Vive en el barrio londinense de Notting Hill pero conoce profudamente Latinoamérica porque recorrió la región desde fines de los 60. Así conoció al guerrillero argentino-cubano y a Hugo Chávez. Es amigo del líder laborista Jeremy Corbyn y partidario de que las Malvinas sean argentinas.
26 de abril de 2017
Richard Gott es británico, periodista, historiador y militante. Como corresponsal de The Guardian en Latinoamérica cubrió desde la muerte del Che Guevara hasta el proceso chavista y, como activista, pelea por un Brexit por izquierda y lidera –junto con el líder laborista Jeremy Corbyn– el movimiento Diálogo por Malvinas. Su crónica sobre la muerte del Che fue publicada el 11 de octubre 1967. Fue su texto el que confirmó la noticia de la muerte. Decía así: «El cuerpo del Che Guevara –el revolucionario latinoamericano– voló hasta esta pequeña ciudad montañosa al sureste de Bolivia a las cinco de la tarde. Desde el momento en que el helicóptero aterrizó, la exitosa operación fue dejada en manos de un hombre en uniforme de campaña que –todos los corresponsales aquí acordamos– era, sin duda, representante de una de las agencias de inteligencia de Estados Unidos. Así, el Che, que en vida había declarado casi sin ayuda la guerra a Estados Unidos, se encontró en la muerte cara a cara con su principal adversario».
Gott tiene 78 años y vive en un lugar llamado Notting Hill, el barrio londinense en el que se filmó la película del mismo nombre, una de las más taquilleras de 1999. La zona es exactamente como en el film: casas bajas con un pequeño jardín adelante, arquitectura victoriana, veredas pequeñas y limpias, calles calmas. El movimiento se ve los fines de semana, cuando cientos de turistas pasean por el mercado Portobello. La casa del historiador es alegre, tiene un fondo lleno de plantas, una oficina con marcos color turquesa, una pantalla de computadora bien grande y un empapelado en tres dimensiones: libros, libros, libros. Solo contando biografías del Che, por ejemplo, tiene más de ocho. El periodista se sienta de espaldas al sol y se prepara para viajar en el tiempo.
–El primer fin de semana de octubre de 1967, cuando asesinaron al Che, estaba en el oriente boliviano, ¿cómo fue ese momento?
–Estaba con colegas en un campo cerca de Santa Cruz de la Sierra, cubriendo para The Guardian. Una docena de estadounidenses entrenaban a la tropa boliviana en estrategias de guerra. Recuerdo que el domingo a la noche se nos acercó un oficial y dijo, de refilón, que el Che Guevara había sido capturado. Nosotros rápidamente conseguimos un jeep y viajamos ocho horas hasta Vallegrande, un pueblo pequeño cerca de La Higuera. Es un lugar muy chiquito, con un hospital, una iglesia y una pista de aterrizaje pequeña. Ese día llegaron varios helicópteros llevando cadáveres de guerrilleros muertos en la última batalla. A eso de las cinco llegó un cuerpo: era el del Che. La importancia de que yo estuviera ahí era que era la única persona que lo había conocido vivo. Había dudas sobre si era porque, al final, todos los guerrilleros muertos parecen más o menos iguales, es terrible.
–Para el mundo, el hecho de que usted lo reconociera fue la comprobación de que ese cuerpo era efectivamente el del Che.
–Sí. Resulta que en La Higuera no había manera de salir en las noticias, entonces tuvimos que viajar ocho horas y volver a Santa Cruz. Pero allá tampoco pude y esa misma noche salí en un vuelo hacia La Paz, desde donde mandé mi nota. No había celulares, claro. Cómo ha cambiado el mundo es extraordinario. El cable de Reuters decía «Richard Gott dice que es el Che». Me han contado después que cuando Fidel leyó la nota dijo: «Ah, esto es fidedigno: el Che está muerto».
–¿Cómo lo había conocido al Che?
–Nos habíamos conocido cuatro años antes, en una reunión grupal en la embajada rusa de Cuba en la que charlamos sobre las posibilidades de la revolución en Latinoamérica. Nos quedamos hablando hasta la madrugada, estábamos todos cansadísimos menos el Che. Yo tenía 25 años, trabajaba en un think tank británico y era la primera vez que viajaba a la región. Fui a Cuba por pasión y entusiasmo por la revolución. Cambió mi vida: desde entonces me dediqué a Latinoamérica.
–También vivió en Chile y recorrió gran parte de la región desde aquel momento. Luego conoció a Hugo Chávez durante su primer año como presidente, en 1999. Después escribió un libro sobre él –Hugo Chávez y la revolución bolivariana–, que se publicó en 2000. El líder bolivariano quedó fascinado. ¿Cómo fue esa relación?
–Fue el primer libro que se escribió sobre Chávez, él estaba sorprendido de que un inglés hubiera podido hacer una cosa así, era un poco insólito. Estaba muy entusiasmado y cada año que fui a Caracas nos vimos, cenamos, hablamos largamente. Era un muy buen vínculo, muy cariñoso. Él era un hombre muy capaz y poco usual en Latinoamérica, como Fidel. Su muerte fue un desastre para el país y para la región.
–Usted trabajó en el Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile y se dedicó a escribir su libro La guerrilla en América Latina, que salió publicado en 1970. ¿Lo conoció a Salvador Allende?
–Si, lo conocí. Era un político típico de Latinoamérica. Hablaba muy bien, aunque no era un gran orador.
–¿Qué puede decir, ahora, de aquel agitado 1973 en Sudamérica?
–Ese año yo volaba entre Buenos Aires y Santiago, porque los dos procesos eran apasionantes. Héctor J. Cámpora fue un tipo muy interesante y sumamente popular, que siempre escuchaba las consignas de las manifestaciones. Recuerdo que el día de su asunción hubo una gran marcha. La gente estaba de frente a la policía, que estaba en motos. De repente, a medianoche, las motocicletas cambiaron de rumbo y se abrazaron con la gente. Eso fue el final del conflicto. Fue extraordinario, apasionante. En toda mi vida no recuerdo un momento así, en el que las fuerzas de represión abracen al pueblo. Creo, realmente, que aquel gobierno fue el más izquierdista que ha tenido la Argentina.
–Usted forma parte, junto con Jeremy Corbyn –líder del Partido Laborista–, de Diálogo por Malvinas en Gran Bretaña. Pero antes, en 1968, había viajado a las islas, ¿qué sucedió en esa oportunidad?
–Fue el primer intento de los ingleses de deshacerse de las islas. Viajé con un ministro inglés del Partido Laborista, Lord Chalfont. Estuvo como diez días en las islas tratando de persuadir a los isleños de que realmente no tenía futuro su relación con Inglaterra porque el mundo había cambiado, eran tiempos del postimperio, y que ellos debían pensar en un futuro con la Argentina. Fue una cosa muy corajuda de su parte, un buen intento. Obviamente los isleños no querían saber nada de eso. Incluso hasta con Margaret Thatcher el diálogo siguió. Al final, fue culpa de los militares argentinos, ellos decidieron hacer la guerra y fue un gran desastre.
–¿La pareció adecuada la política que siguió el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que en el caso de Inglaterra pasó por la exembajadora Alicia Castro?
–Estaba muy bien, la Argentina buscaba el diálogo. Fue algo muy hábil porque, ¿quién puede estar en contra del diálogo? Castro ha tenido mucho éxito conversando con las distintas partes de la política inglesa, con los galeses, con Irlanda del Norte, Escocia. Fue muy inteligente, no fue hacia Westminster, sino que su estrategia fue rodear al poder central. Hizo un buen trabajo.
–Y ahora, ¿cómo analiza la posición de Mauricio Macri en esta materia?
–Es obvio que no tiene interés en el tema, lo que quiere es hacer amistad de nuevo con Inglaterra, con la City de London y el mundo financiero. No le importan las Malvinas.
–En términos pragmáticos, ¿qué puede ofrecer el gobierno argentino?
–En Inglaterra hay un fortalecimiento de la izquierda que provocó la llegada de Jeremy Corbyn. Alicia Castro fue muy hábil al entender que hay jóvenes que quieren otra cosa. Asistía a muchas reuniones y logró insertar el tema de las islas en esta ola nueva. Creo que los jóvenes habían empezando a entender que las Malvinas son una causa nacional de los progresistas en América Latina.
*Desde Londres