5 de mayo de 2021
Referente ineludible de la izquierda estadounidense y uno de los intelectuales públicos más influyentes, advierte que el planeta pospandemia puede ser aún más desigual que el anterior, con más mecanismos de control y la amenaza constante del desastre climático. La urgencia de la lucha.
(Heuler Andrey/AFP/Dachary)
Desde su casa en Tucson, Arizona, Noam Chomsky analiza los tiempos que corren con creciente preocupación. Asegura que «saldremos de la pandemia pero a un costo terrible; un costo innecesario y que tiene en su mayoría causas evitables».
Filósofo y lingüista, Chomsky nació el 7 de diciembre de 1928 en Filadelfia, Estados Unidos. Profesor emérito de Lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), es un referente ineludible de la izquierda estadounidense y uno de los intelectuales públicos más influyentes del mundo. Ha escrito más de 100 libros, brindado un sinfín de conferencias y recibido una gran cantidad de premios y reconocimientos.
Acérrimo defensor de los derechos humanos, la democracia y la justicia social, el intelectual de 92 años se refiere a la crisis del COVID-19 y la necesidad de construir instancias colectivas de diálogo contra lo que, imagina, será el feroz neoliberalismo de la postpandemia. Además, habla de la «cultura de la cancelación» y «el error de unirse a prácticas que silencian opiniones que no gustan».
–¿Qué reflexiones le merece el actual contexto de pandemia?
–Las lecciones de la pandemia son muy claras. Finalmente nos recuperaremos, saldremos de la pandemia pero a un costo muy alto, muy terrible; y sabemos que es un costo innecesario y que tiene en su mayoría causas evitables. Aquellos gobiernos que se preocuparon por sus ciudadanos pudieron enfrentar la pandemia con éxito. Buena parte de Asia, por ejemplo, Asia Oriental, Oceanía, Nueva Zelanda, China, Australia, al parecer la están superando. Senegal y otros países de África han sido capaces de lidiar con el virus. Vietnam, en la frontera del sur de China, epicentro de la pandemia, fue capaz de enfrentar la situación rápidamente y tuvo pocos casos. Es posible lidiar con la pandemia, pero para ello es imperioso que se actúe. En un comienzo Europa no prestó mucha atención o esperó demasiado tiempo para tomar medidas; finalmente tomó algunas, aunque no las suficientes. La mayor parte del continente estuvo bastante controlado en junio y julio, pero luego los europeos decidieron que querían vacaciones, que querían pasar tiempo en la playa, y el resultado, de nuevo, es una situación fuera de control. En América Latina, el peor de los escenarios lo vemos en Brasil, con un presidente loco que incluso niega que esto esté pasando. Un país sin plan federal, sin nada. En Estados Unidos sucede algo similar, no hay un plan nacional. Es una sociedad dirigida por empresas.
–¿Cree que el Gobierno de Joe Biden será diferente al de Donald Trump en su forma de enfrentar la pandemia?
–De ninguna manera puede ser peor, así que probablemente será mejor. No va a ser fácil. En primer lugar, Biden es una especie de cáscara vacía; si hay una sustancial presión popular puede que se mueva en una dirección progresista. Pero no olvidemos que Trump no se está yendo, no está desapareciendo. En las últimas elecciones, en noviembre de 2020, los republicanos ganaron casi en todas partes; el resultado fue un desastre para los demócratas. Los republicanos ganaron en todos los niveles: el Congreso, las legislaturas estatales, etcétera. Esto es sorprendente e increíble. Los republicanos mataron recientemente a decenas, si no a cientos, de miles de estadounidenses, tres veces más de la cantidad de estadounidenses que murieron durante la guerra de Vietnam. Es asombroso que hayan podido competir en las elecciones y ganarlas. El único lugar en el que perdieron fue en la elección a presidente y eso fue por el fuerte antagonismo personal que existe entre Trump y sectores ricos, que aman sus políticas pero que a él no lo soportan. Digamos entonces que Trump perdió, pero el partido ganó. Tiene a sus seguidores en el bolsillo. De nuevo, no se va a ir. Es un megalómano que no está interesado en nada más que en su propio poder. Usará su poder y seguramente vaya a contar con la ayuda de quien dirige el Senado, Mitch McConnell, un experto en hacer el país ingobernable. Lo único que piensan es en volver al poder y enriquecer a su electorado al extremo, es decir, a los sectores más ricos y al sector corporativo. Es todo lo que les importa.
–¿Qué explica que personajes como Trump en Estados Unidos, o Jair Bolsonaro en Brasil, mantengan índices de aprobación tan considerables?
–Bolsonaro es un político astuto. Con una estrategia inteligente repartió algo de dinero a los sectores más pobres. Se realizaron diversos estudios para conocer qué pensaba la gente en las regiones más pobres sobre los beneficios que obtuvieron bajo el Gobierno de Lula, a partir del Programa Bolsa Familia (PBF) y otros. Cuando a la gente se le preguntaba si se había beneficiado del Bolsa Familia, por ejemplo, respondía que sí, que se había beneficiado mucho. Y cuando se le preguntaba quién era el responsable de ello respondía, en primer lugar, Dios. En segundo lugar, la suerte; y, en tercer lugar, las políticas del Gobierno. Pero principalmente, Dios. Bolsonaro es lo suficientemente inteligente como para decir «¡Lo están consiguiendo gracias a mí! Agradézcanme». El Partido de los Trabajadores (PT) no prestó atención. No se organizó. Es más o menos lo mismo que en Estados Unidos. Si no hay organización, la gente no sabe lo que está pasando. Algo similar ocurrió en las elecciones. Una de las áreas más llamativas de la elección, muy bien estudiada, es el sur de Texas, una comunidad mexicano-americana que no ha votado por un republicano en un siglo, literalmente, pero que en esta ocasión muchos se han inclinado por Trump.
–¿Por qué razón?
–Por un lado, los demócratas no prestaron atención. En lugar de ello consideraron que se trataba de «gente de color» que tenían metida en el bolsillo y los votarían. Esto a la gente no le gusta, naturalmente. No le gusta que la traten como cuando Hillary Clinton habló de «deplorables» (en alusión a la mitad del electorado de su rival republicano Donald Trump, en 2016). La gente está resentida con eso. Por otro lado, estas son regiones productoras de petróleo. Allí, todo lo que la gente escuchó fue que «los demócratas quieren destruir nuestros trabajos, quitarnos nuestras comunidades, destruir nuestros negocios, sacar las escuelas, solo porque algunos liberales locos en algún lugar afirman que hay una crisis climática». Si escuchan eso, ¿por quién van a votar? Lo que los demócratas podrían haber hecho, si fueran un partido político preocupado realmente por los trabajadores, los pobres, es organizarse en el sur de Texas y decir claramente: «Miren, tenemos que salir de una economía basada en el petróleo, o de lo contrario habrá una destrucción total para sus hijos, sus nietos, para todo el mundo, eso es un hecho». En paralelo, deberían haber puesto sobre la mesa las soluciones y explicar cómo las alcanzarían. Ese es el mensaje que habría cambiado las cosas. De hecho, algo sorprendente es que la única área latina donde había organización latina (Condado de Maricopa, Arizona) fue a los demócratas. Ha habido latinos organizándose allí durante años, sin apoyo del partido, pero la gente de allí sí se preocupó y organizó a los latinos. Eso hizo la diferencia.
(Heuler Andrey/AFP/DACHARY)
–¿Cómo prevé que seguirá la política mundial después de la pandemia?
–Está claro que el mundo pospandemia dependerá de las fuerzas rivales. Hay fuerzas que están trabajando muy duro, constante e implacablemente, para asegurar que el mundo pospandémico sea como el mundo prepandemia: una economía neoliberal, muy dañina para el público en general, para la clase obrera, y altamente beneficiosa para los más ricos y para el sector corporativo. Hay fuerzas muy poderosas que buscan asegurarse de que ese sea el mundo que surja y que sea aún más difícil (que el anterior), con más controles, más vigilancia, más medios para asegurar bienestar y riqueza para las élites y los sectores más pudientes y estancamiento para la población en general. La pregunta es, ¿va a ser una lucha de clases unilateral o el otro lado participará? Eso lo decidirá el resto del mundo. Hay una gran lucha de clases, a nivel internacional; incluso creo que es una lucha más amplia, pero la clase está en el centro de la misma. Su resultado dependerá en gran parte de cómo la población mundial reaccione.
–Hay algunas acciones y reacciones interesantes que apuntan a buscar alternativas colectivas.
–Hay una llamada al internacionalismo progresista con la coalición que empezó Bernie Sanders en Estados Unidos o Yanis Varoufakis en Europa. Traen elementos progresistas para contrarrestar el movimiento reaccionario que se ha forjado desde la Casa Blanca y otros lugares. A nivel mundial, la Internacional Progresista tuvo como impulsores al Movimiento por la Democracia en Europa 2025 (DIEM25, por sus siglas en inglés), un movimiento transnacional europeo unido a las voces del Sur Global cuyo principal referente es el exministro de Economía griego Varoufakis, y el Instituto Sanders. La IP tuvo su primera reunión en septiembre pasado. Fue en Islandia, donde el Primer Ministro es miembro del directorio. Son muy activos en Europa. Quieren un rescate, que tiene sentido en la Unión Europea (UE), apoyado por las principales fuerzas progresistas de Estados Unidos y gran parte del Sur Global. Esto es una fuerza contraria. Pero, ¿tendrá éxito? Eso depende de lo que la gente haga. Si dejamos que los ricos y poderosos dirijan el mundo, lo harán a su manera. Y podríamos recordar cómo lo han dirigido. Echemos un vistazo a los últimos 40 años. La Corporación RAND, una corporación semiindependiente y semigubernamental muy respetable, acaba de hacer un estudio sobre la cantidad de riqueza transferida de la clase obrera y la clase media a la clase muy rica durante los 40 años neoliberales: su estimación es de casi 50 billones de dólares. No es un vuelto pequeño el caudal de dinero transferido de la clase media y la clase trabajadora a los súper ricos bajo los programas neoliberales. Si el estudio se hiciera en Europa o América Latina encontraríamos cosas similares. Esa es una verdadera victoria en la lucha de clases. En Estados Unidos, el 0,1% de la población ha duplicado su cuota de riqueza durante estos años del 10% al 20%. Mientras tanto, el resto del mundo, la población en general, ha sufrido severamente.
–Recién mencionó a América Latina. ¿Cuál es su percepción sobre la región?
–América Latina pasó por una historia bastante fea. En 2016, un estudio del Banco Mundial (BM) sostuvo que Brasil ha tenido lo que llamaron «una década de oro», la mejor década de su historia, los años de Lula, con grandes avances en la superación de la pobreza y con políticas de inclusión e incorporación de la población marginada. Ese análisis señala que Brasil se benefició del aumento de los precios de las materias primas, pero que con la caída de los precios de esas materias primas el país no pudo continuar con las políticas correctas. Y en vez de eso, lo que sucedió fue un golpe de Estado, básicamente, un golpe de derecha, conducido por lo que tenemos ahora. El PT está lejos de ser intachable; hizo cosas realmente terribles, como permitir que la corrupción procediera. El PT no creó la corrupción –que es una plaga en Latinoamérica–, pero se unió a ella y eso los destruyó. Fueron años de grandes promesas, hubo grandes logros, y ahora estamos con esto. Podría haber un cambio, como en Argentina. Será una batalla muy dura, pero posible. América Latina tiene enormes ventajas y grandes posibilidades: una cultura avanzada, una ciencia avanzada, una gran literatura, una larga tradición de movimientos obreros, en materia de derechos humanos se destaca a escala internacional, tiene enormes recursos naturales… Puede hacer muchas cosas, pero hay problemas profundos que tienen que ser superados.
–¿Qué le preocupa más del futuro?
–Estamos en medio de una confluencia de distintas crisis graves. A mi entender, los problemas más serios son el fuerte aumento de la amenaza de una guerra nuclear, que puede destruirnos a todos, y el cambio climático, la creciente amenaza de la destrucción del medioambiente. Tenemos alrededor de 10 o 20 años para hacer frente a ese problema. Sabemos cómo tratarlo, hay soluciones, si no lo hacemos, llegaremos a un punto de inflexión y final del juego. Así es que tenemos este tiempo por delante para decidir si la vida humana organizada en la Tierra sobrevivirá o sucumbirá a la amenaza de un desastre ambiental. Eso es todo.