9 de octubre de 2014
Cuando se supo que Ignacio Guido Montoya Carlotto era el nieto de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, su historia conmovió al país. Los cambios en su vida y su pasion por la música.
El pasado 5 de agosto, una noticia impactó de manera profunda y sentida a la sociedad argentina. Como si la Justicia tomara finalmente cuerpo, aquel martes recuperó su identidad el nieto número 114. «Apareció el nieto de Estela de Carlotto», fue la frase que recorrió primero redes sociales, teléfonos celulares y las pantallas de televisores de los bares de la ciudad, para finalmente volverse noticia en el mundo entero. Una sensación de satisfacción y desahogo –salvo para detractores de la democracia y del sentido común– se compartió durante esas primeras 48 horas.
Entre conferencias de prensa, programas de TV, guardias periodísticas, festejos privados, íntimos pero compartidos, un nombre propio se «filtró» desde el Juzgado Federal N° 1 de la Capital Federal, a cargo de la jueza María Romilda Servini de Cubría, burlando la medida de privacidad sobre la identidad de los nietos recuperados que habitualmente implementa la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo. Ese nombre fue el de Ignacio Hurban.
Así lo inscribieron, en junio de 1978, como hijo propio, Juana y Clemente Hurban, trabajadores rurales de Olavarría, provincia de Buenos Aires. Pero lo cierto es que Guido nació un 26 de junio del vientre de Laura Carlotto, quien lo dio a luz esposada y encapuchada. Los testimonios e investigaciones indican que fue en el centro clandestino conocido como La Cacha, en La Plata, y no en el Hospital Militar de Buenos Aires, como siempre se sostuvo. Laura, militante montonera, estuvo detenida-desaparecida en la ESMA y luego en el centro clandestino mencionado, hasta que fue asesinada en agosto de 1978. Guido sólo pudo estar cinco horas cerca de su madre, antes de que fuera apropiado.
Los Hurban trabajaban en la estancia de Francisco Pancho Aguilar, un conocido empresario ganadero de Olavarría, que murió a principios de este año. Todo indicaría que Aguilar, de probados vínculos con la última dictadura cívico-militar, entregó a Guido a la pareja, aunque hasta ahora todo es materia de investigación.
Buscado incesantemente por su familia y, principalmente, por su abuela Estela, Guido recuperó su identidad como resultado de una búsqueda personal, burlando la planificación genocida, 36 años después. Hoy, quien optó llamarse Ignacio Guido Montoya Carlotto, pianista y compositor, viste una remera azul con la inscripción «Puño», apodo de Walmir Oscar Montoya, su padre, militante montonero, también detenido-desaparecido y asesinado por la dictadura. «Cuando vi su foto, me reconocí. Fue muy fuerte. Somos muy parecidos, creo que no hacía falta ni el estudio de ADN», comenta a Acción.
A Ignacio se lo ve cauto, paciente, tratando de equilibrar sus historias, preocupado en empardar recorridos, los de aquel niño que creció en el campo y se abrazó al piano como a un salvavidas, y el de este hombre que volvió a nacer hace semanas, nada más y nada menos que como el nieto de Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, un símbolo de la lucha por los derechos humanos.
–Pasaron sólo dos meses desde la recuperación de tu identidad. ¿Cómo lo estás procesando?
–Por momentos es demasiado para mí, pasó muy poco tiempo para poder procesarlo cabalmente. Es una mezcla de alegría con velocidad, con vértigo. La definiría como una alegría rápida que no llego a procesar. Estoy contento y espero que mi felicidad y mi suerte sirvan de motor para otros que tengan dudas sobre su identidad.
–Planteaste que la música te permitió encontrar la identidad antes de saber la verdad sobre tus padres. ¿Cómo es eso?
–En mí, la identidad de la música llegó antes que la identidad del documento, está claro. Cuando pasó todo esto, que fue muy movilizante, pensé que me iba a poner a componer y que iban a salir otras cosas, otras músicas, otros discursos. Y en realidad lo que empecé a componer es más o menos la misma música de siempre. Evidentemente se han modificado algunas cosas internas, porque estoy más certero a la hora de elegir el material. Hoy soy más concreto.
–¿Más explícito?
–Más directo. Ese es el único cambio que noto. Empecé a pensar que la identidad musical había llegado un poco antes que mi nuevo nombre y apellido. Ahora no tengo tanto tiempo para componer y, al no tener tiempo, te convertís en alguien más pragmático. Estoy en plena composición como si nada hubiese sucedido. Obviamente, descubrir que en mi familia biológica hay músicos es reconfortante y responde algunas cuestiones fundamentales de mi ser.
–Más allá de la complejidad evidente de reconstruir tu identidad, ¿te pesa ser Guido, el nieto de Estela de Carlotto?
–Sí. No es un peso, pero finalmente lo es. Cuando comencé la búsqueda tenía algunas ideas, algunas fantasías, imaginaba y pedía cosas. Dije casi en broma que menos que nieto de Estela no quería ser, pero te aseguro que yo no pedí ser un símbolo de nada. Y en eso hay un peso bastante complejo de acarrear. Sé que soy un símbolo, no me voy a hacer el distraído, pero ese símbolo en el que me he convertido tiene su costado real: es este músico de Olavarría. Yo voy a cometer el pecado de seguir viviendo, teniendo aciertos y muchos errores. No voy a ser un Che Guevara, un símbolo muerto. El yo real, el del día a día, creo que no va a tener una estricta relación con lo que yo debería ser y hacer de acuerdo con ese ideal simbólico que muchos construyen.
–¿Y a ese símbolo en el que te convertiste, lo aprecian, lo critican, le exigen?
–Trato de llevarlo lo mejor posible, pero es extraño porque pasó de la noche a la mañana. La gente me para y se saca fotos. Hay desmedidas muestras de afecto, y las considero infundadas, porque no me conocen. ¿Cómo te van a querer tanto si no te conocen? Lo que quieren es al símbolo por encima de la realidad que soy. Cada muestra de afecto es una muestra de reconocimiento a la abuela, a mis padres y creo que a toda una generación que luchó y dio la vida por un mundo mejor. En resumen: lo vivo con alegría porque son muestras de afecto, aunque también hay de las otras.
–Algunas de esas «otras» se dispararon desde los medios de comunicación. ¿Qué pensás al respecto?
–Que digan lo que quieran. Las teorías conspirativas son eso, teorías, mentiras y nada más. En ese sentido, la tapa de la revista Barcelona fue genial: «El siniestro plan del Gobierno para restituir nietos cada vez que se pudre todo». Hay que tomarse esas cosas desde la ironía y saber de dónde vienen.
–¿Considerás que ahora tenés alguna responsabilidad?
–Si tengo alguna responsabilidad la debo licuar un poco, porque esto que está pasando es tan fuerte que me voy a volver loco. Sí creo que hay una responsabilidad en el asesorar a quien tenga alguna duda y el recibir llamadas de chicos que están en la búsqueda, porque a veces se sienten más cómodos llegando a uno que a la institución. Esa sí creo que es mi responsabilidad. Sobre la búsqueda de la identidad, haré lo que esté a mi alcance. Hay 400 chicos que todavía no saben quiénes son. Igualmente, eso es algo que ya venía haciendo, claro que ahora tiene otra llegada. Se magnificó la señal, se amplió la caja de resonancia.
–Hubo rumores sobre tu posible lanzamiento político, que ya desmentiste. ¿Lo ves factible en el futuro?
–No existió ninguna propuesta concreta. Es parte de cierto periodismo. No lo veo en el futuro, no tengo capacidad, no estoy preparado. Pienso que la manera de aportar es desde la música, por más ingenuo que parezca. La política no es lo mío. Veo a los que hacen política y veo que lo hacen con mucha pasión, una pasión que yo no tengo.
–¿A la música la definís como una acción política?
–La música es principalmente una actividad política. No es otra cosa. No se puede negar esa identidad, tendrá otros fines, no es político-partidario. Es una actividad que moviliza, que te lleva hacia algún lugar: en ese sentido tiene lo mejor de la política, pero con otro nivel de sinceridad. El arte no mató a nadie. El arte es una manifestación fantástica, en cuanto tiene un nivel de pureza total.
–Con un poco más de distancia y perspectiva, ¿cómo recordás el encuentro con la Presidenta?
–Para mí fue un honor que la jefa de Estado me recibiera. Fue todo muy fuerte y vertiginoso. Cristina es una persona comprometida con la restitución de la identidad y los derechos humanos y, en ese punto, mi aparición también fue un premio para ella, como para tantos militantes por la Memoria, la Verdad y la Justicia. También fue una forma de compartir la alegría de la abuela. Ella la siente muy cercana, tanto a Cristina como a Néstor, por la ayuda y acompañamiento innegable que le han dado desde la presidencia.
–De tus padres y de la familia en la que creciste comentaste que habías aprendido. ¿Tenés algo que reprocharles?
–Nada. No estoy en posición de reprochar nada, porque en situaciones distintas y complejas dieron lo mejor de sí. Unos lo pagaron con su vida y los otros con un trabajo incansable hacia mí. Porque esta historia no viene de reproches, viene a sanar y, si tuviera un reproche, es un reproche privado que lo hablaré con ellos… Pero toda esta historia viene del amor.
–¿No hay lugar para el odio o la bronca?
–Mirá a dónde llegamos con el odio y con la bronca. Mirá como está el mundo. Eso de recoger el guante y volver a pegar, no, no. Hay que transformar esa energía en algo luminoso, en creatividad, dispararla hacia otro lado.
–¿Cómo está el matrimonio que te crió y qué consideraciones hacés sobre el avance de la investigación judicial?
–Ellos me acompañaron finalmente en la búsqueda de la verdad. Hoy me acompañan más allá del estado de shock en el que están. En mi caso hubo buena fe y me criaron con amor. Uno cuando arranca la búsqueda de la identidad sabe y pone en la balanza un montón de cosas, pero la verdad es lo más importante. En mi caso, la crianza ha sido una situación de amor. Veremos cómo sigue lo judicial, pero descarto que se tengan en cuenta los condicionantes de su relación laboral y que actuaron de buena fe.
–¿Cómo impactó tu caso en Olavarría?
–Mi caso tuvo la oportunidad de visibilizar la situación en consonancia con el juicio, la causa Monte Pelloni, que no tiene que ver directamente con mi caso. Y mi aparición ayudó a visibilizar un poco la situación, que en muchos lugares del interior está como dormida. Todos dicen «acá no pasó nada». Y, en realidad, pasaron muchas cosas.
–¿Qué pensás acerca de quien te habría entregado?
–Nada. Ya no está. Veremos cómo avanza la Justicia. Lo que hay que remarcar es que me criaron con amor y que hay que poner todo en contexto. Ellos tenían un vínculo laboral. En el campo es muy particular ese vínculo, pero todo lo estoy procesando.
–Estás leyendo Laura, la biografía de tu mamá. ¿Cómo va la lectura?
–Es una lectura personal. Es una parte de este universo que estoy asimilando. Y tengo que hacer un aprendizaje y diferenciar lo público y lo privado. Saber que hay eventos y cosas que me van a pasar a mí y son intransferibles, dolores, descubrimientos. Y también debo saber que hay cosas que son públicas.
Es una línea muy delgada, porque mi historia es pública y es difícil. Volviendo a la pregunta, estoy avanzando de a pocas páginas.
–Por suerte tenés la música.
–Yo sin la música no hubiese hecho nada de esto. No hubiese llegado hasta acá. No sólo como catarsis, sino como punto de partida y también como horizonte y objetivo futuro. Recién te decía lo claro de los objetivos de la abuela, bueno, yo también los tengo. No serán tan loables, ni comparables con los de ella, que son transcendentes, universales y totales. Mi objetivo es cambiar el mundo con una canción. Es un objetivo un poquito más simple y seguramente esté destinado a fracasar, pero en el intento de lograrlo quiero desarrollar algo tan básico como vivir. ¿Qué más? En la vida que he llevado a cabo hasta acá, tratando de conseguir mi objetivo he logrado encontrar mi identidad, encontrarme. Así lo estoy viviendo, es simple.
—Mariano Ugarte
Fotos: Jorge Aloy