Desde la parroquia de Caacupé, en la porteña villa 21-24, el religioso explica la naturaleza del catolicismo que elige convivir con los más pobres, como lo hizo el recordado Carlos Mugica. El respaldo del papa, la discriminación hacia los barrios de emergencia y la lucha contra las drogas.
15 de junio de 2016
Allá por 2002, cada vez que llovía, la mamá del padre Charly Olivero se ponía a llorar. En la habitación donde dormía su hijo, al fondo de la parroquia Virgen de Caacupé, en el corazón de la villa 21-24, eran tantas las goteras que no había forma de ubicar la cama sin que se mojara el colchón. «Así que mi vieja, cuando había tormenta, lagrimeaba. Igual, después estaba contenta», recordó Olivero, con cariño, intercalando la risa por el recuerdo de aquellos viejos tiempos con una tos bien actual. «Estoy jodido de la garganta», comentó el religioso, mientras cebaba el mate. A pesar de los dibujitos, las fotos y los adornos que le dan calor humano a su pequeña oficina, el frío es igual al que por estos días chifla en cualquier otro rincón de la villa. Cuando llegó a la parroquia, 14 años atrás, todavía era seminarista y lo recibieron los padres Pepe Di Paola y Toto de Vedia, dos instituciones en los barrios más humildes de Barracas. Al igual que ellos, Olivero usa su apodo como nombre: a Charly nadie le dice Carlos. Otro rasgo identitario en esa condición de cura villero. «Estaba medio en una crisis, tenía una vocación muy grande y me sentía asfixiado, así que arreglé con las autoridades del seminario y con Bergoglio que me venía a vivir acá. A mí me hizo bien, la gente me ayudó muchísimo», relató. Ese arraigo en el territorio, sus habitantes y sus circunstancias, por duras que sean, se repite en los integrantes de la Vicaría Episcopal para Villas de Emergencia, creada en 2009 por el entonces arzobispo Jorge Bergoglio, quien ahora, como jefe del Vaticano, los sigue de cerca. También, al igual que el papa Francisco, estos sacerdotes opinan sobre temas políticos con claridad y sin dobleces.
El padre Charly habla de teología y neoliberalismo con la misma autoridad con que describe el sentir villero y la crudeza del consumo de paco entre los jóvenes: «Desde ya que rezo, pero además tengo que ocuparme, de las consecuencias y también de las causas. Y las causas son políticas».
–¿Qué significa ser cura villero? ¿Es sobre todo una cuestión geográfica?
–Es compartir las condiciones de vida. Que si se corta la luz, se nos corta a todos; si el agua sube mucho y desborda la cloaca, a todos nos tapa. Los problemas de infraestructura los sufrimos por igual. Y también hay una cuestión geográfica, porque estás en un distrito de gran riqueza, donde se vive particularmente la desigualdad, donde hay una marca, un estigma de ser villero. Por eso, la gente de nuestro barrio no dice que es de la villa, lo tiene que esconder porque está todo armado en función de la discriminación.
–¿Cuáles son los antecedentes de la labor religiosa en las villas?
–Viene de la época de Rodolfo Ricciardellli, Jorge Vernazza, Carlos Mugica y Daniel de la Sierra, cuando estos curas miran a los más pobres y deciden vivir en estos barrios. Nosotros somos la continuación de ese equipo. También es parte de una corriente de pensamiento: la Teología del Pueblo, de Rafael Tello, de Lucio Gera, que reconocen en la religiosidad y la cultura popular muchísima luz. Tello, que impulsó la peregrinación a Luján, es el gran lúcido, el padre de esta historia, el gran núcleo espiritual e ideológico de todo esto.
–Recientemente, por el aniversario del asesinato de Mugica, ustedes manifestaron: «Buscamos ser fieles a la realidad que Dios nos encomendó. La realidad es superior a la idea». ¿Qué implica esta afirmación?
–En el catolicismo hay grupos más retóricos, donde la idea tiene prioridad. Nosotros, en cambio, estamos en otra corriente, que tiene dos antecedentes. Primero, Perón, que habla mucho del tema. Dice que hay ideas lindísimas que no ayudaron a nadie porque nunca se pusieron en práctica, y hay realidades, acciones, que no estaban tan bien, pero que ayudaron mucho más. Tiene que ver además con la doctrina social de la Iglesia. Bergoglio, en la encíclica Evangelii Gaudium, habla de cuatro principios para la construcción del bien común y la paz social: el tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, el todo es mayor que la parte y la realidad es superior a la idea. El planteo sobre el tiempo y el espacio es interesante: refiere a que los procesos no pueden saltearse. A veces, en la política se ve la búsqueda del espacio sin aceptar los tiempos de construcción. Por ejemplo, acá se armó la Casa de la Cultura, con chicos que venían haciendo un excelente trabajo territorial; pero al montar ese «monstruo», hubo que convocar a mucha más gente y después, cuando la plata cambió de bando, el grupo original se sintió traicionado. En verdad, no estaban formados, no estaban construidos. Eso era dinero, no era tiempo, eso era puro espacio.
–¿Cuál es tu lectura de los mensajes que Bergoglio envía desde el Vaticano?
–El papa no nace de un repollo, representa un modo de pensar. Y ve con claridad que la Iglesia tiene que convertirse, que en algún punto perdió el rumbo, se hizo muy amiga del poder, de algunas comodidades, se endureció. Este año Francisco lanzó el Jubileo de la Misericordia, me parece que es una forma de decir que la puerta de la Iglesia es la comunidad, no es el dogma ni la moral. Desde ya que tenemos creencia y modos bajo los que creemos que hay que vivir, pero esa no era la puerta de la Iglesia. Si se pone al dogma y la moral por delante, se excluye. Yo me ocupo del tema de los pibes adictos al paco en el Hogar de Cristo, y creo que la respuesta cristiana es abrir las puertas y recibir al chico que está sufriendo como una familia, no pretender que primero cambie para después dejarlo entrar. Eso sería como decir que la puerta es la moral. En el fondo, hablamos de algo bien evangélico: ¿quién puede tirar la primera piedra? Jesús nos dice que, salvo él, el resto estamos todos en la misma.
–¿Hay sectores eclesiásticos que no están de acuerdo con el papa?
–La Iglesia es igual a cualquier institución. Es como el mundo. ¿Estamos todos contentos? No, no estamos todos contentos. Cuando Francisco asumió, la región estaba toda en sintonía. Hoy se quedó solo. Cuando nos pide a curas y obispos que no vivamos como príncipes, hay quienes se sienten agredidos.
–Muchos lo cuestionan por sus opiniones políticas. Las ven inapropiadas.
–Creo que en la encíclica Laudato si’ está la respuesta. Ahí Francisco dice que todo está vinculado. La causa del desastre ecológico y de la exclusión social es la misma, es el egoísmo humano, la ambición que nos gobierna. En el discurso que dio a los movimientos populares en Santa Cruz de la Sierra, dijo que la ambición del dinero que gobierna es «el estiércol del diablo», lo que genera un mundo que ya no puede más. Hablamos de un pecado que en el tiempo se constituye pecado estructural y deja a un montón de gente en la exclusión. ¿Qué es lo que está mal en denunciar una injusticia que grita el cielo? Está perfecto, lo que está mal es que te calles. Por otra parte, el cristianismo tiene una cosmovisión, una valoración de la vida, y no cualquier sistema político es lo mismo. No todos respetan la dignidad humana del mismo modo. Esto queda muy claro en los documentos de Francisco. Entonces, en función de eso, la mirada religiosa es mirada política. Me parece que el papa está perfectamente habilitado. ¿Cómo no lo va a decir? Después, si a uno le sonríe o le pone cara, eso son los modos que tiene. Acá también se hace un mundo de las cosas…
–¿Se puede trabajar en las villas y no tener una mirada política?
–Mirá, como dije, yo me ocupo de los chicos del paco y, sin duda, cuando se desajustan las cosas económicas, hay más pibes en las calles. ¿Qué tendría que hacer? ¿Encerrarme solamente a rezar? Desde ya que rezo y tengo que poner a la comunidad a rezar, pero también tengo que ocuparme, de las consecuencias y también de las causas. Si las causas son políticas, ¿cómo no voy a decir, a opinar? Nosotros vamos a hablar de las políticas, pero no nos van a encontrar embanderados en un partido. Entendemos que eso no nos corresponde.
–Es reconocida la tarea de los curas villeros y el respeto que se supieron ganar, sobre todo, por estar en el territorio.
–Ese respeto es parte de un estar que es histórico. La parroquia de Caacupé la fundó De la Sierra, que organizó la resistencia ante las topadoras de la Ley de Erradicación de Villas de Onganía. Tenemos los archivos con los volantes donde él daba consejos: «Si vienen las grúas, no salga de su casa, avise a un vecino, llame a la iglesia, contacte al diario Crónica…». En aquella época, el tema era la luz, el agua, las erradicaciones; hoy la preocupación tiene que ver con los pibes que entran en la espiral del paco. El sufrimiento de las señoras del barrio es ese: vienen, lloran y cuentan que su hijo ya no va a la escuela.
–¿Cómo surge la idea de una vicaría para los barrios de emergencia?
–Ya en 2007, en el balotaje porteño, les habíamos entregado un documento a los candidatos a jefe de Gobierno. El tema de las villas estaba en agenda, había entrado por la ventana de la seguridad. Mauricio Macri llegaba diciendo que las iba a erradicar, después cambió su posición pública. Daniel Filmus hablaba de urbanizar, con una mirada que veíamos algo liviana. Desde ya, descartamos la erradicación, pero planteamos que si urbanizar era solo hacer casas, tampoco estábamos de acuerdo, porque la villa tiene cultura, tradiciones y valores muy importantes. Si por urbanización entendemos que la ciudad se coma con su vanidad a la villa, si es una postura colonialista, lo rechazamos. Pero si es un encuentro de la ciudad y su riqueza y la riqueza de la villa, preferimos hablar de integración urbana. En 2009, cuando fueron las amenazas contra el padre Pepe (N. del R.: por sus denuncias al negocio de las drogas), Bergoglio decidió hacer público el tema y constituyó una vicaría episcopal, una zona de especial importancia para la diócesis, lo que sería un ministerio. Fue una novedad absoluta. Nos dio un paraguas institucional que en parte blindaba a Pepe y jerarquizaba el trabajo, pero también decía que ya no había marcha atrás.
–La relación con Bergoglio era muy cercana. ¿En qué cambió?
–En general, el papa mantiene buena relación con sus vínculos anteriores. Evidentemente, ahora tiene un manejo distinto. Cuando estaba acá, entre las 6 y las 7 de la mañana, había un teléfono en el que nos atendía él. Le decíamos que lo teníamos que ver y al otro día nos recibía. Así de inmediato. Eso, claro, ahora no es así, pero igual responde, le escribimos y lo vamos a ver al Vaticano.
–¿Y está al tanto…?
–… de todo, el papa está al tanto de todo.
Fotos: Subcoop