9 de octubre de 2019
Los últimos datos muestran que la pobreza en Argentina llegaba en el primer semestre del año al 35,4% de la población, más que el 27,3% de un año atrás. También creció fuertemente la indigencia, al 7,7%. En paralelo, los últimos números de la balanza de pagos reflejan que en ese lapso hubo un aumento de la riqueza financiera neta del país (activos menos pasivos contra el resto del mundo). Aunque suene extraño, la misma pasó de 53 mil millones de dólares en el segundo trimestre de 2018 a 60,2 mil millones en el segundo trimestre de 2019. Entre los activos se encuentra lo que se conoce como «fuga de capitales».
Este aparente contrasentido de aumento de pobreza y riqueza tiene una explicación: la forma en la que se distribuyen los recursos fronteras adentro, lo que a su vez posiciona a los segmentos de la sociedad de manera distinta ante los episodios de volatilidad macroeconómica. Por ello, hay una pobreza que es cada vez más masiva y, en paralelo, hay una riqueza que se concentra cada vez en menos manos. Un dato a tener en cuenta: el INDEC no muestra las cifras de los percentiles de ingresos (el famoso 1%), y sí lo hace por deciles, con lo que se subestiman los problemas de distribución. Según la escala de ingresos per cápita familiar, el 10% de mayores ingresos se encuentra en un rango que va de 27.200 pesos a 1.728.000 pesos, bastante amplio por cierto. Si, como dijo alguien hace poco, la pobreza tiene «rostro», la riqueza trata por todos los medios de ser camuflada. La transparencia, «te la debo».
No todas las personas han perdido con las actuales políticas. Vale tenerlo presente para desmitificar cierta idea de que el Gobierno incurrió en mala praxis. El problema de fondo es que se optó por un modelo económico excluyente por naturaleza y que no podía tener otros resultados que los que se están viendo.