22 de mayo de 2019
La actividad económica atraviesa un mal momento y sus perspectivas son desalentadoras. De hecho, hemos pasado de «romper la maldición de los años pares» a «quebrar la recuperación de los años impares». Es decir, se espera que en 2019 se registre un retroceso en la actividad por segundo año consecutivo, lo que no sucede desde 2001-2002. Las proyecciones privadas estiman caídas en un rango que va del −1% al −2,5%, dependiendo si incluyen o no un evento disruptivo en la dinámica económica.
Cuesta identificar vectores que aporten dinamismo. Para la inversión se prevé una merma superior al 10%, lógico resultado en un contexto de tasas reales de interés muy positivas e incertidumbre macroeconómica. Y el consumo sufrirá una fuerte caída que se suma a la de 2018, retrocediendo a niveles de 2012. Únicamente el frente de las Exportaciones Netas (exportaciones-importaciones) presentará una mejora, tanto por una suba del volumen exportado como por una fuerte merma en las cantidades importadas.
Desde el plano sectorial, la recesión es generalizada. Y el problema es que el análisis mes a mes tampoco presenta un cuadro alentador. Si bien durante enero y febrero la relativa calma financiera permitió una tímida reacción en ciertos sectores como la construcción y la industria, la mayor inestabilidad reinante desde marzo determinó una nueva caída, que todo hace estimar se repita en abril. Únicamente queda el aporte del agro, que logrará una cosecha récord marcando una gran diferencia respecto a un 2018 afectado por la sequía. No obstante, ello queda mediatizado por una fuerte baja en los precios de los granos, reduciendo el impacto indirecto al resto de la economía. El desafío para 2020 requiere revertir este combo tóxico de alta inflación y actividad raquítica, todo condicionado por un nivel de endeudamiento excesivamente alto.