17 de mayo de 2021
Investigadora y docente oriunda de Cali, desarrolla su actividad académica en la Argentina con el foco puesto en las huellas culturales de la afrodescendencia y el racismo vigente en el país y la región. Lucha por el reconocimiento del rol histórico de la población negra en el continente.
Anny Ocoró Loango ríe sonoramente al escuchar la frase «negro de alma». Ríe porque ese dicho, que se escucha a menudo en este país, desnuda la principal característica del racismo local: la hipocresía. Colombiana y doctora en ciencias sociales, investigadora y docente, se especializa en temáticas educativas, y estudia el fenómeno de la «afroargentinidad».
Actualmente dicta clases en las universidades de Tres de Febrero y El Salvador y es también investigadora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), donde obtuvo su maestría con el estudio Afroargentinidad y memoria histórica: la negritud en los actos escolares del 25 de Mayo. Este y otros aportes han sido publicados en diferentes libros como Afrodescendencias y contrahegemonías: desafiando al decenio y Relaciones escolares y diferencias culturales: la educación en perspectiva intercultural.
Su tesis sobre la conmemoración del 25 de Mayo es su trabajo más significativo. El mismo le sirvió para poder procesar ciertas vivencias personales desde su llegada a nuestro país, en 2007, con una beca de estudios, cuando se sentía observada y considerada «exótica». Pero también le fue útil para valorar cómo nuestra sociedad tímidamente incorpora lo afro en la identidad argentina. Entre los avances en ese sentido, destaca la ley de 2013 que declara el 8 de noviembre como Día del afrodescendiente, algo que no todos valoran y que –dice– sirve para alejarse las meras buenas intenciones o palabras bonitas y pasar a los hechos concretos.
En ese camino se encuentra hoy, revisando su propia formación al descubrir que en algunos casos autores negros ya habían llegado a conclusiones a las que arribaron luego clásicos europeos, pero sin difusión alguna, y promoviendo en sus clases esas lecturas entre sus estudiantes.
–¿Qué le llamó la atención como investigadora en los actos patrios escolares?
–Encuentro que, primeramente, la presencia negra como investigadora también genera unas respuestas determinadas. Porque estaban las miradas de sorpresa de parte de los chicos y también las maestras tratando de omitir la palabra negro, con cierta incomodidad para expresarse. Igual siempre hubo un trato fluido. También veo que el negro no es un personaje periférico en los actos, sino que hasta a veces es central, no en los sucesos históricos de Mayo, pero sí en esta actividad escolar. Es un personaje que ayuda a integrar. La escuela lo usa para producir algún efecto en los espectadores. Es una de las pocas efemérides que recupera la presencia negra en Argentina. Aun con las limitaciones que tiene, porque solo aparece participando de algunas actividades estereotipadas como la venta de mazamorra. De todas maneras, me sirvió para ver que la población afro participaba de toda la estructura productiva de la época. Al punto que hay autores que afirman que, si uno en 1810 saca a la población negra, se cae la economía. Otra cosa que vi es cómo el origen esclavo de ese personaje no aparece. Queda oculto. No se trabaja. Y a los niños les queda la imagen del negro bailarín, simpático, incluso sonriente ante el mismo orden que lo oprime.
–¿Se suele omitir la participación negra en sucesos históricos como las guerras por la independencia?
–Hay una tendencia a silenciar la historia negra en toda América Latina. Pero también sucede con la historia negra africana. Es un racismo epistémico en el que se ha valorado una narrativa eurocentrista. Las currículas educativas han acompañado el relato que dice que las naciones americanas son mestizas, con la idea de disolver los rasgos indígenas o negros. También el relato de las inmigraciones europeas ha prevalecido. La educación tiene marcas coloniales que han minimizado el papel de las poblaciones negras en la historia. Y esto es una constante incluso en Brasil, con un 54% de población negra. Recién en 2003 se creó una ley que obliga a la inclusión de la historia afrobrasileña.
–¿Existe también un racismo en la educación institucionalizada que consiste en omitir citas de autores o negar el pensamiento negro?
–Sí, en educación superior se percibe con claridad. Por ejemplo, desde la filosofía: Hegel decía que los pueblos africanos no tenían historia. O Kant, que tenía toda una taxonomía racial, con cuatro categorías raciales y a cada uno le atribuía conductas intelectuales y morales, a todos menos a los negros, no los incluía en su análisis. Cuando uno los estudia ve esas ideas racistas que hoy se continúan reproduciendo en nuestras sociedades. Es muy complejo desandar ese camino: en las universidades uno no encuentra otras voces. Eso hace que nos pensemos sin pasado y sin historia. Y esto interviene en las relaciones cotidianas. Si somos educados así, esto se internaliza en prácticas sociales. Por eso digo que la escuela es central. Es un espacio donde fabrican sujetos, formas de ver el mundo y de ver a los otros. Necesitamos disputar ese espacio, porque necesitamos que los chicos se formen con otra mirada sobre los otros. No se puede negar que la mirada eurocentrista incide en las formas cotidianas de jerarquización entre las personas de la región.
–¿En qué consiste la propuesta que impulsa para que la educación universitaria valorice el pensamiento negro en las Américas?
–Yo estoy desde hace bastante tiempo trayendo los relatos y discusiones de autores negros a mi propia producción intelectual. Estoy haciendo ese camino: «La deseducación del negro». Una suerte de cuestionamiento del relato eurocéntrico. También estoy viendo la historia de las mujeres negras, las más olvidadas de todas. En los cursos donde doy clases también les acerco estos autores. Por ejemplo, Antenor Firmin, un antropólogo haitiano tiene un libro sobre la igualdad de las razas, de 1884. Pero recién en 2014 fue traducido del francés. Entonces circula muy poco dentro del pensamiento intelectual. Eric Williams, de Trinidad y Tobago, ya desde la década del 40 venía hablando sobre la relación entre capitalismo y esclavitud, como algo central. Y resulta que ahora hay nuevas corrientes que lo plantean, pero ignorando la existencia de estos autores o no citándolos. Yo aspiro a construir una justicia epistémica. El racismo nos ha reducido a lo pasional, al cuerpo, el baile o el deporte. La idea es visibilizar nuestros aportes al pensamiento. Como intelectuales y académicos negros debemos dar esa pelea.
–¿Hay mucha corrección política, cuidado del uso de ciertas palabras, pero poco en los hechos?
–La interculturalidad debe ser algo más que un decálogo de buenas intenciones. Para que haya una educación intercultural, por ejemplo, todas las culturas deben ser tenidas en cuenta en igualdad de condiciones y eso en la currícula debe estar. Pero, fijate, hace poco el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) creó una comisión para el reconocimiento histórico de la población afrodescendiente y fue muy criticado desde algunos medios, los que para pegarle al Gobierno por la creación de una comisión y nuevos cargos, niegan el racismo estructural y aseguran que en Argentina ha habido integración. Por eso el discurso de la integración no está de más, hay sectores que lo niegan. Es como en Brasil: muchos, de la mano de la meritocracia, rechazan los cupos para negros a pesar de que son los sectores más castigados.
–¿De qué manera se presenta el racismo en Argentina?
–En Argentina no hay una sola expresión del racismo. Hay racismos. Hay también una construcción de alteridad, todas las naciones construyen un otro del que diferenciarse. En Argentina el otro no es solo el negro, son las poblaciones indígenas. Pero también el racismo está en designaciones como «negro cabeza», mezclado con cuestiones de clase, utilizado para subvalorizar y jerarquizar. Hay que ver eso también, porque si no uno cae en la idea de que en Argentina no hay racismo porque no hay negros. Igual esas personas discriminadas no serán fenotípicamente negras, pero sí son marcadas por su característica de «no blancos».
–¿La hipocresía es la principal característica del racismo local?
–Aquí nadie se admitiría racista, a diferencia de en otros lugares donde está el Ku Klux Klan por ejemplo. Este racismo no admitido es peligroso porque no se detecta, pero se desplaza capilarmente por distintas instituciones y prácticas. Por ejemplo, en 2014 el INADI hizo una investigación sobre discriminación en la escuela y una de las mayores razones tiene que ver con la nacionalidad y el color de piel. Es necesario abrir esa caja de Pandora y discutir esto. La escuela es un lugar donde se construyen subjetividades. Si nosotros no lo cuestionamos se va a seguir reproduciendo en toda la estructura social.
–¿Cómo es el racismo en Colombia teniendo en cuenta la gran población negra que hay allí?
–Yo entendí el racismo de Colombia estando acá, viéndolo desde afuera. Cuando una sale de esa normalización de la vida diaria que institucionaliza, por ejemplo, el no acceso al agua potable y al mercado de trabajo. Es un país muy desigual y los trabajos de menor calificación los hacen los negros. El acceso a la educación también está muy reducido. Incluso al conflicto armado no se lo puede entender sin leer el racismo. Las poblaciones más castigadas han sufrido por el racismo. Porque también está «racializada» la distribución geográfica del país. Cuando los sectores armados llegaban, principalmente los paramilitares, muchas veces el desprecio y el nivel de violencia estaba legitimado bajo una perspectiva racista: «Son negros, acá no vive nadie».
–¿Hay un nuevo campo de estudio de lo afro en Argentina, por ejemplo, con las recientes migraciones?
–La presencia afro acá tiene tres momentos: primero en el marco de la trata esclavista. Luego a fines del siglo XIX una fuerte inmigración caboverdiana y desde la década de los 90 con esta nueva inmigración. Este es un país donde hay múltiples diásporas: tenés afrouruguayos, afrobrasileños, afrocolombianos y ahora también africanos. Hay distintos campos de investigación porque hay wdistintas maneras de vivir la negritud. También están las aristas de clase y de género. Por ejemplo, el tema de las mujeres afro en los últimos años se ha instalado en la agenda, con la lucha de las migrantes. Muchas se han reconocido negras acá en Buenos Aires. Acá politizaron su identidad negra, mientras que en sus países buscaban acomodarse, «lasiándose» el cabello y pensando que la vida pasaba por otro lado. Se vienen a reconocer negras en el país que se presume más blanco de Latinoamérica. Y no es casual que esto se haya dado aquí con la fuerte presencia del movimiento feminista y con este gran triunfo como es la legalización del aborto. Las mujeres afro también han estado presentes en este mensaje que está dando la Argentina para toda la región y que había dado con el matrimonio igualitario. Pero fijate que me han contado que en los encuentros de mujeres ellas siguen experimentando esta mirada exótica: luego de los talleres y en espacios donde se problematiza el patriarcado y el colonialismo, tienen compañeras que quieren tomarse fotos con ellas porque son negras. Esto debe ser una señal de alerta para seguir trabajando, para incluir también una mirada antirracista al interior del movimiento feminista.