Según la destacada abogada y activista, la prohibición del aborto es fundante de la sociedad patriarcal. Su legalización despierta temores porque implica la separación de la sexualidad y la procreación, y otorga a las mujeres una autonomía inédita. Una historia de vida y de lucha.
12 de diciembre de 2018
El estudio jurídico de Nelly Minyersky tiene un balcón que da a la avenida Corrientes, en pleno centro porteño, y los amplios ventanales dejan pasar la luz del mediodía y el ruido de las topadoras y los martillos neumáticos que taladran el asfalto. En esa ciudad en estado de obra permanente, Minyersky va y viene con su bastón, sorteando pozos y vallas. Lleva siempre el pañuelo en la cartera, en la muñeca o donde haga falta. Muy cerca de su estudio, frente al Congreso Nacional, se la vio celebrando en la mañana del 14 de junio. Tras 22 horas de debate, la Cámara de Diputados le había dado media sanción a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. La foto es ya histórica: entre sus compañeras de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito, Nelly sostiene la emblemática bandera verde, con una sonrisa enorme, las uñas pintadas de rojo intenso, lágrimas en los ojos y restos de purpurina verde en la mejilla. Es probable que haya sido, esa mañana, una de las más veteranas militantes que celebraron el resultado favorable de la votación. El año que viene cumple 90 años y lleva ya 60 de lucha, en ámbitos académicos y jurídicos, pero también en las calles, por las mujeres y otros colectivos cuyos derechos suelen ser sistemáticamente negados.
Esa foto está hoy enmarcada entre muchas otras que llenan su estudio de historias y recuerdos: fotos de sus hijos y de sus nietos, escenas de su fecunda vida profesional, de su marido, Alberto Pedroncini, fallecido en 2017, abogado e histórico luchador por los derechos humanos, mezcladas con libros de Derecho, diplomas y distinciones. Minyersky es, entre otras cosas, Ciudadana Ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, profesora consulta de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, directora de la maestría interdisciplinaria en problemáticas infanto-juveniles. Fue la primera y única mujer presidenta de la Asociación de Abogados de Buenos Aires y la primera en encabezar el Tribunal de Disciplina del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal. En su estudio profesional, ejerce desde 1961 el derecho de Familia, área en la que ha sido consultada por gobiernos y organismos internacionales.
Nació en Tucumán en 1929, hija de un inmigrante judío que llegó de Rusia a los 23 años y de una argentina proveniente de una familia humilde que había sido elegida entre sus cinco hermanos para ayudar económicamente al hogar, «por eso la sacaron de la escuela en cuarto grado para trabajar, mientras sus hermanos pudieron estudiar», cuenta. El patriarcado, agrega, se manifiesta a veces en las grandes cosas –las leyes, la inequidad en el acceso a los derechos, las injusticias sociales– pero también en aspectos más sutiles de la vida cotidiana. «Tuve cargos bastante importantes en asociaciones gremiales, fui la primera presidenta de la Asociación de Abogados, vicepresidenta del Colegio Público de Abogados, primera presidenta del Tribunal de Disciplina… No había ninguna norma de discriminación expresa, pero como dice la CEDAW, que es la convención contra todo tipo de discriminación contra la mujer, las normas y los actos pueden ser discriminativos no por su enunciado sino por los resultados, por lo que pasa en la vida real. A mí no me discriminaban, pero tengo la percepción de que en los núcleos duros de las resoluciones, las cosas me resultaban más difíciles. Porque, además, a los hombres les cuesta mucho estar con mujeres, que tenemos esa capacidad de transversalizar, de ocuparnos de muchas cosas al mismo tiempo. Yo tenía hijos, nietos, estaba en estos cargos y seguía dando clases en la facultad, entonces esta posibilidad hace que nuestro quehacer sea diferente. Y había detalles, muy sutiles a veces… Por ejemplo, en el Colegio Público teníamos reunión del Consejo Superior todos los lunes, y yo parecía pintada porque todo el mundo hablaba de fútbol, del partido del domingo, y yo no tenía nada que ver con eso. Hoy, en cambio, todas mis nietas juegan al fútbol. Creo que hemos avanzado muchísimo pero hay asignaturas pendientes muy duras.
–Como el aborto.
–Una asignatura pendiente muy dura y compleja porque afecta sobre todo a los sectores más carenciados de la sociedad. Y es criminal que no se avance en la educación, que no se avance en una prevención en serio. El derecho al aborto es uno de los derechos humanos personalísimos, y su negación es una de las más fundantes de esta sociedad patriarcal; gracias a la negación de este derecho se limita la autonomía y la libertad de las mujeres. Creo que uno de los efectos que tuvo este año lo que llamamos la marea verde es que logró explicar eso, puso en evidencia la lesión que sufren las mujeres en muchos de sus derechos a causa de la prohibición del aborto.
–¿Por qué considera que esa prohibición es fundante de la sociedad?
–Si usted mira qué pasa en la Argentina y a nivel internacional, verá que es un derecho que determinados sectores de la sociedad nunca se resignan a reconocer. Hoy vemos lo que pasa en muchos países, por ejemplo, en Italia, que tiene desde hace más de 40 años derecho al aborto, pero hay muchas regiones en las que, invocando la objeción de conciencia, no se puede practicar, y las mujeres tienen que ir de una región a otra. O cuando usted lee las noticias de Estados Unidos, la incorporación de un nuevo juez en la Corte Federal, que es el tribunal de más poder, que piensa distinto del que se fue, y se especula lo que puede pasar con respecto al aborto. Es una lucha permanente.
–¿Por qué hay tanta resistencia?
–La nuestra es una sociedad sumamente patriarcal y esto tiene que ver con muchas otras cuestiones. Por ejemplo, ¿por qué razón la Iglesia Evangélica o la Iglesia Católica siguen en esta lucha con tanto ímpetu, como si estuviera la sociedad en juego? Yo creo que es porque el modelo de familia que proponen es de tipo piramidal, porque también es piramidal la sociedad y la religión. Antes decían que nadie puede quitar lo que dio Dios, o hablaban, como Tomás de Aquino, sobre cómo ingresa el alma al cuerpo, ya que, si hay alma, ya hay una persona, decían. Ahora, en cambio, si se invocan cuestiones de tipo confesionales o religiosas, es muy difícil defenderlas, porque se presume que somos un país laico; en general, hoy en día los estados son laicos. Entonces hay que buscar otros argumentos.
–El artículo 2 de la Constitucional, sin embargo, sigue sosteniendo el culto católico apostólico romano.
–Sí, pero constitucionalmente la Argentina es laica. ¿Cuándo no era laica? Por ejemplo, antes de que se dictara la primera Ley de Matrimonio. El Código Civil, hasta fines del siglo XIX, solo admite el matrimonio religioso. El matrimonio civil es una ley que fue fruto de una lucha muy importante.
–¿Fue una lucha quizás de la misma dimensión que tiene hoy la del aborto?
–Creo que esta lucha es aún más difícil, porque todavía está muy enraizada, más de lo que nosotros suponemos, la idea de que las mujeres tenemos que estar para la reproducción y no para la provisión. Es muy difícil dejar el poder. La antropóloga Rita Segato dice que como el poder del patriarcado es un poder ilegítimo, necesita permanentemente mostrar, legitimarse. Y ayer estaba leyendo algo muy interesante, de un filósofo, que dice que el aborto es una afrenta muy grande para el patriarcado desde muchos puntos de vista, y uno de ellos es que cualquiera puede pensar, los hombres sobre todo, que la madre los podía haber abortado. Ese poder les crea una incertidumbre muy grande. Cuando algún senador de estos que conocen muy poco el derecho o que conocen muy poco su país decía: «Miren si hubieran abortado a Mozart», puede verse esta idea. Es decir, si yo reconozco que las mujeres, que son inferiores, que nos tienen que atender, que nos tienen que servir, podían haber tenido el poder de que yo no naciera, es una verdadera afrenta.
–Y esa negación de derechos a las mujeres tiene una larga historia.
–Claro, mire usted, en la Revolución Francesa, en 1789, no era banal que no se dijera que la Declaración de los Derechos del Hombre comprendía a todos y todas. Hubo movimientos para que esto siguiera así, para que no se tomara como que esta declaración comprendía a las mujeres. Y hay una mujer, Olimpia de Gouges, que hizo un decálogo por los derechos de la mujer y terminó guillotinada.
–Llama la atención que sea más difícil de aceptar el aborto que el matrimonio igualitario o la identidad de género. ¿Es porque tiene que ver con el control de la sexualidad de las mujeres?
–Claro. Ahora, con esta visibilización de la problemática, muchas abuelas empezaron a contarles a sus nietas que habían abortado. Cuando yo era joven, las mujeres, cualquiera fuera su clase social, no tenían otra forma –salvo el preservativo o el método Ogino, que tiene una falibilidad total–, que recurrir al aborto para no tener 20 hijos. Y la Argentina nunca se caracterizó por tener un índice de natalidad muy alto. Esto quiere decir que de alguna manera regulaban su fertilidad. El aborto era ilegal en los años 40 o 50, pero no se había tomado como un problema de tanto peso, no era un tema político. Todos los fallos más importantes que yo he encontrado sobre la cuestión son posteriores, a partir de los años 50 o 60, que es cuando empiezan a aparecer distintas posibilidades de anticoncepción.
–¿Era una práctica aceptada tácitamente?
–No es que fuera correcto, pero no se trataba de un tema político. No era una bandera ser antiabortista. Con el advenimiento de los métodos anticonceptivos, la situación cambia, porque antes la sexualidad, el goce sexual, estaban ineluctablemente unidos a la reproducción. Y yo creo que el tema de separar la sexualidad de la reproducción representa un peligro muy grande para la Iglesia, que siempre habló y prohibió la sexualidad per se. No nos olvidemos que solamente se admite la relación sexual para procrear.
–Tras el rechazo en el Senado al proyecto de ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo recrudeció la resistencia de los sectores más conservadores a medidas como la educación sexual. ¿Cree que es una consecuencia no deseada del debate que se dio en la sociedad?
–La resistencia a la Ley de Educación Sexual Integral es una de las cosas más siniestras, porque durante la discusión se invocaba que debía haber prevención y educación, y los mismos que habían dicho eso eran los que habían devuelto los materiales de la ESI y son los que ahora se oponen a la educación sexual. De todos modos, creo que la resistencia ya estaba, ocurre que cuando vieron que había un millón y pico de mujeres movilizadas y que la ley obtuvo media sanción en Diputados, es lógico que recrudeciera. Hoy creo que hay que seguir trabajando y luchando por el derecho al aborto y los derechos reproductivos, que son fundamentales para las mujeres, pero al mismo tiempo tenemos que preocuparnos por todos los otros derechos. Estamos viviendo momentos graves en nuestro país, y los sectores más de derecha, en lo económico y en lo político, son los que estuvieron parados al lado de los celestes. Eso no hay que perderlo de vista.
Fotos: Guido Piotrkowski