14 de noviembre de 2018
«Tratar de llegar a un dígito en cuatro años era muy optimista. Y sí, es difícil», dijo un directivo del FMI reconociendo que Argentina no cumpliría su programa de metas de inflación. Desde Cambiemos, defendieron con ahínco esa política, que nos llevaría a una inflación del 5% en 2019, hasta que debieron admitir que no servía. Sin embargo, con referencia a la inflación, no solo en la meta erraron el pronóstico.
Argumentaban que el país comenzaría una fase donde el traspaso a precios de las devaluaciones sería despreciable. No había riesgos en dolarizar las tarifas de servicios públicos. Iba a haber un estricto control sobre la emisión de dinero. La tasa de interés alinearía las expectativas de la sociedad que confluirían a una desinflación virtuosa. No harían falta los controles de precios, eran ineficientes.
Sin embargo, este año, cuando se redujo el financiamiento externo, y se deslizó el dólar de $18 a $37, afloraron las debilidades de pronóstico. La inflación pasó del 25% al 41%, y Cambiemos tuvo que desdecirse: la devaluación tenía impacto en los precios. Las tarifas atadas al dólar tuvieron un rol protagónico en la suba de precios. Debió afrontarse una aceleración de la emisión de dinero del 30% al 46% interanual para retirar las Lebacs en poder del sector privado no financiero, que antes decían que no incubaban riesgos, pero, desde su posterior visión, pasaron a ser nocivas. Debieron relanzar el programa Precios Cuidados, y pedir a empresarios que aminoren las subas.
Experimentaron con distintas políticas, pero en ningún caso consiguieron resultados deseables. Por un errado diagnóstico del comportamiento de la inflación, la avivaron en vez de frenarla. Y nos sumergimos en una recesión que por ahora no concluirá.