14 de diciembre de 2015
Autor de una prolífica obra que incluye ensayos, teatro y novelas José Pablo Feinmann reflexiona sobre el rol de los intelectuales y su vinculación con el contexto político.
Difícilmente un intelectual sea tan conocido masivamente en la Argentina como José Pablo Feinmann. Para ello han colaborado sus columnas y artículos en la revista Humor y en el diario Página/12, y también su programa de televisión Filosofía aquí y ahora, emitido desde 2008 en el canal Encuentro, pero no menos que los guiones cinematográficos (por ejemplo, el de Eva Perón) y sus novelas llevadas al cine, como Últimos días de la víctima dirigida por Adolfo Aristarain en 1982. En todo caso, Feinmann lleva publicados cuarenta libros entre novelas, ensayos y obra de teatro. Polémico y apasionado, comprometido con la política desde su juventud, con el tiempo se ha convertido en un referente del análisis político y cultural. Su último libro, publicado recientemente, Gershwin, es un estudio tanto musical como filosófico. Recibió a Acción en su cálido departamento de la calle Azcuénaga, atestado de libros y bañado de suaves luces.
–José, siendo un intelectual comprometido con la política, en tu caso, ¿eso se explica por la influencia de Sartre respecto del «intelectual comprometido» que propuso?
–Se trata más bien de algo que proviene de mi militancia en la Juventud Peronista. El primer libro que publiqué se llama El peronismo y la primacía de la política. Se publicó en 1974. Y nunca se reeditó. Mejor dicho, se volvió a publicar en 1983 como Estudios del peronismo, pero era una versión pulida. El libro original nunca se reeditó. Lo pulí en la edición de 1983, en una época donde había mucho radicalismo gorila, para no quedar como un tonto de la década de los 70. Pero ahora editorial Planeta quiere publicarlo como el libro que fue y que escribí entre 1972 y 1973.
–Sí, la de editorial Cimarrón. En mi biblioteca hay un ejemplar que me regalaste de esa edición.
–Claro. Te recuerdo que esa edición sale a la calle el mismo día de la muerte de Perón. Era muy mal momento. Ahora Planeta quiere publicarlo como salió, con los artículos recopilados de la revista Envido, como sabés, y otros nuevos. A Ignacio Iraola, el editor de Planeta, se le ocurrió una faja que me conmovió. La faja dice: «El libro prohibido de Feinmann. Un homenaje a la juventud». Ahora vos me dirás: ¿fue prohibido realmente? Bueno, no, pero si El peronismo y la primacía de la política sale el mismo día de la muerte de Perón, eso significaba que lo prohibía la historia. En ese momento le dije al editor: sacalo de las librerías porque nos van a matar a vos y a mí.
–Ese episodio está narrado en algunas de tus novelas.
–Sí, pero los lectores tienen que estar tranquilos: no voy a escribir mis memorias porque ya las escribí.
–Supongo que la nueva edición llevará un prólogo.
–Un largo prólogo. Sobre todo, hay que considerar que es el libro de un escritor joven. Y uno, además, agarrado por la militancia y la historia. Fue mi primer libro publicado, pero yo tenía ya escritas varias novelas y obras que no había publicado. Ahora, cuando ingreso al grupo de la revista Envido, empiezo a militar en la JP. Por entonces yo era profesor de la universidad y, como tal, era conocido por la Juventud Universitaria Peronista, la JuP. ¿Y con quién comencé a trabajar en la revista Envido? Con Horacio González, con Jorge Luis Vernet, con Alcira Argumedo, con Arturo Armada, toda una generación… Y estábamos en contra, yo especialmente, de la lucha armada.
–¿Contra Montoneros?
–Contra Montoneros, FAP, FAR, el ERP. Estábamos en contra de la lucha armada en general.
–¿Cuál era tu propósito al publicar El peronismo y la primacía de la política?
–Era iluminar a las masas, aunque te parezca mentira. Porque yo era parte de la JP. El peronismo y la primacía de la política es un libro escrito al calor de la militancia. Difícilmente haya otro libro así. Está escrito al calor de las manifestaciones. La JP decía un viernes: «Hay que ir a rodear Gaspar Campos, la quinta de Olivos donde estaba Perón». Y el sábado había 60.000 militantes rodeando la quinta. En esa época yo era profesor y tenía un Renault 12, porque tenía una industria con mi hermano, donde en el baúl metíamos el bombo. Y yo decía: que bien la Renault, hace los baúles ideales para los bombos peronistas.
–Una vez concluida la dictadura volviste a la militancia.
–Sí, me quedé en el peronismo. Milité en la renovación peronista, pero renuncié enseguida. Yo estaba con Carlos Trillo, Álvaro Abós, Mempo Giardinelli, Chacho Alvarez, Mona Moncalvillo, Horacio González. Éramos un montón y renunciamos todos al Partido Justicialista. Chau, nos fuimos. Y ahí empecé a escribir artículos para la revista Humor, los que me hicieron bastante famoso, pero escribía desde una posición peronista personal, un peronismo sartreano de izquierda. Ya no militaba, es cierto, pero Andrés Cascioli, el director de la revista, me quería para contrarrestar el peso del radicalismo alfonsinista de Enrique Vázquez. Entonces aparecía yo con un peronismo refinado, culto, filosófico, marxista. Una vez un amigo de la infancia, un ex amigo, mejor dicho, que colaboraba con Tato para censurar películas, me dijo: mirá, vos te salvaste por mí, porque una vez vinieron a preguntarme dos capitanes qué hacíamos con vos y yo les dije: Feinmann es solamente un intelectual que dio una versión existencialista del peronismo. Y yo le dije: muy genial lo tuyo. Sí, me dijo, te salvé la vida. Y le respondí: sí, pero a cuántos no se la salvaste, a cuántos…
–Parece que un intelectual es alguien inofensivo en política.
–No creo que yo fuera un intelectual inofensivo en política, porque mis notas tenían muchos lectores. Durante el período de la revista Envido los pibes de la JP me leían mucho. En la época de Humor yo era muy famoso. Me acuerdo que una vez fui a buscar a María Julia [Bertotto, escenógrafa y vestuarista, esposa de JPf] a La Plata, donde estaba haciendo La noche de los lápices, fuimos a comer, y el mozo me dice: «Pero Feinmann, qué alegría tenerlo aquí». María Julia se hinchaba de orgullo. Y, por supuesto, yo me ponía muy contento. La revista Humor vendía muy bien y yo allí estaba inventando un peronismo democrático, sobre todo, y de izquierda. Mis análisis no trabajaban con esquemas peronistas, como patria-antipatria, a los que nunca les concedí importancia.
–¿En ese momento no estabas ligado con ninguno grupo peronista?
–Un poquito con la renovación, pero no demasiado. Era la época en que Menem era bueno y usaba patillas. Pero yo no tenía contacto con los dirigentes de la renovación. Escribía mis artículos en Humor, daba mis charlas, publicaba algún libro. Lo de siempre.
–¿Tampoco hubo contacto con los intelectuales que rodeaban a Alfonsín?
–No, aunque digamos que fui bastante cariñoso con Alfonsín. Porque no era un necio y me daba cuenta de que garantizaba la democracia argentina y no los peronistas. Además, los primeros 2 años de la presidencia de Alfonsín fueron buenos, hasta el juicio a la junta militar. Con José Aricó y Juan Carlos Portantiero, que estaban entre los intelectuales de Alfonsín, nos veíamos en el bar de Librería Gandhi. Por entonces Aricó todavía no podía olvidar su viejo pasado y cantaba la Internacional en el bar de la librería. Portantiero me miraba como diciendo: «fijate este loco». Eran dos personajes muy distintos. No hay que olvidar que Portantiero, a fines de la década menemista presentó un libro de Mariano Grondona.
–Caramba…
–Así es. Y, a la vuelta del exilio, nos juntamos Portantiero, Aricó, Nicolás Casullo, Horacio González, Julio Bárbaro… Bárbaro en esa época era un gran tipo, sano, un progre. Lo había ido a buscar la banda de Aníbal Gordon y se salvó. Claro, ya no es un flor de tipo… Pero, en aquellos años, con esa voz fangosa que tiene, Bárbaro le pregunta a Portantiero: «Che, así que no somos más revolucionarios». Y Portantiero le dice: «No, somos reformistas y de centro». Así Portantiero volvió desde el exilio en México. En realidad, así volvió todo el Club Socialista. Acá se unieron Oscar Terán, Beatriz Sarlo, Pablo Giussani, entre otros. Entre Portantiero y Juan Carlos Torre escriben el gran discurso de Parque Norte pronunciado por Alfonsín. A mí gustó, es una extraordinaria pieza política, pero la gente común no entendió nada. Luego, ya totalmente transformada en una socialdemócrata de derecha, Sarlo se dedicó a agredir al kirchnerismo.
–Pero entonces, ¿cuál es la función de un intelectual en la política?
–A los políticos, te diría, hay que ayudarlos a pensar, y con coherencia. Hay que decirles: «Escuchame, si vos dijiste antes esto, ahora no podés decir esto otro». No hay que perdonarles una. Hay que ejercitarlos en la memoria. Muchos dijeron que se apenaban de la matanza que llevó a cabo la dictadura y, después, atacaron a un gobierno, como el kirchnerista, que juzgó a los genocidas.
–Sin embargo, un intelectual orgánico no se comporta de ese modo.
–Nunca fui un intelectual orgánico. ¿Vos crees que yo recibí algo de los gobiernos kirchneristas?
–No lo sé.
–No recibí nada.
–Pero durante la presidencia de Néstor Kirchner estuviste muy cerca.
–En el primer momento. Cristina, en cambio, jamás me llamó para tomar un café. Además, el kirchnerismo se enfureció conmigo varias veces. En el reportaje que me hizo el diario La Nación, la verdad, se me escapó cuando dije que no me gustaba el hotel que había comprado Néstor. Pero, la verdad, no me gustó. A mí no me gusta nadie que se compra un hotel de 2 millones, o no sé cuánto era. Los 11 departamentos de Zaffaroni tampoco me gustan, porque yo no podría tener ni loco 11 departamentos. Y como yo, un montón de gente. La mayoría. Para mí alguien que tiene un hotel de 2 millones u 11 departamentos pierde sensibilidad popular.
–Maquiavelo dice que un príncipe debe ser austero, y si no lo es, al menos debe parecerlo.
–Exactamente. Estoy de acuerdo. Eso lo dice en El Príncipe. También dice en ese libro que entre ser amado y ser temido, es preferible ser temido.
–Sí, aunque no odiado. En todo caso, ¿es mejor para un intelectual en política ser temido o amado?
–Ser temido, sin duda, pero también amado por otros. Si salimos a la calle, juntos, después de la nota, te aseguro que en una cuadra me saludan por lo menos doce personas.
–De todas maneras, tu posición respecto del kirchnerismo es más favorable que desfavorable.
–Bueno, es más favorable debido a cuestiones muy elementales. Fue histórico cuando Kirchner ordenó bajar el cuadro de Videla. Hizo juzgar a Jaime Smart, exministro del general Camps. Ese tipo, Smart, tiene algunas frases terribles. Por ejemplo: «Los culpables de todo son los intelectuales». La recuperación del Estado por parte del kirchnerismo también es un aspecto favorable. Solo que eso no es el kirchnerismo, ese soy yo, así pienso yo. No en vano me reuní con Néstor dos años. Le pasé toda mi letra, que coincidía con la que él quería. Yo estuve siempre a favor de la regulación del mercado, de ponerle freno a las trasnacionales, de la intervención del Estado. A la pobreza y el hambre generada por el mercado, le sigue la antidemocracia y el golpe autoritario. Yo no fui oficialista, sino que el oficialismo pensaba como yo.
–Se infiere que tu relación era con Néstor, no con Cristina.
–Cristina no aparecía. De todas maneras, cuando en 2006 Néstor quiso que Luis Barrionuevo ingresara al kirchnerismo yo me opuse. Escribí el artículo El factor Barrionuevo criticándolo en Página/12 y otra en contra que no me acuerdo el título. Después Néstor me envió un mail, el famoso «mail del Presidente», donde me refutaba. Cuando Planeta se entera de que yo tenía un mail del presidente, en ese momento, muere Kirchner. Entonces Iraola, el editor de Planeta, viene a casa a leer ese mail y, después de leerlo, me dice: escribí un libro alrededor de este mail. En El flaco está todo claro.
–Sí, lo que está claro es que privilegias más la independencia intelectual que el compromiso político orgánico.
–Siempre voy a privilegiar la independencia intelectual, porque es lo único que no se compra, si el intelectual es decente. El intelectual tiene que ser independiente. Nadie me puede decir a mí: «Che, José, no escribas sobre tal cosa porque no es conveniente para las elecciones de dentro de una semana». A mí nadie me puede impedir lo que quiero decir hoy porque me parece que tengo que decirlo hoy y chau.
–¿Algo que decir sobre Mauricio Macri presidente?
–Solo espero que sea un buen administrador y un hombre de la democracia.
–Todo indica que los políticos le dan más lugar a un intelectual como Durán Barba que a otro tipo de intelectuales.
–Lógico, yo soy un intelectual incómodo. Si yo no fuera incómodo no estaría haciendo mi programa en la radio de la Universidad de Córdoba. Para mí es un honor trabajar en una radio universitaria, pero lo escucha muy poca gente. Digo lo que pienso, en libertad, y la libertad es el fundamento del ser.
—Rubén Ríos
Fotos: Jorge Aloy