21 de septiembre de 2021
El Gobierno, golpeado por el revés electoral, abrió un debate interno que derivó en cambios en el elenco de ministros. La agenda de cara a las legislativas.
Casa Rosada. El presidente Alberto Fernández toma juramento al exgobernador tucumano Juan Manzur, nuevo jefe de Gabinete.
NA
En política nadie tiene el triunfo asegurado y, como dice aquella vieja frase, no es bueno ir por la cena antes de comer el almuerzo. Al Gobierno le esperan semanas de mucha intensidad y compromiso para torcer un resultado inesperado en las PASO, esa gran encuesta real y concreta, como dijo el presidente Alberto Fernández, que, si bien marca tendencia, no es el resultado final de una elección de medio término.
Como primera respuesta, Fernández, tras un intercambio de cartas públicas y reuniones con la vicepresidenta Cristina Fernández y cierta tensión por la presentación de renuncias de un grupo de funcionarios, concretó un cambio de Gabinete. Con el ingreso del gobernador de Tucumán, Juan Manzur, como jefe de Gabinete, el paso de Santiago Cafiero a la Cancillería y la llegada de Aníbal Fernández (Seguridad), Julián Domínguez (Ganadería, Agricultura y Pesca), Jaime Perczyk (Educación) y Daniel Filmus (Ciencia y Tecnología), el presidente espera contar con más volumen político de cara al desafío que está en marcha. Pero también impulsará una agenda que le recuerde al votante el estado del país en 2019 y el motivo por el cual apostó mayoritariamente hace solo dos años contra el sendero neoliberal.
El Gobierno ya tomó nota de que esa encuesta refleja malhumor y carencias graves a nivel social, lo que exige un rumbo que, hasta ahora, el Frente de Todos no pudo poner impulsar con la intensidad pensada en el inicio de la gestión porque –es bueno no olvidar– tres meses después de llegar a la Casa Rosada tuvo que cargarse al hombro una pandemia a la que nadie sabía cómo enfrentar.
Respuesta del Estado
Con el diario del lunes, como dice aquel otro viejo axioma periodístico –de cuando los partidos de fútbol se jugaban solo los domingos– ahora se pueden sacar las conclusiones más apropiadas acerca de lo hecho por el Gobierno. Lo cierto es que el Estado pudo potenciar desde marzo de 2020 la estructura sanitaria y no le faltó atención a ningún paciente y también conseguir vacunas para inmunizar a la población en una campaña aún en ejecución. No se vieron aquí escenas espeluznantes de desborde del sistema sanitario como en otros rincones del mundo, algunos mejor preparados para esos avatares que la Argentina posmacrista. Ahora todo eso parece perdido en algún pliegue de la memoria colectiva, porque la desgracia que se evita no deja tanta huella como la que sí se produjo.
En todo caso, esa mejora sanitaria permite –y obliga– a acelerar a fondo con la reactivación económica. Los datos de las grandes variables muestran un crecimiento que las autoridades calculan en un 8% del PIB y analistas privados estiman no por debajo del 6%. Sin embargo, ese crecimiento no se percibió en amplios sectores de la población que mostraron su descontento quitando su apoyo al oficialismo en las PASO. Entre otras razones, porque padece una inflación que se deglute cualquier atisbo de recuperación salarial, no hay dinero en las calles y el empleo no aumenta a la misma velocidad en que cayó por la pandemia. Pero también resulta un dato a tener en cuenta que los incrementos en el sueldo de bolsillo solo llegan a los trabajadores registrados, que no son mayoría.
En la Argentina, los habitantes económicamente activos son unos 28 millones de personas. A junio pasado, último dato oficial, se contabilizaban sin embargo, 9.628.000 trabajadores registrados (entre el sector privado, el sector público y el trabajo en casas particulares), 2.350.000 trabajadores independientes (entre monotributistas y autónomos) y 1.300.000 desocupados. El cómputo proviene del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA).
Pero hay un amplio margen de pobladores que no aparece en la superficie –según el INDEC son unas 15.500.000 personas que no trabajan, pero tampoco buscan activamente–, una situación profundizada por la gestión anterior y con visos dramáticos agudizados por el efecto de la pandemia.
Hay un hecho paradigmático: el Gobierno se sorprendió cuando lanzó el primer Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), en abril del año pasado. El total de personas inscriptas pronto trepó a 11 millones. Nadie esperaba una cantidad semejante, habida cuenta de que los trabajadores en blanco cobrarían del incentivo a las empresas.
Un desafío y una oportunidad
Pero ante la segunda ola ese subsidio se cortó. Mayra Arena, una joven que adquirió conocimiento público luego de una charla Ted titulada «Qué tienen los pobres en la cabeza?» y que conoce la situación de las villas y asentamientos urbanos desde la cuna, reveló parte de esta problemática en sendas entrevistas periodísticas. Según la estudiante avanzada de Ciencia Política en la Universidad de Tres de Febrero, las medidas del Gobierno ante la pandemia no alcanzaron a llegar a todos porque precisamente ese universo que emergió pidiendo IFE quedó nuevamente sin ingreso al cabo de tres cuotas y volvió a estar sumergido este año. El cierre de la economía les quitó incluso posibilidades de «rebusque».
Si el Gobierno aspira a recuperar ese electorado no solo tiene que tomar en cuenta su necesidad y su reclamo, sino qué perspectiva de futuro le ofrece. Cualquier reactivación económica como la que empiezan a mostrar las cifras oficiales tardará en llegar a esos lugares hasta no hace tanto invisibles. El desafío es cómo llegar pronto y efectivamente. Y cómo hacer que se convierta en un proyecto sustentable de aquí en más.
La foto que muestran las PASO no es de votos que migraron a Juntos por el Cambio. Y, si bien es cierto que hubo una cantidad importante de sufragios para representantes de la derecha libertaria, ese parece un fenómeno acotado. Los votos para la izquierda, al fin y al cabo, fueron más en la sumatoria del país. Por otro lado, no representan una cifra a desdeñar los ciudadanos que ni siquiera se acercaron a las urnas, por temor al COVID o por apatía, y anularon su voto para mostrar irritación o marcar eso que el Gobierno reconoce como errores cometidos.
Y en ese sentido, tal vez los comicios del 12 de septiembre sean una buena noticia. Porque obligan a relanzar un Gobierno que estuvo enfrascado en el combate contra la pandemia y en otra cuestión, esta sí heredada y no sorpresiva, como es la renegociación de la deuda externa. Ahora tiene la oportunidad de desarrollar la agenda que le hizo ganar las presidenciales de 2019.