El intelectual brasileño reflexiona acerca de la crisis política en su país tras el desplazamiento de la presidenta Dilma Rousseff. A su juicio, existen causas internas y externas que explican la asunción del gobierno provisional de Michel Temer y no se debe descartar un regreso de Lula a la presidencia.
24 de agosto de 2016
Theotonio Dos Santos nació en Minas Gerais, pero vive en Río de Janeiro porque, según dice, en su tierra natal no hay mucho espacio para el desarrollo intelectual y académico. En la ciudad carioca, en cambio, el debate político es casi una obligación cotidiana. Mucho más después de la nueva crisis iniciada en Brasil tras el desplazamiento de Dilma Rousseff y el ascenso al poder de su antiguo vice, Michel Temer. Mientras se dirime el juicio político que el Senado inició contra la sucesora de Lula, Dos Santos reflexiona con tono pausado pero intenso y, ante cada afirmación, golpea la mesa para dar fuerza a la frase que sigue. El gesto es una muestra de vehemencia pero también de preocupación por el futuro de su país y el resto de América Latina. Como estudioso del marxismo y autor de la llamada Teoría de la Dependencia, le inquieta la falta de «liderazgo ideológico» dentro de la izquierda y advierte sobre los «límites» de los gobiernos progresistas.
–¿Cuáles cree que son las causas de la crisis brasileña?
–Tendríamos que analizar eso desde el punto de vista interno, pero también externo. Son dos factores que están determinando esta situación. A nivel interno, hay que considerar que Lula viene de la tradición de un movimiento obrero que se desarrolló durante la dictadura y aprendió mucho sobre la capacidad de negociación con la clase dominante. Entonces, cuando llega al gobierno en 2002, el PT ya se había consolidado como un partido con un apoyo del 30% a nivel nacional, dentro de un frente más amplio que le dio una base de casi el 60%, con gente no solo de la izquierda, sino también de otros partidos, incluso algunos reaccionarios, pero que por razones de estrategia u oportunismo aceptaron participar del frente con Lula. Por otro lado, también hace una alianza secreta, aparentemente extraña pero que tiene sentido, con Fernando Henrique Cardoso y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). Ambos tenían una relación bastante estrecha, incluso habían luchado juntos contra la dictadura. De hecho, el primer gobierno de Lula contó con ciertas indicaciones de Cardoso para conseguir la aceptación de la clase dominante. Entonces, el PT estaba haciendo un juego político muy moderado, de ajuste de fuerzas, de ganar una composición mayoritaria. Lula cultivó bien ese juego, hasta que en el final del primer gobierno estalló el caso del Mensalão, en el que se intentó involucrar a Lula, iniciando una tensión muy importante entre el PT y el PSDB. Ahí este acuerdo empezó a romperse.
–¿Y durante los gobiernos de Dilma Rousseff qué ocurrió?
–Ella mantuvo esta alianza, que no era pública, con el PSDB, pero le fue muy difícil. Hizo un gobierno bastante comprometido con los cambios económicos. Primero con la consolidación de las conquistas sociales y luego con un avance en un proyecto de desarrollo nacional más amplio. Es ahí cuando este acuerdo con el PSDB empieza a ser problemático y ya en la segunda elección se da una ruptura muy fuerte.
–Luego viene otra fractura, pero con un aliado «oficial»: el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). ¿Eso también influyó en la crisis?
–Claro, ese es un partido con una cabeza distinta a la del PSDB. El grupo del PMDB que formó parte del gobierno de Dilma era un grupo muy abocado al aparato estatal, que se ha conservado siempre en el poder. No es gente de confianza y tiene muchas diferencias internas.
–Dicen analistas de su país que es muy bueno tenerlo de aliado en los momentos de prosperidad y muy malo en los de crisis.
–Sí, porque te dejan a la deriva. Ahora, a todo eso hay que sumar que durante el gobierno de Dilma, Brasil entró en un proceso de crecimiento económico muy grande que benefició a la burguesía, pero no a la burguesía financiera, que es la base de apoyo del PSDB. Eso produjo un ataque muy grande contra el gobierno. Empezó a haber una resistencia muy fuerte de los sectores financieros, que bajaron muy fuertemente sus ingresos. Esa ofensiva se dio hasta el último día de Dilma en el poder.
–La decisión de Rousseff de poner al frente de la economía a Joaquim Levy, un conocido hombre del establishment, ¿fue una estrategia para aplacar esa ofensiva de los sectores financieros?
–Es eso. Es la presión que comienza a hacer todo ese sector. Y en ese caso, con el apoyo de Estados Unidos, que estaba muy interesado en una gran ofensiva mundial. Ahí los factores externos de los que hablaba al principio pasan a ser muy importantes. Con esta ofensiva, Estados Unidos intenta sobrevivir en una situación de crisis sumamente grave: debe todo su PBI y no tiene fuentes de renta, porque su déficit fiscal es enorme y su déficit comercial con el exterior es muy alto.
–¿Es decir que Levy fue una imposición estadounidense al gobierno de Rousseff?
–Bueno, pasa por presiones locales también. Yo no hablaría tanto de imposición, sino de interpretación de las tendencias de la economía mundial. Eso venía de allá, de Estados Unidos: la idea de que ellos se estaban recuperando económicamente y que esa recuperación económica estaba basada en un crecimiento del 2%. Entonces, esas ideas llegan hasta acá y aparece el discurso de la necesidad de bajar la inflación y subir las tasas de interés. Eso lo tomó el gobierno de Dilma, con la idea de que para ganar una elección era necesario acordar con los sectores más concentrados, y que el exceso de crecimiento generaba inflación. Algo totalmente falso. Eso hizo caer su apoyo y por eso la elección de 2014 fue tan difícil para el PT.
–¿Hubo un error de estrategia por parte de Rousseff?
–Fue un cálculo puramente económico y oportunista. Ahí hubo un error fundamental de apreciación por parte del gobierno. Y eso produjo un efecto electoral muy diferente al que esperaban: el aumento de las tasas de interés empieza a disminuir el crecimiento económico y, como consecuencia, un sector muy grande comienza a dudar del gobierno.
–¿Qué rol jugaron los medios en todo ese proceso?
–Los medios tienen un liderazgo muy importante en la versión de lo que está pasando. Así como en la Argentina se habla del «relato», en Brasil es la «narrativa». Tienen una influencia muy grande con el manejo de la información y están muy conectados con grupos que trabajan con guerra psicológica y ese tipo de cosas. Esto se vio en Brasil en 2013, en la época de las grandes manifestaciones antes de la Copa de las Confederaciones. Fue una rebelión que no tuvo un sentido claro, con intereses muy diversificados, pero que dañó mucho al gobierno. Esa base de oposición fue muy trabajada por los medios.
–Ligado con el tema mediático, hay una cuestión que se está discutiendo en varios países de la región: la corrupción. Hablando específicamente del caso brasileño, ¿cuánto hay de realidad y cuánto de invención de los medios?
–En el período más fuerte del ataque contra Lula, durante el primer gobierno del PT, los medios decían que el Mensalão era el mayor caso de corrupción de la historia del Brasil y que el PT era el gran beneficiario de todo eso. A José Dirceu (ex jefe de Gabinete de Lula) le dieron 14 años de prisión bajo la acusación de liderar una banda que pretendía mantener al gobierno indefinidamente en el poder. Eso solo ya muestra que se trata de una causa política: Dirceu fue condenado por tener un plan político. Es un prisionero político. Eso no tiene nada que ver con la corrupción. Ahora, si miramos lo que hizo el gobierno de Cardoso durante los 90, nos encontramos con que hubo privatizaciones por 120.000 millones de dólares. A pesar de eso, la deuda brasileña subió de 60.000 millones a 850.000 millones de dólares. Entonces, ¿dónde está ese dinero? ¿Eso no es corrupción? ¿Para qué se usó esa plata? Casualmente, uno de los beneficiados por la crisis del sector financiero durante ese período fue el Banco Nacional, dirigido por la nuera de Cardoso. Entonces, eso es grave de verdad.
–¿Qué significa la asunción de Temer y cómo ve el futuro de Brasil?
–Temer es un oportunista. Puede ser conservador, reformista o revolucionario según la situación. Es un hombre con mucha capacidad para adaptarse. No tiene ideología, pero maneja muy bien la ideología neoliberal. El gobierno pactó con él antes de las elecciones, a diferencia de lo que había ocurrido antes, cuando los acuerdos habían sido hechos después de la victoria electoral del PT. En este caso, Dilma ganó la elección, pero no le dio ministerios al Pmdb. Ese fue un error político grande, porque el Pmdb estaba esperando por primera vez tomar el Estado y el gobierno le restringió los ministerios, poniendo gente más próxima al PT. Entonces se fue creando una situación de tensión muy fuerte.
–En ese contexto, ¿cree que es posible la vuelta de Lula al poder?
–Hasta ahora Lula lidera las encuestas, pero no con un 60%, sino con un 30% o un poco menos. Los otros candidatos están cerca. Pero podría volver al poder. En estos momentos es el líder político con mayor adhesión en el país. Y con toda esta crisis ha recuperado parte de su prestigio, porque hasta ahora no consiguieron probar nada contra él. Intentaron encarcelarlo, pero no pudieron hacerlo. La derecha cree que eso les podría ser útil, pero en realidad genera el efecto contrario, porque agranda la imagen y el prestigio de Lula.
–Teniendo en cuenta la situación brasileña, la crisis venezolana y el giro neoliberal en la Argentina. ¿Le preocupa la situación de la región?
–Sí, me preocupa mucho. Lo que pasa es que eso revela los límites de los acuerdos que tienen estos gobiernos con la derecha. No hay acuerdo sostenible con la derecha. Puede que la derecha sirva para acordar en algunos momentos puntuales, en cierta coyuntura, pero no a largo plazo. Ellos están dispuestos a hacer cualquier cosa para retomar el poder y no respetan ningún acuerdo. Brasil está sufriendo esta situación de manera muy dramática. El caso de Chile es otro: la izquierda ha terminado haciendo un montón de concesiones. Allí hay muy buenos compañeros que tienen una visión pequeñoburguesa muy fuerte y en el fondo creen que la lógica de mercado es imprescindible. Entonces ahí hay un problema: no hay un liderazgo ideológico de parte de la izquierda. Lo que hubo fue una serie de acuerdos que permitieron hacer cosas que parecían muy difíciles de hacer, pero que no lo eran: gastar 3% del PBI para reacomodar al 30% o al 35% de la población, con un impacto sobre unos pequeños negocios. Eso es algo muy chiquitito, pero mueve la economía, crece la obra pública y favorece a un sector muy amplio. Y claro que si avanzan sobre el gobierno venezolano, sería duro. Pero a pesar de todas las dificultades económicas, yo creo que la resistencia de Maduro y de las Fuerzas Armadas venezolanas, que fueron muy bien trabajadas por Chávez, son factores muy decisivos para contener la victoria de la derecha. Y si no derrumban a Maduro hasta el final del año, ya no habrá más plebiscito posible. Por eso ahora la derecha está presionando mucho.
Fotos: Juan Quiles/3Estudio