Política | JAVIER MILEI

Teoría y práctica de la antipolítica

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Ricardo Ragendorfer

Un cóctel de misticismo, discurso antiderechos y liberalismo extremo lo convirtió en la sorpresa de las primarias. Pasado y presente del líder de La Libertad Avanza.

Búnker. Milei junto a su hermana Karina y su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel.

Foto: Télam

Corría la medianoche del 13 de agosto –un domingo, si se quiere, histórico– en el gran salón de actos del hotel Libertador, sobre la avenida Córdoba 690, en la Ciudad de Buenos Aires. El líder de La Libertad Avanza (LLA), Javier Milei, acababa de convertirse en el precandidato más votado en las PASO de ese día y, ahora, con una sonrisa de oreja a oreja, soltaba a voz de cuello: 
«Estamos ante el fin del modelo de la casta, basado en esa atrocidad de que donde hay una necesidad nace un derecho…»
El aplauso lo obligó a una pausa, mientras su rostro se transfiguraba en una mueca inquietante. Recién entonces, dijo: 
«¡Porque su máxima aberración es la justicia social!»
La apoteosis ya era absoluta. 
Parecía la escena de una película distópica.
Pero, además, en la actitud de ese tipo había un ramalazo de revancha. De hecho, sus ojos se humedecieron como si de él se hubiese apoderado una pesadilla recurrente. ¿Acaso en aquel instante las fuerzas oscuras de la psiquis lo llevaron hacia un recuerdo no deseado de su infancia?
Bien vale poner en foco esa etapa de su vida.

La noche de las narices frías
Lo cierto es que Milei fue un niño golpeado y humillado por su progenitor, un colectivero de la línea 111 devenido en pequeño empresario del transporte. Y él mismo se encargó de revelar públicamente sus padecimientos, tal como lo hiciera en el programa Animales sueltos: A saber:
«Mi viejo me cagaba a trompadas. No me olvido más de una golpiza en particular. Fue el 2 de abril de 1982, cuando yo tenía 11 años. Veíamos en la tele lo de Malvinas y se me ocurrió decir que eso era un delirio. A mi viejo le agarró un ataque de furia y empezó a pegarme trompadas y patadas. Me fue pateando a lo largo de toda la cocina. De grande dejó de pegarme para infligir violencia psicológica».
Entonces también dijo que su madre, una sumisa ama de casa, toleraba tal pedagogía. Y añadió: «A mis viejos no los veo más. Para mí están muertos».
Pero, ya embarcado en su carrera política, saltó a la luz que Milei, pese a transitar una edad madura, vivía otra vez con sus papis en la casa familiar. Y él se mostró cauto al explicar el motivo: «Me mudé con ellos al comenzar la pandemia. Eran grupo de riesgo y quería ayudarlos».
En este aspecto flota un enigma: ¿Cómo es en realidad su convivencia con el individuo que lo maltrató hasta la adultez?
Con ellos reside su hermana Karina, a la que Javier llama «El Jefe». La influencia sobre él es temida hasta por los integrantes de su mesa chica. 
El lazo entre ambos lo explica Milei de manera bíblica: «Moisés era un gran líder, aunque no era bueno divulgando. Entonces Dios le mandó a Aarón para que divulgue. Ella es Moisés y yo soy el que divulga. Nada más. Soy solo un divulgador».
Lo significativo es que Milei cree en eso a pies juntillas.
Durante la noche de su consagración electoral, aquella mujer de rostro alargado y ojos hundidos, a la que él prometió convertir en su «primera» dama en caso de llegar al sillón de Rivadavia, aprobaba con un leve cabeceo cada uno de sus dichos. Y Milei, cada tanto, la observaba con orgullo de soslayo. 
En tales circunstancias tuvo palabras de agradecimiento para quienes él considera sus «hijos de cuatro patas». 
Detengámonos en este punto.
Milei, cuya historia sentimental no abarca más que dos o tres noviazgos breves y frustrantes, arrastró la soledad como una segunda piel. Tanto es así que su gran amor fue Conan, un mastín inglés por el cual sentía una devoción sólo comparable a la de Karina. Pero el can murió en 2017 a raíz de una larga y penosa enfermedad. Fue un golpe desgarrador para él. Pues bien –según Juan Luis González, el autor de su biografía, intitulada El Loco–, tal dolor lo pudo mitigar hablando con el difunto a través de una médium, la cual también lo comunicaría con otros muertos que merecen su devoción, como la filósofa Ayn Rand o el pensador ultraliberal Murray Rothbard. Y al poco tiempo ya andaba charloteando con Dios, quien –según supo confesar Milei alguna vez– le encomendó la sagrada «misión» de propagar los ideales libertarios como por un reguero de pólvora. A todo esto, ya había clonado a Conan; así fue como nacieron sus «nietos de cuatro patas», a quienes no dudó en bautizar con los nombres de sus economistas favoritos. Conmovedor. 

El señor de los ajustes
Javier Milei es el hit de esta temporada electoral. Una conjunción de factores mediáticos hizo posible semejante milagro, más allá de que él se presente a sí mismo como el hombre que vino a «despertar leones». Habría que preguntarse entonces qué resortes del destino lo convirtieron en chusquero de la pretendida «batalla cultural». Porque de la nada –y aquello incluye programas de TV que solían invitarlo sin otro motivo que su impronta bizarra– ese tipo pasó a ser la «voz de los sin voz». Sin embargo, hay en su figura algo no del todo espontáneo; algo que lo revela como un producto de laboratorio; como una criatura amaestrada para atizar las llamas de la antipolítica. En este punto se desliza la sombra del partido Vox, la actual vanguardia de la ultraderecha española, cuya estructura internacionalista tiene por puntera local a Victoria Villarruel, una negacionista de la última dictadura que terminó convertida en su compañera de fórmula. Y su rol no fue menor en la construcción de este gólem. 
Sería injusto no reconocer los sinsabores masticados por él durante los últimos meses: desde las bajas performances de LLA en comicios provinciales previos a las recientes PASO hasta el embarazoso affaire de las candidaturas al mejor postor, pasando por su loca ocurrencia de proponer un mercado libre para la venta legal de órganos. Hechos que, en definitiva, auguraban para su figura una pronta fecha de vencimiento. Ahora se sabe que eso no fue así. Por el contrario, con propuestas como un ajuste fiscal más tajante que el del FMI o la eliminación de los derechos laborales o el arancelamiento de la educación pública y de todos los servicios de salud, entre muchas otras audacias, aquel individuo se ganó en buena ley el voto de sus futuras víctimas.
Javier Milei podría ser el próximo presidente de la nación. 

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