Una poderosa reacción antiilustrada domina los relatos del presente y constituye la base de discursos reaccionarios y dogmáticos. La destacada filósofa catalana propone retomar la actitud crítica de la Ilustración para ampliar los límites de lo posible e imaginar nuevos futuros compartidos.
7 de agosto de 2019
Autoritarismo, terrorismo, fanatismo, catastrofismo son algunas de las caras de una poderosa reacción antiilustrada que domina los relatos de nuestro presente. Esto es lo que postula la filósofa catalana Marina Garcés en el libro Nueva ilustración radical (Anagrama), que presentó recientemente en Argentina. Ante este panorama, Garcés propone retomar no el proyecto de la Ilustración, frecuentemente asociado con las ideas modernizadoras del capitalismo, sino su actitud crítica contra las credulidades de nuestro tiempo y sus formas de opresión. Referente intelectual en España, la autora de Un mundo común, Fuera de clase y Ciudad Princesa (que también presentó en el país), entre otros, es docente en la Universidad de Zaragoza, participó activamente en las movilizaciones sociales que gestaron el «15M» (el movimiento de los indignados) en España y desde 2002 impulsa el proyecto de experimentación y crítica filosófica Espai en Blanc. Uno de los conceptos centrales de su pensamiento es lo común en el camino de desarrollar alternativas para enfrentarnos a las crisis actuales. Defiende la filosofía como una forma de vida, un arte que nace en la calle y que continúa sin interrupción en los espacios íntimos e invisibles. «Una actitud crítica hoy también puede desplazar los límites de lo posible», invita para desafiar a nuestro tiempo.
–Usted plantea que nuestra época es la de la condición póstuma, más allá de la promesa de futuro para todos de la modernidad y de la propuesta de presente inagotable para cada uno de la posmodernidad. Parece que estamos con la sensación de que ya no queda nada y sobrevivimos en un tiempo que solo resta. ¿Cómo caracteriza este momento?
–Yo me refiero a condición póstuma para hablar de la experiencia de nuestros tiempos como aquellos en los que la experiencia de futuro se percibe bajo el signo de una amenaza dominante, en la ecología, el cambio climático, el crecimiento económico o las relaciones sociales. Es decir, en cualquier escala y contexto de nuestras experiencias históricas actuales, si las expresamos hacia futuro, las percibimos como amenazadas bajo el signo de un final. Eso algunos autores lo analizan bajo la idea de «crisis de civilización», y me parece acertado. Sobre esta condición póstuma, sobre ese tiempo que viene después de un después, de la imposibilidad de imaginar unos futuros compartidos, se construye toda una serie de ideologías apocalípticas y estéticas apocalípticas que creo que son, en parte y en forma muy importante, la base sobre la que se están construyendo las contrarrevoluciones y las fuerzas reaccionarias y dogmáticas actuales.
–Sobre la base de esta experiencia compartida de que se nos está acabando un mundo se construyen nuevos dogmatismos tecnológicos, políticos, religiosos y culturales. ¿Usted observa que esta reacción se da en una coyuntura fuertemente antiilustrada?
–Para mí lo específico de la anti-Ilustración es la reacción dogmática y despótica de nuestros poderes actuales, políticos, científicos y técnicos. Esta contrarrevolución reaccionaria es global, se está dando desde distintos contextos, desde distintos lenguajes, desde el islamismo radical hasta el supremacismo blanco europeo o americano, pero todos comparten la misma posición, que es ver el futuro como una amenaza y proyectarse en imaginarios de pasado totalmente ficticios como argumentos de fuerza para posicionarse en el presente.
–Ante este escenario apocalíptico se presenta como contraparte el «solucionismo», que actualmente se está volviendo hegemónico en lo referente a la gestión del conocimiento y sus resultados. ¿Cuáles son las características de esta ideología?
–Solucionismo es un término que el pensador Evgeny Morozov toma del ámbito del urbanismo, pero lo utiliza para explicar precisamente toda una construcción ideológica que hace que valoremos solo aquellas propuestas ecológicas, pedagógicas, urbanísticas o de lo que sea, que aporten soluciones inmediatas a problemas muy concretos, que se legitiman a sí mismas todas estas aportaciones por su capacidad de ofrecer soluciones. Pero lo que sucede con esto es que todo lo que no sea solucionable de forma técnica en términos inmediatos pasa a ser irrelevante o incluso a ser percibido como un obstáculo. La pregunta entonces es: ¿cómo se sostienen o cómo se atraviesan esos problemas de largo recorrido, o esas cuestiones que no se miden por las soluciones inmediatas que tienen, sino por las transformaciones que pueden causar?
–El paradigma solucionista parece ser el que rige más fuertemente en los ámbitos científicos, en el que actualmente se valora sobre todo la búsqueda de soluciones pragmáticas, las aplicaciones tecnológicas, las transferencias.
–Totalmente. Es obvio que en muchos aspectos de la vida necesitamos soluciones. No estoy criticando el hecho de que busquemos soluciones a problemas prácticos y problemas técnicos, sino cuando eso se convierte en la única manera posible de relacionarnos con lo que pasa, y con lo que hacemos, y con lo que aprendemos, y con lo que intentamos, y con lo que proponemos políticamente. Ese es el problema cuando el solucionismo pasa a ser la única manera de legitimar, por ejemplo, la producción científica o las propuestas políticas. Hoy pasa muy a menudo que se proponen proyectos de investigación que ya adecúan las hipótesis y problemas que plantean a la posibilidad de obtener resultados inmediatos muy rápidos. Pero ¿qué valor tienen esos problemas, esos recorridos? Y lo mismo políticamente hablando. La buena política, obviamente, tiene que ofrecer buenas soluciones a los problemas comunes, pero también tiene que saber plantear los verdaderos problemas de la vida colectiva en estos momentos, tenga o no soluciones inmediatas para ellos. Entonces, esta es una de las cuestiones que tienen que ver con el catastrofismo, que es la otra cara de esto, que es pensar que si no tenemos soluciones inmediatas para problemas muy específicos, todo va a ser una caos y vamos a entrar en una especie de catástrofe permanente.
–¿Qué rol le parece que juegan las nuevas tecnologías en este momento antiilustrado que da lugar a fanatismos de todo tipo?
–Las nuevas tecnologías son muchas cosas. Pero la vida humana es vida técnica, no hay una vida no mediada por la tecnología, por eso yo evitaría esas posiciones a veces un poco crítico-nostálgicas, como si pudiera haber una vida auténtica entre los humanos al margen de la tecnología. El lenguaje mismo es una tecnología, es un artificio que hemos inventado para comunicarnos. Dicho esto, hoy tenemos un conjunto de herramientas tecnológicas que basan su actividad en haber puesto en el centro la idea de inteligencia artificial, que es un poco el vector de lo que es ahora el cambio tecnológico en curso, y creo que eso es una situación interesante, al mismo tiempo que necesita ser acompañada de una atención crítica permanente, no tanto para alertar de sus peligros y meternos mucho miedo de que vienen los robots, y este tipo de imaginarios distópicos, sino que hay un concepto de inteligencia que está sobre todo impulsado por unas determinadas fuerzas económicas y políticas que lo que están haciendo es poner a producir esta concepción de la inteligencia humana y no humana en términos, como siempre en el capitalismo, de eficacia y rentabilidad. ¿Qué hace eso? Que la actividad de la inteligencia humana sea puesta en posición de subordinación, de tener que adaptarse a como se supone que esa inteligencia es más efectiva y rendible. Y crea una autoexigencia de tener que responder y adaptarse a esos contextos, es lo que llamo la «inteligencia delegada». Entonces nosotros somos como terminales de algo que piensa por nosotros, que comunica por nosotros, que actúa por nosotros, que decide por nosotros. Porque cada vez más hay toda una ingeniería del algoritmo capaz de decidir, de priorizar, de discriminar, es decir, hacer todas esas actividades que corresponden al pensamiento crítico, pero de forma acrítica
–Usted señala que lo que sucede hoy es que estamos sobreinformados, hay un acceso casi ilimitado al conocimiento, pero sentimos que no podemos hacer nada con toda esa información. ¿Cuáles son las consecuencias de esta sensación de impotencia?
–Tenemos una sobreabundancia informativa, pero la experiencia es que en general no sabemos qué hacer, no tenemos cómo relacionarnos de forma emancipada, autónoma, con la información que tenemos acerca del mundo en el que vivimos. Sabemos mucho acerca de lo que ocurre, de lo que hay en el mundo, y a la vez lo recibimos en forma de extrañez y de impotencia. Esa actitud creo que es una condición contemporánea a la que yo llamo analfabetismo ilustrado, de sujetos que sabemos mucho acerca de lo que ocurre y podemos muy poco a la hora de intervenir y transformar los acontecimientos. Porque somos continuamente reducidos a la condición de espectadores, de consumidores y de clientes de nuestro mundo. Entonces, ahí estamos en manos de una especie de mercado de los posibles que parece muy grande y muy amplio, porque vivimos en un mundo en el que todo parece posible, pero en realidad quedamos restringidos a un menú de opciones bastante pobre.
–¿Y qué ofrece la Ilustración ante este escenario?
–Para mí algo muy importante es distinguir Ilustración de modernización. Yo hablo de Ilustración como una actitud que consiste en poner la crítica en el centro de nuestros saberes, relaciones y proyectos. Y la crítica no es el juicio, no es decir me gusta o no me gusta, como en Facebook, sino que la crítica es la capacidad de discernir y de discriminar cuáles son las relaciones, las certezas, los contenidos, las cuestiones que nos hacen bien o que nos hacen mal, que consideramos acertadas o desacertadas, buenas o malas, y en ese sentido el ejercicio de la crítica es para mí un arte de los límites, de aprender y ser capaces de ponerle límites a este «todo es posible» que nos condena a la reacción permanente y a la impotencia respecto de nosotros mismos. ¿Cómo ser críticos hoy? Esa es la pregunta de la Ilustración para mí retomada como una actitud radical. Entonces esto hoy implica analizar, experimentar y percibir de qué maneras se neutraliza la crítica en nuestros contextos. Hablábamos de la sobresaturación informativa, pero hay otras: despolitización, solucionismo, reacción, estandarización de los procesos y de los saberes… Hay muchos aspectos de la vida contemporánea que podríamos analizar en este sentido y es necesario hacerlo, y al mismo tiempo experimentar de forma creativa y activa. Hay que desarrollar un arte de los límites en un doble sentido, ponerle límites a esta condición póstuma, y al mismo tiempo transformar y desplazar los límites de lo posible a la hora de activar una imaginación política que transforma las visiones y las representaciones de estos futuros cancelados, de estos futuros amenazados.