31 de octubre de 2019
Alfred Nobel inventó la dinamita y los premios Nobel que todos los años explota la Academia sueca. Recién en 1968 el Banco de Suecia creó el de Economía. Sería un error pensar que el único premio político es el de la paz. Todos, en su medida, lo son; sobre todo el de Economía. Un banco no es una academia de ciencias. Los Nobel de Economía han servido como dispositivo legitimador de la economía de mercado. EE.UU. concentra 48 ganadores, le sigue Inglaterra con 9 y Francia con 4. Cada tanto se premian avances en una metodología estadística celebratoria del capitalismo. El Nobel 2019 profundiza esta veta, no por la complejidad, sino por la simpleza más burda. Premiaron una metodología que dice alivianar la pobreza, omitiendo atacar sus causas: el sistema económico. Estos enfoques privilegian las políticas focalizadas en lugar de las universales. Han copiado la peor práctica de los laboratorios farmacéuticos. Como si fueran hámsteres, a un grupo con carencias se le administra una política y al otro no. Nuestro dilema nacional «Alpargatas o libros» lo resolvieron en Kenia de la peor manera: ninguna de las dos cosas: tutorías. Michael Kremer, de Harvard, y el matrimonio Abhijit Benerjee y Esther Dulflo, del MIT, ganaron cerca de un millón de dólares por su «enfoque experimental para alivianar la pobreza mundial». Armaron un centro y venden la consultoría a los organismos multilaterales. Se festejó que lo reciba una fémina. No es para menos, el medallero cuenta con 80 hombres y 2 mujeres. Pero el mérito feminista queda un poco burlado al ganar con su marido, director de su tesis. Con 46 años ella es el Nobel más novel. En la entrega dijeron que cada año mueren cerca de cinco millones de niños por enfermedades fácilmente curables. Parafraseando un famoso cartel de una isla con eximio régimen de salud: «Ninguno es cubano».