26 de marzo de 2025
El politólogo analiza el estilo comunicacional de Javier Milei y La Libertad Avanza. Voto ideológico, liderazgos radicales y daño a la democracia. Impacto del escándalo por $Libra.

«El de Javier Milei es un discurso extravagante, dogmático puro y sobrecargado de incivilidad. Un discurso que no se altera de acuerdo con los cambios políticos. El discurso electoral fue una cosa y el discurso gubernamental sigue siendo la misma cosa, incluso ahora en una potencial crisis –desatada por $Libra– sigue siendo exactamente igual», señala Mario Riorda, politólogo y uno de los principales referentes en comunicación política de la región.
Profesor de Comunicación Gubernamental y de Crisis en la Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral y de posgrado en numerosas universidades de América Latina, España y Estados Unidos, Riorda advierte sobre los peligros que subyacen al tipo de discurso de La Libertad Avanza (LLA): «Umberto Eco decía que ser políticamente incorrecto es la capacidad de estigmatizar al otro. Eso es, precisamente, la incivilidad. Muy efectiva para quienes hacen política en el terreno de la creación constante de conflicto, como el presidente Milei. Este tipo de discurso presupone la exclusión del otro, humillando su condición ciudadana o negando la otredad». Cuando hay incivilidad, agrega, «empieza a darse un fenómeno novedoso que va más allá de la polarización afectiva: la clasificación política». En escenarios tales, «buscar zonas de confort y separarnos parece pacífico, pero en realidad es un acto violento. La tolerancia, que hace algunas décadas supo garantizar la estabilidad democrática, hoy está cada vez más atenuada».
«Si el proceso de socialización se ve afectado, la democracia se cuadricula en mil pedazos, en mil zonas de confort donde buscamos refugios frente a la hostilidad.»
Mario Riorda ha participado en más de 180 procesos electorales a todo nivel y asesorado a más de 90 Gobiernos. Presidió la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales (Alice).
–¿Cuál es su análisis acerca del discurso del presidente Javier Milei y la comunicación del Gobierno?
–El primer tema es que es un discurso que no se altera de acuerdo con los cambios políticos, por lo menos los más sustantivos. El discurso electoral fue una cosa y el discurso gubernamental sigue siendo la misma cosa, incluso ahora en una potencial crisis –desatada por $Libra– sigue siendo exactamente igual. Vale decir, hay un rompimiento de los tiempos políticos en función de la tipología de la propia comunicación política que, en gran parte, debiera condicionar el ejercicio del discurso. No sé si esto es bueno o es malo. La experiencia indica que cuando no hay un acomodo funcional de la tipología comunicativa al tiempo político en que se vive, en algún punto es inconducente. El segundo tema es que estamos frente a un discurso novedoso: un discurso extravagante, parecido al discurso de la prédica política, dogmático puro. El de Milei es un discurso sobrecargado de incivilidad.
–¿A qué se refiere con «incivilidad»?
–La incivilidad es una dimensión que arranca en el tono discursivo de menos a más, de la descortesía y el maltrato hasta la condición insultante llegando a una instancia final que básicamente implica poner en jaque la identidad del destinatario, quitándole derechos, humillando su condición ciudadana. El discurso corre a un nivel que prácticamente lo deja afuera del intercambio democrático. Claramente, hoy, dentro de la democracia, lo iliberal empieza a tolerarse. Cuando hay incivilidad empieza a darse un fenómeno novedoso que va más allá de la «polarización afectiva». Esto genera lo que en Norteamérica se conoce como ideological sorting o political sorting, es decir, «clasificación política».
–¿Cómo opera esta clasificación política?
–Empiezo a alterar mi proceso de socialización en función de mi zona de confort. Ahora, en esa búsqueda de paz y zonas de confort, literalmente, hay aislamiento, hay ausencia de convivencia plural, políticamente hablando, y hay distancias irreconciliables. Se alteran las familias, las relaciones grupales. Si el proceso de socialización se ve afectado, la democracia se cuadricula en mil pedazos, en mil zonas de confort donde buscamos refugios frente a la hostilidad. Evidentemente, eso deja de ser democracia en tanto y en cuanto la democracia es básicamente la solución pacífica de los conflictos. Separarnos parece pacífico, pero en realidad es un acto violento.

–Hace un instante se refirió al escándalo $Libra. ¿Cree que el hecho afectará al Gobierno de cara a las legislativas de octubre?
–Por los primeros números que aparecieron da la sensación de que la afectación es muy discreta. A la vez, para que la electoralidad se vea afectada, la oposición debería estar recomponiéndose y no es algo que se esté dando. Por otra parte, aunque $Libra ocasionó una crisis, al momento no alcanzó la gravedad que la oposición plantea. Por la complejidad, por la internacionalización de actores en un mundo absolutamente opaco y con distintas Justicias tomando el caso, mi sensación es que esto va para rato. Sí está claro, cada vez más, que Milei es el prototipo del presidente que conflictúa como procedimiento.
–¿Hizo de ese procedimiento una identidad?
–Hay conflictos que vienen dados por el contexto, pero hay otros que son los que uno genera porque son portadores de identidad. Milei es muy agresivo en la capacidad de conflictos y mete muchos más conflictos de lo que racionalmente uno aconsejaría gestionar. Un conflicto mal gestionado no te mata, a lo sumo te deja una cicatriz. Una crisis sí te puede matar y, si no te mata, deja un estigma. El escándalo $Libra fue una crisis –no sabemos todavía cuán grave– que generó un estigma, sobre todo internacional, de Milei, muy potente. El encuadre a nivel mundial fue «estafa». Algo muy interesante que sucedió con $Libra es que un sector se le animó al otro sector.
«Milei no es la primera mayoría, es la primera minoría. No pasa 50 puntos hoy. Ese es un cambio importante porque significa que algo ha perdido respecto al balotaje.»
–¿Se refiere a la oposición?
–El escándalo $Libra activó a la oposición, que no tenía tema, que estaba vergonzante y que además tenía temor por la hostilidad digital. Antes cuando hablaban de Milei le hacían captura para no arrobarlo, para que Milei no contestara. Hoy están buscando incluso que el presidente les conteste. Esto sucede en paralelo a una migración del discurso de casta hacia el discurso chanta o econochanta. Hace varias semanas que le vienen discutiendo, ya no la inflación, sino la sustentabilidad económica. Por primera vez están pisando su terreno con cierta autoridad.
–En este contexto, ¿qué comportamiento observa del lado del votante de Milei?
–Una característica muy potente de los sistemas actuales es que una de las críticas discursivas dominantes es el discurso contraidentitario: «No me queda clara mi postura, pero sí me queda claro qué cosa no soy, es decir, no soy vos». El discurso contraidentitario –que en Argentina puede ser discurso antikirchnerista e incluso mutando en discurso antiperonista– es significativo. Una cosa es que estén descontentos con Milei y otra cosa es que decidan votar a una opción mayoritaria de un otro lado. Sí se empiezan a dar ciertos cambios. Uno, que Milei no es mayoría, es la primera minoría. Es decir, no pasa 50 puntos hoy. Mañana no sé. Ese es un cambio importante porque significa que algo ha perdido respecto al balotaje. No obstante ello, hay un valor de cerca de 40 puntos y probablemente un poquito más que está dispuesto a apoyar cualquier cosa de Milei.
–¿Qué abarca el «cualquier cosa»?
–Ese votante que está muy radicalizado con Milei es racional en tanto a decir: «Eso no lo comparto», pero es dogmático en cuanto a decir: «Aunque no lo comparto, para que el otro no vuelva, actúo con la dinámica anglosajona de the second best option», que es decir lo menos malo. Estos liderazgos radicales no se caen, aun fracasando gubernamentalmente. Se sostienen por la dimensión ideológica. El discurso opositor suele caer en una especie de tentación, diría aspiracional, de decir: «Dura poco». No, no duran poco, porque se consolidan a modo espejo.
«El escándalo $Libra fue una crisis –no sabemos cuán grave– que generó un estigma, sobre todo internacional, muy potente. El encuadre a nivel mundial fue “estafa”».
–¿A qué alude el concepto?
–Partido espejo o Gobierno espejo es un Gobierno que, en algún punto, decide ser muy puro ideológicamente, que le importan menos las mayorías y más consolidarse en su núcleo duro. Por eso es que Trump y Bolsonaro terminaron en su 33% exacto de apoyo, que es su núcleo duro. Por eso es que Milei ganó con un valor similar. Ese tercio, un poco más del tercio hoy, está firme, inamovible, pase lo que pase. Uno diría: «No, esperemos la economía». Bueno, en el caso de estos dos líderes anteriores, la economía no funcionó adecuadamente e igual los votaron.
–¿A qué lo adjudica, principalmente?
–Si bien a niveles nacionales el voto económico importa, hoy igual de importante, no digo más, pero como mínimo igual, es el voto ideológico. Entonces, se empiezan a mezclar un montón de otros temas, que en el presente se llaman «batalla cultural», pero que son en realidad fuertes pilares ideológicos, hoy, desde una posición de extremos sorprendentes y sin frenos.