Cantautora comprometida y militante política, tuvo la responsabilidad de encabezar el Ministerio de Cultura creado en 2014. Rescata la experiencia y la define como la construcción de un espacio colectivo. Mirada crítica hacia el gobierno nacional y regreso a los escenarios.
10 de agosto de 2016
Teresa Parodi no solo es una de las compositoras e intérpretes más destacadas de nuestra música popular, sino que tiene también otra faceta no menos destacada, su larga militancia tanto en SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música) y la AADI (Asociación Argentina de Intérpretes) como en la arena política. Durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner fue designada como la primera titular del Ministerio de Cultura. Desde muy niña sintió que la música era su destino, y desde siempre comprendió que involucrarse con otros para defender derechos era parte ineludible de su camino. En su vasta obra artística sobresalen canciones que ya son parte del acervo cultural de la sociedad, como «Pedro Canoero» o «María Pilar», entre tantas. Conjuga sensibilidad artística y política de manera natural: «Más que nada soy autora y compositora, ese es mi oficio verdadero. Y fui militante siempre», expresa.
–¿Cómo fue la experiencia de participar de la creación del Ministerio de Cultura?
–La expresidenta Cristina Fernández de Kirchner lo puso en marcha el 7 de mayo del 2014, justo en el cumpleaños de Eva Perón. Ella me dijo, sonriendo y con mucho entusiasmo, que a propósito había elegido esa fecha. Primero que nada, era un clamor de los protagonistas culturales de nuestro país que hubiera un Ministerio destinado a la cultura, y, desde el primer momento, en el proyecto de Néstor y Cristina hubo un acento profundo en ese tema. Para mí fue un honor que me llamaran para transformar la Secretaría de Cultura en un Ministerio, crearle las estructuras y potenciar lo que ya existía. Fue un trabajo intenso, maravilloso y nos llevó un largo tiempo para que fuera aprobada esa estructura, pues los caminos administrativos tienen sus propios ritmos. Recién en este período el Ministerio cuenta con un presupuesto para su funcionamiento.
–¿Cómo fue el inicio de su labor, que solo duró un año y ocho meses?
–Trabajamos con el presupuesto de la Secretaría, se armó un equipo de gente muy comprometida con esta manera de pensar el Estado y salimos a buscar el quehacer cultural de la Argentina, ese que estaba invisibilizado y que es como una gran olla donde todo el tiempo se está trabajando y emergiendo, con distintas formas acerca de nuestra mirada, de quiénes somos, dónde estamos parados y hacia dónde queremos ir. Fue un trabajo apasionante que me llevó a escuchar y ver a la gente sintiéndose protagonista. Por ejemplo, organizamos el Mercado de Industrias Culturales con el que acercamos a gente de todo el país. En una de las reuniones con los colectivos de trabajo de las provincias, una chica muy joven me dijo que en este proyecto político por primera vez sentía que su voz estaba amplificada. Me impresionó mucho. Nuestras voces estaban amplificadas con esta manera de pensar al Estado que nos llamaba para hacer y para producir colectivamente, respetando la rica diversidad existente en la Argentina.
–¿Con qué obstáculos se encontró en la función pública?
–Obstáculos no tuve. Creamos un gran espacio al que llamé a participar a todos los organismos descentralizados, pero que dependían también del Ministerio, como la Biblioteca Nacional, el Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales, el Instituto Nacional del Teatro, el de la Música, el Teatro Cervantes. En este último, por ejemplo, hicimos un foro que fue un hecho histórico, una enorme convocatoria que mostró la necesidad de la gente de escuchar y donde se pudo apreciar a esta Argentina transformada, interesada vivamente en la política, ya no indiferente. Vinieron de distintos lugares del mundo a ver el proyecto político que se desarrolló en nuestro país, que era vanguardia en el mundo, a ver cómo con esas políticas de Estado, con esa concepción del Estado nacional y popular, pudieron conquistarse tantos derechos que habían sido pisoteados y otros que ni siquiera pensábamos que podíamos tener. Lo más dificultoso tenía que ver más con el funcionamiento administrativo propio del Estado, que es lento. Eso dificulta, por ejemplo, que llegue rápidamente a los artistas la respuesta económica.
–¿Cuáles fueron los principales logros de su paso por la función pública?
–La creación misma de ese ministerio fue un trabajo maravilloso y muy concreto. También desarrollamos programas de inclusión con una mirada absolutamente federal, inclusive tuvimos un ambicioso proyecto: La Ley Federal de la Cultura, que fue una ley coral, que se pensó en todas las regiones del país, con más de 60 foros donde se escucharon todas las voces. Se trabajó un texto que no llegó a tiempo. Iba a ser una ley marco que le hubiera permitido trabajar al Ministerio en forma mucho más federal. Porque yo creo que lo central era la idea de sacar al Ministerio de los edificios, ir a buscar a la gente, potenciar los espacios que la misma gente creaba. Otro gran trabajo fue la participación en el Mercado de Industrias Culturales del Sur, el MiCSUR, con toda América Latina. Sin duda, la tarea más fascinante que tuve en el Ministerio fue escuchar a las personas, verlos trabajar, mostrar su producción, defenderlos, promoverlos, sentir que podían hacerlo en la Argentina y que eran valorados y respetados.
–Ahora, alejada de la gestión, ¿puede hacer una evaluación más distante de esa experiencia en el gobierno?
–Tengo la perspectiva de solo ocho meses, pero mi sensación es haber estado trabajando en un hormiguero donde todo el mundo tenía una tarea con otros, pensando en el otro, incluyendo al otro, siempre desarrollando trabajos colectivos, con ese sentido de inclusión y la verdad que era enriquecedor. Siempre sentí, como militante y como artista, que no se puede hacer nada sin los demás y que esas construcciones quedan para siempre. El mejor mundo posible es el que se hace con otros. Creo que eso es lo que la gente está defendiendo hoy. Gozar de derechos adquiridos, ser protagonistas, ser parte, sentir que fueron convocados para pensar la Argentina, para construir, para hacerla a la medida de nuestros sueños. Es decir, todo lo que la gente sintió en todos los espacios del proyecto político de Néstor y Cristina y, por supuesto, en el espacio cultural.
–¿La creación del Centro Cultural Kirchner marcó un hito?
-–El CCK fue un espacio pensado en el primer momento entre el Ministerio de Planificación Federal y el de Cultura, en el marco del Plan Nacional de Igualdad Cultural, que preexistía a la creación del Ministerio. Fue muy emocionante ver la reacción del pueblo entrando al lugar, adueñándose de él, gozando de las programaciones que proponíamos desde ahí. No nos dio tiempo para concretar la idea de que tuviera su propia estructura y por ende, su propio presupuesto, tal como era el plan original.
–¿Qué opina de la política cultural actual?
–Es poco tiempo para evaluarla, pero claramente tiene una mirada opuesta a la nuestra. Es una gestión que considera lo que nosotros veíamos como inversión en cultura, como un despilfarro. Lo han dicho ellos. En consecuencia, todos los programa de inclusión que desarrollábamos en el país fueron dados de baja. Apareció esa palabra espantosa con la que estigmatizaron a los trabajadores, «ñoquis», dicha muy a la ligera, tratando de destruir todo lo que se había hecho, para justificar lo que iba a hacer y está haciendo este gobierno en todos los planos. O, por ejemplo, sostener que había un exceso de gente, como que hicimos entrar por la ventana a no sé cuántos empleados que son precisamente los que pertenecían al CCK. Si fue abierto en el 2015, ¿cuándo pretendían que nombráramos a los empleados sino en el 2015? La verdad es que se paralizó muchísimo el protagonismo del Estado como espacio en el que estamos todos. Hay otro proyecto político, con políticas de exclusión y de ajuste.
–¿Cómo analiza el resultado electoral que determinó el cambio de gobierno?
–Creo que se ganaron las elecciones con un discurso y se gobierna con otro, una vez más. Porque cuando al principio los candidatos empezaron a decir cuáles eran sus intenciones, Cambiemos no se explayó mucho, pero cuando la gente empezó a cuestionar y a preguntar por cuáles o tales políticas que nos incluyeron a todos, entonces empezaron a decir que ninguna de esas cosas iba a cambiar. Muchísima gente votó creyendo que votaba un cambio de personas, pero que no votaba a un cambio de políticas. Me parece que grandes sectores de la población necesitan muchos años para adquirir una conciencia mayor después de tantos cortes en nuestra democracia, después de tantos hechos para destruir la política como herramienta de construcción colectiva. Ahora intentan volver a hacerlo, es decir, la no política es una forma de política que el gobierno actual tiene. Con el kirchnerismo, después del «que se vayan todos» y de haberse desprestigiado la política, ésta había vuelto a tener ese sentido de herramienta para la construcción colectiva y la gente se volvió a involucrar. Es eso lo que había que demonizar de cualquier manera, pero en un primer momento no había que irse contra eso. Otra estrategia para destruir la política es ligarla únicamente a la corrupción. Sin embargo, hay una Argentina transformada. No alcanzó, en todo caso, pero ya está muy movilizada la sociedad, hoy mismo está ejerciendo su propia vocación de seguir pensando y defendiendo los derechos recuperados, por ejemplo en Las plazas del pueblo. Y estoy segura de que eso se va a multiplicar rápidamente.
–¿Ve con optimismo el futuro?
–Hay mucha gente que todavía no puede ver claramente qué peligroso es lo que nos está pasando, cómo estamos siendo despojados del país que habíamos recuperado. Me parece que los tiempos no van a ser sencillos, van a ser duros. Pero estoy convencida de que el pueblo en determinado momento va a salir en defensa de sí mismo para cambiar la historia. Lo hicimos muchas veces, lo hicimos con dictaduras feroces, lo hicieron mujeres dando vuelta en un plaza, sin miedo, con convicción; lo hicimos en otros momentos cuando sentimos que también nos estaban traicionando, salimos a la calle y pudimos lograr los cambios que buscábamos. Yo, como tantos otros, ese nosotros, me sentí llamada a construir algo que nos hacía bien, en donde íbamos a estar bien todos, inclusive los que no pensaban como nosotros. No dejábamos afuera a nadie, no preguntábamos de qué filiación política eran. Ahora hay espantosas listas negras con los nombres de quienes apoyaron el proyecto político anterior para estigmatizarlos. También se los agrede verbalmente y se los insulta con mucha facilidad, inclusive en el marco de la cultura. Pero más allá de eso y todas las políticas tan agresivas de expulsión, creo que esto también va a hacer que más rápidamente se tome conciencia de para cuántos es este país que están haciendo. Y creo que el proyecto político de inclusión va a volver a gobernar este país.
–¿Qué es el Instituto Patria?
–Es una asociación civil sin fines de lucro, cuya presidenta honoraria es Cristina. Tiene una comisión directiva cuyo presidente es Oscar Parrilli y su vice, Jorge Ferraresi. Yo soy la secretaria general de las actividades que se hacen en este espacio de pensamiento. Nace con la idea de pensar juntos este tiempo y nuestra propia historia y verla totalmente ligada a América Latina. Ahora hay charlas y más adelante se darán talleres y otras actividades culturales. Básicamente, es un espacio militante, es decir, ninguno de nosotros tiene sueldo ni cobra nada por estar ahí. Hay otros espacios que se abrieron para la militancia en este tiempo que muestran a una Argentina transformada, que quiere seguir oyendo su voz desde los más diferentes lugares, desde casas de familia hasta plazas, centros culturales de los barrios, clubes. El espacio del Patria fue creado con ese mismo sentido, quiere y busca la pluralidad de voces del pensamiento latinoamericano.
Fotos: Juan C. Quiles/3 Estudio