Voces

El poder en el medio

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Académico e investigador, analiza la comunicación en el contexto del periodismo bajo la sombra de los servicios de inteligencia y los intereses políticos, las nuevas formas de consumir información y cultura y la hiperconcentración empresaria nacional y global.

La crema del establishment periodístico argentino y las mayores empresas de medios decidieron exponerse en un caso que, amén de las responsabilidades que determine la investigación judicial, sirve como testimonio de época por los vínculos entre el periodismo político y los servicios de inteligencia, que de tan íntimos confunden a sus protagonistas y a sus destinatarios acerca de quién es la fuente y cuál es la función de cada cual». Martín Becerra reflexiona de este modo sobre el caso D’Alessio-Santoro y extiende su análisis en diálogo con Acción. Investigador del CONICET, profesor en las universidades nacionales de Buenos Aires y Quilmes, es uno de los especialistas más consultados en temas vinculados con la comunicación. A su juicio, el escenario actual muestra una «descomposición del ecosistema de medios» frente a las nuevas tecnologías y formas de consumo de información y cultura. En ese contexto, Becerra –doctor en Ciencias de la Información por la Universidad de Barcelona– también observa el entramado complejo de la comunicación, cruzada por lo que ocurre con los contenidos informativos mezclados con los intereses políticos y comerciales que inciden, cada vez más, en lo que se publica y, para completar el panorama, con los servicios de inteligencia en el centro de la escena.  
–¿Qué muestran acerca del periodismo argentino los hechos que se están develando en la causa que protagoniza el falso abogado Marcelo D’Alessio e involucra al periodista Daniel Santoro y al fiscal Carlos Stornelli?
–Varias cosas. Primero revela un estado de descomposición de valores profesionales, que con una mirada indulgente uno podría decir que es algo no exclusivo de la Argentina, porque con la crisis del sistema de medios en general, es lógico que quienes trabajan en ese sistema entren en crisis respecto de lo que constituye a esa profesión, de los valores que los han sostenido, independientemente de si son buenos o malos. Por otra parte, creo que hay una cuestión económica, que refiere al contenido de lo que este caso revela, que es que el trabajo periodístico está pauperizado, precarizado, con menos recursos, con una merma de todo tipo de recursos. Me parece que recurrir a los servicios de inteligencia, a que parte de los insumos te los den masticados, sean los servicios de inteligencia o sean oficinas de relaciones públicas de dependencias oficiales, del Estado, forma parte ya natural de la rutina periodística. Lamentablemente. Porque me imagino que si tuviesen mayores recursos económicos, tiempo, periodistas, guita, todo, para procesar, elaborar, investigar, producir, hacer todo aquello que hace un periodista, probablemente la incidencia de los servicios, que tienen la ventaja de que ya te dan la carpetita hecha, el título, todo, bajaría. Ahora, me parece también muy revelador de este caso que los servicios de inteligencia marcan los ritmos del periodismo, de la Justicia federal, como ya era obvio, y de una parte importante de la agenda política.
–Si carece de recursos un periodista que trabaja para el multimedios más grande del país, ¿qué les queda a los demás?
–Es como vos decís. Si el que tiene reconocimiento, está en el diario con mayor espalda, en el multimedios más grande, tiene estas limitaciones, qué les queda a los que trabajan en una pyme, que son multiempleados y corren todo el día para llegar a fin de mes.
–Además, han hecho tapas con notas de origen al menos dudoso y que fueron luego desmentidas.
–Sí, el cuidado editorial de Clarín es mucho menor que el de La Nación, que tiene un tratamiento profesional mucho más cuidadoso. Se equivocan y operan políticamente también, pero con más cuidado, pero Clarín… Para mí empieza a desbarrancar allá por 2000-2001, a partir de la creciente facturación de Multicanal en el conglomerado empresario. La conducción del grupo se ve, de manera correcta, como un grupo mutante desde lo periodístico, donde antes obtenía sus mayores ingresos, hacia las comunicaciones, que en realidad son conectividad, porque lo que hacía Multicanal era empaquetar señales, muchas de las cuales no eran propias, y llevarlas a los hogares. Es decir, cuando el negocio empieza a ser los fierros, la conectividad, la tecnología, el cuidado por la línea periodística empieza a desbarrancar, y subordinan, de manera ostensible, el tratamiento periodístico a los negocios económicos. La Nación, en cambio, sigue siendo un grupo periodístico, de derecha, que opera, con todo lo que sabemos, pero su negocio sigue siendo hacer periodismo.

–En el caso de Clarín, hay además cierta paradoja, nunca tuvo tanto poderío económico como ahora, pero al mismo tiempo perdió credibilidad, audiencia y lectores.
–Es una decisión de la conducción del grupo y sé que tiene el acuerdo de la dirección del diario. Para la conducción del grupo Clarín llevarse puesto al periodismo ha sido un daño colateral. Clarín perdió muchos más lectores en papel que el resto de los diarios, en términos relativos. Todos bajaron en cantidad de lectores, Clarín bajó mucho más. Y en el mismo sentido se explica la disputa entre Infobae y Clarin.com por la lectoría digital. Un grupo, que al lado de Clarín es una pyme, le disputa el liderazgo digital a un multimedio gigante, que tiene todas las herramientas, la sinergia con todos sus otros medios, la radio con más rating, el canal con más rating, señales de noticias, etcétera; todo, también hay que decirlo, con ayuda del Gobierno que le limpia el terreno ante cada competidor serio que puede aparecer. Y, así y todo, pierde con Infobae.
–Decías que los servicios de inteligencia marcan el ritmo. Esto no solo habla del periodismo, sino también de la calidad de la democracia.
–Estoy de acuerdo. Lo que me parece clave es que el estamento político profesional no se puede hacer el distraído. En términos sistémicos no se puede eludir la responsabilidad del estamento político que designa a esos jueces, hay un mecanismo institucional que degrada al sistema democrático, sobre todo en lo que hace a control popular, a participación social, y tiene ahí un grano gigantesco, lleno de pus y mugre. No se pueden hacer los distraídos. Esos servicios de inteligencia, esos jueces federales, tienen padrinos políticos. Por momentos lógicamente la criatura se independiza y los somete con todas las malas artes que son capaces de desarrollar y exhibir, y muchas de las tapas de los diarios juegan ese jueguito de extorsión, te muestro esta carta, guarda con lo que hacés. Son mensajes, pero la tutela política de este proceso es insoslayable.
–¿Cuál es tu análisis de lo ocurrido en los últimos tres años en materia regulatoria de la comunicación?
–Es una regresión notable en materia de derechos, que va a costar mucho levantar. El Gobierno lo que ha hecho es regular intensivamente el sector, es decir, lejos de la prédica neoliberal de desregulación, el macrismo ha sido un intensivo regulador de las comunicaciones a espaldas del Congreso. Y ese Congreso, además, no reaccionó ante el rol subordinado que le cupo en esas regulaciones unilaterales del Ejecutivo. Todos los decretos tienen un común denominador, que ha sido la hiperconcentración del sector, beneficiando a un solo actor, el grupo Clarín. No siempre al resto de los grupos concentrados, porque fijate que a Telefónica en particular, las decisiones de este Gobierno le han sido muy contraproducentes, y estamos hablando de un megagrupo. El Gobierno no ha entendido esto de la convergencia, mientras se llenan la boca hablando de convergencia, y de competencia en la convergencia, ha sido un gobierno anticompetencia, porque al estimular el crecimiento del poder dominante de un actor, amputa la potencialidad competitiva de los demás, incluso desde una perspectiva de mercado capitalista. Y ha sido anticonvergente, en el sentido de que ha investido a un solo grupo de la posibilidad de dar todos los servicios, y a todos los demás les ata las manos. Es como si a mí, que practico boxeo, me suben a un ring contra Mayweather (excampeón mundial). Hay uno que es un profesional, que ha tenido durante 25 años la posibilidad de entrenarse y yo no, y me decís: compitan. Pero además me atás la mano derecha. No hay competencia posible. Eso es lo que hace el Gobierno en comunicaciones, les dice: suban al ring. Pero uno tiene acceso al espectro radioeléctrico y otros no, uno tiene redes troncales y otros no, uno tiene, gracias a la previa fusión de Multicanal y Cablevisión, la mejor red, la más equipada, y los otros no. No es así. Si quisiéramos hacer competencia en serio, el Estado tendría que desarrollar políticas públicas dirigidas a atenuar esas asimetrías que son constitutivas del sector de las comunicaciones. Eso es, yo diría, desde el derecho a la comunicación, el derecho al acceso a la cultura, muy regresivo. Y no veo en la Argentina que el tema forme parte de la agenda política, como sí ocurre en otros países. Fijate que en Estados Unidos la senadora Elizabeth Warren se lanzó a la candidatura presidencial hace unos días, diciendo que hay que partir a Facebook, Amazon y Google, mediante una ley antimonopólica. Eso aquí nadie lo dice.

–En tus artículos te referís a menudo a la descomposición del ecosistema de medios. ¿Cómo se refleja en la Argentina?
–Si lo vemos desde la perspectiva del usuario, del ciudadano que consume información y entretenimiento, hay una descomposición, porque antes estábamos sometidos a una dieta programada por grandes empresas, y hoy esa dieta se descompaginó, se desorganizó. Es una dieta probablemente más variada en cuanto a las unidades que la conforman, pero ya no dependen solo de la programación de un medio. Hay nuevos editores de la dieta, está más atomizado, son recomendaciones que te hacen conocidos o amigos, te llegan videos por WhatsApp, lo compartís en otra red, notas que comentás con otros grupos. Antes te quedabas con la radio que escuchabas todo el día o el canal de televisión, ahora no. Y esto a los editores de medios, a las empresas, los pone de la nuca, los saca de eje, descompone completamente el negocio, les da en la línea de flotación. Ahora, lo que me parece que no alcanzan todavía a capitalizar los editores y dueños de medios es el hecho de que se descompagina la programación de esos contenidos, pero seguimos hablando sobre esos contenidos, son los que siguen alimentando la conversación pública.
–¿Los contenidos generados por los medios tradicionales?
–Efectivamente. A los que estudiamos los medios y la comunicación también nos descompagina la teoría con la que abordábamos la circulación de información y entretenimiento, porque así como muchos editores de medios reaccionan nostálgicamente, queriendo recomponer una forma programada de flujo de información, muchos colegas quieren recomponer nostálgicamente la falta de teoría sobre esto que es nuevo. Dicen: bueno, donde antes estaba el maléfico señor Magnetto ahora ponemos a Google. No es así. Funciona de manera diferente.
–¿Los medios alternativos tienen más posibilidades de ganar espacios en este nuevo contexto?
–Te contestaría que sí, tienen más potencialidades que hace 20 años esos medios alternativos, sea porque su mensaje, su modo de gestión o su proyecto social es alternativo. Sin embargo, la probabilidad de que su contenido se masifique no aumentó. Porque la probabilidad depende de la concentración de la propiedad, de la concentración de la riqueza, de la inversión de recursos que se necesitan para generar contenidos curados, editados, profesionalmente atractivos. Entonces, como la concentración es cada vez más feroz, la probabilidad de que eso se viralice, se masifique o se convierta en un tema de conversación masivo en la sociedad es una probabilidad baja. No está clausurada, pero es baja.

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