28 de noviembre de 2022
La dirigente ecuatoriana propone desarrollar nuevas estrategias políticas para fortalecer el progresismo frente a los ataques de la derecha global.
Dice la ciencia meteorológica que, por razones diversas, un huracán nunca pudo ni podrá formarse sobre la línea del Ecuador. Eso es porque no conoce a Gabriela Rivadeneira, expresidenta de la Asamblea Nacional ecuatoriana y actual directora ejecutiva del Instituto para la Democracia Eloy Alfaro.
La mujer, de 39 años, bajó del avión que la trajo de México a Buenos Aires y fue sin descansar al Centro Cultural de la Cooperación (CCC) donde no dejó abrazo por dar ni sonrisa por ofrecer. Todo al servicio de una idea: «La dignidad de los pueblos», suelta en una conversación con otros dirigentes latinoamericanos, reunidos para celebrar los 20 años de la batalla cultural del CCC.
Como el expresidente Rafael Correa (en Bélgica), Rivadeneira está en el exilio. El vice de Revolución Ciudadana, Jorge Glass, quedó en su tierra, pero preso. La persecución incluyó la proscripción partidaria. Y aun así la dirigente ecuatoriana sigue creyendo que es posible continuar mejorándole la vida a la gente, considerando que para eso «es necesario reivindicar a la cultura como una herramienta de potenciar políticamente la revolución de las conciencias».
–Esa batalla cultural, planteada incluso en Argentina y la región, no parece consolidada, ¿no?
–En la primera década del siglo XXI, cuando arrancó toda esta maravillosa ola transformadora en el continente, nos olvidamos de disputar ese territorio. El debate sobre la politización de la sociedad es atravesado profundamente por las herramientas de la cultura, porque así crecimos. Cuando yo empecé mi militancia, a los 13, 14 años, lo hice desde una cultura antiimperialista, una cultura más sensibilizada, que le daba más contenido a la participación política. Hoy vemos, en cambio, la militancia del confort. Aun siendo oposición en el caso ecuatoriano o aun siendo Gobierno en el caso argentino y de otros países de la región estamos en una etapa de confort y yo creo que hay que sacudirnos y la única forma de hacerlo es realmente desde el ámbito de la cultura, de la literatura, de la música, del teatro, del cine.
«Uno de los logros que jamás nos van a perdonar a los Gobiernos progresistas es haber jugado en la geoeconomía. Eso significó disputar la hegemonía.»
–La cultura es política, y viceversa.
–¡Claro! Y hay que repensar cómo volver a debatir la política a través de las expresiones culturales, es un reto que tenemos actualmente, un desafío profundamente transformador porque ahí están nuestros hijos, nuestras hijas. El dejarlos en el vaciamiento de lo que hoy significa la comunicación y la globalización de las redes sociales es peligrosísimo. Corremos el riesgo de que esas generaciones, las que deberían tomar la posta, resulten facilitadoras de una transición hacia sociedades mucho más violentas, que convivan naturalmente con muestras del fascismo. Los mensajes violentos son más sencillos de asimilar que la profundidad de la política, que tiene siempre la lógica del enfrentamiento, es naturalmente polarizadora: o estás o no estás, y si estás en el medio también estás en un lado. Necesitamos reorientar el quehacer del progresismo. Hoy el Big Data nos indica que las luchas son focalizadas y segmentadas según un interés o necesidad particular o de grupo. Por eso necesitamos profundizar los lazos culturales, porque la cultura sensibiliza y unifica.
–¿Cómo hacer para explicar que lo que está en juego no afecta a un partido o persona política sino a todo el funcionamiento de la democracia?
–Hay que contar que nuestras democracias están laceradas, hay que observar lo que sucede en su contexto. Y para hacerlo suelo dividir el último período de la humanidad en tres momentos. En los 70 y 80 fueron las dictaduras militares, que sirvieron para marcar una profundización de un sistema neoliberal nefasto que dio paso a lo que fue la dictadura económica de los 90.
–La miseria planificada, dijo Rodolfo Walsh en su Carta Abierta a las Juntas, en 1977…
–Es que los propios capitalistas denominaron a los 90 como el capitalismo planificado, organizado, es correcta la analogía. Cuando tú metes dictaduras militares adoctrinas, disciplinas tendencias. Los 90 se quedaron vacíos de tendencias. No de movilización, porque movilización ha existido de forma permanente por parte de nuestros pueblos, pero sí de una contrapostura o contraposición a esa profundización neoliberal. Luego de ese período viene el ciclo progresista de inicios del siglo XXI que transforma esa cosmovisión, uno de los mayores logros que jamás nos van a perdonar a todos los Gobiernos progresistas: haber jugado en la geoeconomía. Eso significó disputar la hegemonía y ayudar a economías crecientes. ¡Qué osadía! Disputar una hegemonía instalada en nuestro continente desde 1823. El tercer período es la actual dictadura del lawfare, la dictadura de la guerra judicial. Nada de lo que pasa es casual, nace de una técnica de disciplinamiento. ¡Cuidado con golpear la hegemonía! Muchos creen que la táctica empezó con las destituciones de Manuel Zelaya en Honduras y Fernando Lugo en Paraguay. Nosotros creemos que tomó definitivamente forma desde el impeachment a Dilma Rousseff en Brasil. Y en Ecuador la profundizaron. Fueron experimentando hasta llegar a una técnica absolutamente vigente. Y el ataque fue distinto. No fue solo por temas administrativos y judiciales, no solo fue a través de una tremenda campaña mediática. Además de eso cometieron una proscripción partidaria, que no había ocurrido antes en la región. Atentaron contra el partido, contra la tendencia, contra el símbolo. A la figura (Rafael Correa) también la proscribieron, pero como consecuencia de lo anterior. Todo para demostrar que no existía la fuerza movilizadora de un partido fuerte.
«Cada país está preocupado porque la crisis no es solo económica, es multidimensional. Requiere que te concentres y mucho hacia tu propia coyuntura.»
–Da escalofríos decirlo, veníamos hablando de dictaduras, pero fue una desaparición.
–Claro, las dictaduras tienen factores que terminan siendo transversales. La desaparición de los símbolos, de las identificaciones, es el primer paso para golpear. A medida que va mermando la simbología del pueblo, se ingresa en una etapa de sumisión y resignación. Y este estado de abatimiento permite que, aunque retornemos a una democracia representativa sumamente liberal a ciertos espacios de gobierno, la pandemia y la guerra nos someta a una etapa de aislamiento. La segunda etapa del ciclo progresista tiene tendencia a volverse hacia adentro, internarse. Cada país está preocupado porque obviamente la crisis no es una crisis económica, es una crisis multidimensional. Esto requiere que te concentres y mucho hacia tu propia coyuntura. Así la integración, que es una de nuestras grandes potencialidades, ha quedado en segundo plano. Ya no basta con decir que estás a favor de la integración, se necesita saber cuál es la estrategia, la táctica y los recursos que necesitas para concretarla. Es lo que hábilmente, en la primera época del siglo XXI, promovió Hugo Chávez, un actor absolutamente claro para hacer de la integración una apuesta real más allá de la retórica. Hoy estamos debilitados, sin una cabeza que guíe el retorno a esa senda.
–Estuviste con la vicepresidenta Cristina Fernández tras el atentado que sufrió, ¿cómo la viste?
–La visitamos en el Senado junto con Rafael Correa. La vi muy entera. Fue muy emocionante porque más allá del cariño personal se trata de la principal figura femenina del continente y pudieron matarla como resultado directo de la escalada que tomó la guerra judicial contra ella. Justo vinimos a presentarle un documental sobre el lawfare en Ecuador que no casualmente está dedicado a ella, dirigido por un mexicano que nos conoce bien, medio gabinete está exiliado allí (ríe).
«Cristina es la principal figura femenina del continente y pudieron matarla como resultado directo de la escalada que tomó la guerra judicial contra ella.»
–«Siempre es bueno compartir y conversar con ellos sobre la realidad que viven nuestros pueblos», dijo Cristina.
–Y fue muy bueno para nosotros también. Y para insistir sobre un concepto: las democracias o la democracia burguesa liberal tal como la conocemos, vigente desde la Revolución Francesa, están quedando obsoletas. Estamos viviendo en estados de las nuevas dictaduras que también tienen que ser estudiadas. Debemos reivindicar las democracias como las formas más puras de participación del pueblo, esas que Álvaro García Linera (exvicepresidente de Bolivia) denomina «democracias plebeyas», pero que al final terminan siendo una mezcla entre democracia representativa y democracia participativa. Hay que buscar más opciones de que tu voz pueda valer en un mundo en el que ahora nuevamente las voces de las mayorías son absolutamente invisibilizadas y comercializadas. Es como un regreso a la pesadilla de los 90. En esa búsqueda de algo distinto es importante sentirse acompañado, cobijado. Los megapersonajes, los megafuertes son también seres humanos. Lo que ha hecho gran parte del pueblo argentino y del pueblo latinoamericano de abrazar a Cristina es una muestra de verdadero amor.