Sociólogo e investigador del CONICET, con vasta trayectoria académica en Argentina y Estados Unidos, plantea una mirada que cruza la teoría democrática, los discursos públicos y la influencia de los medios de comunicación. Caracterización, desde ese enfoque, del kirchnerismo y el macrismo.
15 de enero de 2020
Martín Plot es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín (UNSAM), en la cual es profesor y, además, doctor en Filosofía por la New School for Social Research de Nueva York. Fue director fundador del MA Program in Aesthetics and Politics y profesor regular de Teoría Política Contemporánea en el California Institute of the Arts. Ha residido en Estados Unidos durante 18 años. Hoy, de regreso en Buenos Aires, trabaja como investigador del CONICET y del Instituto de Altos Estudios Sociales, en donde recibió a Acción. Plot se ocupa de temas como la teoría democrática, el estudio de la acción, los discursos y los regímenes políticos, y la política y sociedad en los Estados Unidos y la Argentina y, sobre todo, de estética política. Este último campo, de forma destacada, comprende a los medios de comunicación y la realidad política, una relación que Plot aborda sin prejuicios y lucidez, tal como lo hace en su último libro, The Aesthetico-Political. The Question of Democracy in Merleau-Ponty, Arendt, and Rancière, publicado por la editorial Bloomsbury, de Londres.
–Considerado tu especialidad, la pregunta se impone: ¿cuáles son las características estéticas de la política argentina, sobre todo en los últimos años?
–La política argentina y cualquier política, porque el carácter estético de la política es su carácter democrático. Lo que ilumina la idea de lo estético es que el mundo se percibe desde muchos lugares, desde múltiples perspectivas. En el pasado era la religión la que dotaba de un exterior a la sociedad, pero en los tiempos contemporáneos no existe un punto interior de la sociedad desde donde ella puede percibirse como totalidad. Lo que trato de subrayar cuando hablo del carácter estético de la política es esa multiplicidad. Por lo tanto, todos los lugares de percepción son igualmente legítimos y por eso disputan, los unos contra los otros, para sostener que su punto de vista es el más legítimo y, en consecuencia, el que merece más apoyo popular. En eso consiste la lucha democrática.
–Es un concepto que se diferencia de aquello que Walter Benjamin llamaba «estetización de la política».
–Se diferencia en mucho. Benjamin con esa fórmula quería decir «espectacularización de la política», en el sentido de una manipulación, de un control ejercido desde una sola perspectiva. Benjamin pensaba en el totalitarismo nazi, en el fascismo y en sus puestas en escena controladas desde un centro perceptual, el partido único o el Estado. Era algo problemático porque otorgaba a un solo actor el monopolio de lo visible que imponía al resto de la sociedad.
–¿Eso no sucede en las democracias contemporáneas?
–Pero todo el tiempo se encuentran bajo el peligro de que eso suceda. Este es uno de los grandes debates de los sectores progresistas del mundo, no solo en Argentina, respecto de los medios de comunicación. Lo que está en juego es que no exista un monopolio de lo visible, de lo que la sociedad perciba como importante o como accesorio. No solo el Estado puede monopolizar lo visible. En Estados Unidos y Argentina, que son los países que más conozco, la situación es muy semejante. Hay dos o tres grandes corporaciones de medios que, si se ponen de acuerdo, determinan la agenda. En Estados Unidos no sucede tan fácilmente, porque hay una mayor polaridad de medios. Hay cadenas televisivas a favor de los demócratas y otras, como Fox, republicanas. El mandato democrático debe enfrentar la estetización de la política de los sectores económicamente más concentrados, pero no con una estetización alternativa.
–¿Los medios son determinantes de lo estético político?
–Son determinantes porque, en las sociedades contemporáneas, los medios constituyen el espacio público, y pueden contribuir a un debate público más democrático o pueden corromperlo.
–Sería interesante saber si, a tu juicio, hay elementos de estética política en común entre Estados Unidos y Argentina.
–Hay en común una hiperpartidización. En Estados Unidos existen posiciones diferenciadas, pero en Argentina se secciona la percepción. Si uno ve C5N y TN, ve dos mundos completamente distintos. Es imposible pensar la realidad económica, política y social de Argentina solamente viendo uno de esos canales. El problema es la falta de debate acerca de lo que conviene más al país. Se parecen también los medios estadounidenses y argentinos en creer que le hacen un favor a la democracia difundiendo una perspectiva cerrada de la sociedad. En todo caso, en la Argentina, la perspectiva puede ser tan sesgada de un lado como de otro, aunque hay uno de los actores que domina sobre los otros en cuanto a la determinación de la agenda. Sin embargo, estamos lejos de una estetización de la política al modo benjaminiano.
–¿Cómo definirías este fenómeno que tiende a la estetización de la política, como un peligro, pero que no llega a consumarse?
–Como un modo de aparecer y no aparecer la sociedad ante los ciudadanos. Cuando aparece en los grandes medios, cuando se hace visible, lo hace en forma de mundos aislados. Ni hablar si se suman las redes como Facebook o los accesos por menú donde uno busca lo que quiere y lee o escucha solamente lo que quiere escuchar o leer. Hasta hace unas décadas lo preocupante era la baja cantidad de medios de comunicación, porque el monopolio de ellos por parte del Estado o el mercado controlaba la estética política de lo que aparecía. Hoy ese problema se ha reducido, pero ha surgido otro: la hiperfragmentación. Ya no miramos todos lo mismo. De ahí la virulencia con la que la gente se expresa para con otros que no piensan lo mismo. Es como un choque entre planetas o realidades paralelas.
–¿Entonces de qué democracia se trata?
–De la que podemos tener en esas condiciones de estética de la política. Peor sería no tener democracia. En la Argentina actual, no vivimos en un régimen político-constitucional inaugurado en 1853, 1949 o 1994, momentos formalmente constitucionales. En la Argentina de hoy seguimos viviendo en la matriz de sentido nacida en 1983. Que sigamos viviendo en esa matriz de sentido no quiere decir que no haya habido o siga habiendo intentos por cambiarla. Luego de las elecciones del 27 de octubre, el dilema de Alberto Fernández es decidir si la interpretación que le da a su llegada al poder es la de profundizar o, a la inversa, abandonar el régimen político-constitucional nacido en el 83. Hagamos un juego matemático. Si el 54% de las elecciones presidenciales de 2011 y el 42% de las elecciones legislativas de 2017 llevaron al vamos por todo y luego a la derrota tanto al kirchnerismo tardío como al macrismo realmente existente, quizás el 48% de Alberto Fernández sea la justa medida para generar un gobierno que sepa que su sentido no es el de encabezar un nuevo movimiento constitucional sino el de dar cumplimiento a las promesas del 83.
–Uno de tus libros es sobre el kitsch político, un concepto de la crítica del arte para definir las baratijas estéticas aplicado a la política.
–El kitsch político es una teoría de la acción que enfoca cierta práctica de los actores políticos en el contexto de la estética de la política. El actor político quiere que la sociedad haga lo que juzga conveniente, pero necesita que lo apoye la mayoría. Vive en esa tensión entre las convicciones propias y el mundo en común que tiene que aceptarlas. Esta tensión suele simplificarse mediante la política ideológica, que tiende a imponerse sobre la resistencia de la pluralidad de la sociedad y a veces violentamente, y la más usual en las democracias contemporáneas, la que imita a Groucho Marx cuando dice: «Yo tengo mis principios, pero, si no le gusta, tengo otros».
–Parece una buena manera de identificar el político kitsch.
–El político kitsch es realmente un profesional de la política. Sin embargo, no olvida, como hace el político ideológico, que el mundo es plural y que su éxito depende de los otros, solo que no intenta persuadirlos de que su propuesta política es la mejor. Hace otra cosa. Simplemente, mediante encuestas o focus group, se fija en qué quieren los otros y decide querer lo mismo. Entonces repite lo que sus asesores le dicen para llegar al éxito. En la Argentina se los conoce como «panqueques». Para mí llamarlo «político kitsch» ilumina mejor a estos políticos, porque son expertos en empobrecer el debate público y la vida democrática.
–¿Qué papel cumplen, en ese sentido, los consultores, encuestadores y otras especialistas en sondeos de opinión?
–Como sucede en muchos ámbitos, entre los encuestadores también hay gente honesta e inescrupulosa. La relación entre el actor político que demanda esos estudios y el que los genera, el consultor, no necesariamente es incorrecta. El actor político, por ejemplo, puede querer hacer su discurso más persuasivo y entonces recurre a los focus group. También reconozco que hay una hipermercantilización de estos estudios sociales, y en muchos casos falta una ética, ya que sabemos que algunos retocan los resultados para conformar a sus clientes o manipular al electorado. Así y todo, hay mucha ilusión respecto de la eficacia de las encuestas.
–¿Mucha ilusión?
–Es que ningún candidato gana porque lo diga una encuesta. Además, la gente quiere responder cada vez menos a las encuestas.
–¿En qué términos sería posible describir la estética política del kirchnerismo?
–El primer kirchnerismo es extraordinariamente estético en sentido democrático. El discurso de la transversalidad de Néstor Kirchner es estético político porque acepta que hay una pluralidad de otros, que no piensan como uno, y con los cuales hay que tejer alianzas. Lo que va ganando terreno, a causa de algunas dificultades, junto con el triunfo arrasador de 2011, es la impresión de que ya no necesitaban alianzas. Lo estético político cede ante un voluntarismo ideológico y los principales dirigentes se olvidan que nadie tiene asegurado expresar indefinidamente a las mayorías populares.
–El hecho es que la alianza Juntos por el Cambio sedujo a una gran franja de la población y logró más del 40% de los votos. ¿Qué es lo que provoca esa seducción?
–Un saber epistémico que ofrece atravesar grandes dolores para, luego de ese momento necesario, alcanzar una situación ventajosa. Esta posición, que a algunos les parece insostenible por el costo social que genera, no es de ningún modo insostenible. Un número significativo de argentinos conciben el futuro de esa manera. Bombardeados por ese discurso piensan que el Estado democrático que trata de garantizar condiciones mínimas de vida para todos los miembros de la sociedad, desde el punto de vista de ellos, es ayudar a los que no quieren trabajar.