31 de octubre de 2018
Los árabes inventaron el cero, esa magnitud aritmética entre uno y menos uno. Del ser y la nada de la filosofía al lenguaje binario de las computadoras, esa nada del cero lo es todo. Para el gobierno argentino todo es cero. Se ha venido apropiando del cero, desde antes de ser gobierno, cuando hizo campaña presidencial con el eslogan «Pobreza Cero», siguiendo el estilo del «Tolerancia Cero» de la Nueva York de Giuliani.
El primero en copiarlo fue Cavallo cuando en el gobierno de la Alianza impuso el «Déficit Cero». Ahora, al fracasar el primer acuerdo de Macri con el FMI, el gobierno redobló la apuesta con un virtual «Déficit Cero». Virtual porque lo llaman con otro nombre, para diferenciarse del gobierno de De la Rúa. Pero también es virtual porque –al igual que Cavallo– solo toma en cuenta el déficit primario, dejando afuera el déficit financiero de los abultados intereses de la deuda externa.
Para apretar más el torniquete, agregaron otro cero: la tasa de expansión de la base monetaria será cero. Con cero política fiscal y cero política monetaria, el PIB crecerá cero, según el presupuesto 2019. Tan obvio como que «cero más cero es cero». En cambio, el propio FMI –que es el que pone la plata– dice que estaremos bajo cero, -1,6%. En agosto la Cepal había dicho que este año caíamos el 0,3%, ahora dice que caeremos un 2,8%. Para 2019 el desplome será del 1,8%. En el ranking de «estabilidad financiera» del Foro Económico Mundial, que mide básicamente inflación y deuda, estamos en el puesto 136 de 140 países. Literalmente Argentina se ha convertido en una de las peores economías del mundo, según esta organización encargada de realizar las famosas cumbres en Davos.
En el casino financiero que nos han metido, cuando el crupier grita «¡ceeero!», pierden todos, la casa gana.