencia, en parte es lo que es por la experiencia de Pablo con la librería y, en parte, por esa reflexión, este aprendizaje de tantos años en el mundo del libro. Quiero decir, no perdiendo nunca la idea del editor como alguien que interviene con su catálogo en los debates de una sociedad determinada, pero también entendiendo cuáles son las herramientas económicas y financieras para llevar eso a cabo.
–GI: El primer libro que edité, en 1990, fue con filminas y películas, en la cocina de casa. Se llamaba Del facón al bowie, y fue un libro exitoso, que está en la tercera o cuarta edición. Después armamos una editorial con mi compañera de aquel entonces, Ediciones del Eclipse, que sigue estando y muy bien. Armé mi propia editorial, La Marca editora, en 1992. Desde 2010 llevo adelante Interzona.
–En el libro Independientes, ¿de qué?, Víctor Malumián y Hernán López Winne definen lo independiente como una zona dentro de la producción editorial. La expresión «editorial independiente» ha sido muy usada. ¿A ustedes les dice algo o no les importa?
–GI: A mí sí me importa. Es parte constitutiva de lo que hacemos y de cómo nos pensamos. Sí, hay una zona de edición independiente.
–LD: Yo siempre pensé lo independiente como un modo de editar diferente sobre todo al modo que utilizan en los grandes grupos, sin establecer una cosa maniquea de independientes versus grandes grupos, porque también hay cosas que los grupos hacen muy bien y editoriales pequeñas y medianas que no me interesan tanto. Lo independiente, digo, como una lógica y una manera de plantear el libro diferente a las rápidas rotaciones y la satisfacción de demandas del mercado. Hoy esa palabra está funcionando, y bienvenida sea, como un guiño entre los lectores.
–GI: Tenemos que seguir ajustando la palabra «independiente» si queremos que conserve fuerza y no se licúe. Muchas editoriales que forman parte de la zona independiente no tienen un compromiso político con su época y con su sociedad, así como con la calidad del objeto libro. Es necesario que el editor no trabaje desde una cápsula, sino que participe de la conversación de lo que pasa en la sociedad, y que pueda intervenir en esa discusión desde su oficio.
–Cada vez que se aborda la situación de la industria editorial, surge el recuerdo de la edad de oro de los años 40 y 50. ¿Hay algo de ese pasado en el horizonte que visualizan?
–GI: Esas épocas no volverán. Hoy lo que llamamos bibliodiversidad, esa gran variedad de temas y de libros, está dada en toda la zona independiente, en el hecho de que sean muchos los editores que con sus microproyectos les dan oportunidad a múltiples voces de ser ampliadas, escuchadas. El tiempo dirá si además cada uno de esos proyectos es sustentable como unidad de empresa y si cada editor podrá vivir de la pasión de editar. Muchos de los estudiantes de la carrera de Edición de la UBA terminarán armando sus propios proyectos. El ideal sería que resulten sustentables, para ensanchar el mercado. Eso necesita más lectores con capacidad adquisitiva que decidan orientar su tiempo de ocio hacia los libros.
–LD: Al margen de la coyuntura, la industria editorial en la Argentina sigue siendo rica y poderosa. Falta que nos acompañe la situación económica. El nivel y la calidad de las ediciones, la escritura y el pensamiento en general de la Argentina y la región son sumamente valiosas. No lo pienso en relación con una edad de oro, sino con una potencialidad que ojalá pueda desarrollarse. Importa que toda la sociedad esté bien, que pueda vivir en condiciones dignas y con trabajo y educación, y en ese contexto, el sector editorial podrá crecer. Los libros siguen siendo fundamentales para el progreso de la sociedad, el fomento de la lectura, el desarrollo de un pensamiento crítico.