29 de abril de 2020
A mediados de abril, la propuesta argentina para la renegociación de la deuda irrumpió en una agenda informativa copada por la crisis mundial generada a partir del nuevo coronavirus. Pero es preciso notar que ambas problemáticas tienen un mismo hilo conductor: el proceso de extrema financiarización que predominó a escala global en las últimas cuatro décadas. En todo este período, la lógica financiera ha impregnado buena parte de las políticas y decisiones de los Estados, lo cual devino en el vaciamiento sistemático de recursos a los servicios que hoy se evidencian como esenciales, como los de salud pública (tanto en países emergentes como en los de mayor desarrollo). A su vez, bajo el mismo proceso se han generado vertiginosos ciclos de endeudamiento, como el de los últimos cuatro años en Argentina, en los que las naciones se convierten en «mercados emergentes» con promesas de elevados retornos para los grandes fondos especulativos y con presupuestos públicos que ponen en primer lugar el pago de intereses de deuda.
Dado el origen común, las respuestas también deben tener ejes en común; allí entra el concepto de sostenibilidad que enfatizó el Gobierno nacional al presentar la propuesta de renegociación y que implica revertir las prioridades presupuestarias con respecto al pasado reciente. En paralelo, y en medio de la pandemia, prácticamente todas las naciones (con los países centrales a la cabeza) han desplegado voluminosos paquetes de asistencia a personas y empresas afectadas. Todavía es pronto para determinar la magnitud de las transformaciones globales que deparará esta crisis. No obstante, las dramáticas consecuencias de aplicar la lógica mercantil a la provisión de bienes y servicios esenciales están a la vista, por lo que el desafío será tomar nota de ello para rediseñar las funciones y alcances de los Estados ante las necesidades más básicas.