21 de septiembre de 2022
A contramano de las empresas lucrativas, emprendimientos de la economía solidaria comienzan a utilizar los algoritmos con la mirada centrada en las personas y no en las ganancias.
Impacto en la comunidad. La tecnología puede gestionarse de forma más justa.
Foto: Guido Piotrkowski
¿Independencia o precarización? En Sorry We Missed You, estrenada en la Argentina en 2021 como Lazos de familia, el veterano cineasta y retratista de la clase trabajadora Ken Loach plantea el interrogante a partir de la historia de un conductor que, manejando su propia camioneta, ingresa como «socio» a un sistema de entregas en el que debe cumplir un rígido y exigente cronograma. El director formula la pregunta y también la responde. En el transcurso de la película, la precariedad se normaliza: los trabajadores compiten entre sí, dejan de existir las jornadas laborales de ocho horas y comienzan a aparecer los contratos en los que solo se cobra por hora trabajada. La familia se estructura en función del cronograma de entregas. Y se desmorona.
«Se trata de una de las transformaciones del capitalismo para reducir los costos de capital y fuerza de trabajo, que demanda de manera urgente una legislación protectora a nivel nacional», dispara Julio Neffa, economista del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales del CONICET, analizando el presente de los trabajadores de plataformas, a las que define como una actividad sin empleadores ni asalariados, que está al margen de las normas fiscales y tributarias.
En un contexto recesivo como el de la película, Neffa explica que la fuerza de trabajo es atraída invocando la flexibilidad y la comodidad, la facilidad de ambas partes para ingresar y salir de la actividad y poder elegir el territorio, los días u horarios que más les conviene, siendo compatible con otras actividades y utilizando el tiempo libre. Los trabajadores serían como «microempresarios emprendedores», quienes deciden la duración de la jornada así como los días y horarios en que desean trabajar. «En el momento de incorporarlos dejan establecido que como no son asalariados en relación de dependencia, la plataforma los puede desafectar en cualquier ocasión por distintos motivos (mal desempeño, irregularidad en los horarios de trabajo en que están disponibles, evaluación negativa de los clientes o de las empresas de los bienes o servicios transportados), así como por falta o disminución de la demanda, o de manera discriminatoria e inconsulta sin dar preaviso ni indemnización», describe Neffa.
De acuerdo con el investigador, la fuerza de trabajo es «nómade» –por lo general jóvenes, con un alto porcentaje de migrantes, mayormente varones–, todos en buen estado de salud –aunque no hay un examen médico preocupacional– pues deben caminar, pedalear o conducir motos, a veces, sufriendo las inclemencias del tiempo. Se los denominan «colaboradores» o «socios» como en la ficción británica y no asalariados, para desconocer y ocultar su condición de ser económicamente dependientes.
Neffa. «Este modelo demanda urgentemente una legislación protectora a nivel nacional.»
Otra lógica
Desalentador, lo cierto es que el informe de situación omite las salidas posibles ante el gobierno de los algoritmos que rigen las plataformas; matemáticos, sí, pero incapaces de reemplazar la toma de decisiones colectivas y democráticas de un grupo. Ciertamente, desde la economía solidaria hay respuestas al escenario narrado y su articulación con la economía de plataformas es más que una expresión de deseo: es una tendencia incipiente.
¿Cómo se gesta esta articulación? Denise Kasparian, investigadora del CONICET con sede de trabajo en el Instituto de Investigaciones Gino Germani y docente de la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, comienza por establecer diferencias entre la economía de plataformas y el cooperativismo de plataformas, señalando que plantean dos modelos distintos. «El capitalismo de plataformas genera ganancias a través de la explotación de datos, de la creación de monopolios de la valorización financiera, negocios que tienen mucho que ver con conseguir financiamientos para crecer, ser más valiosos y revenderse. La lógica tiene que ver con eso y no con crear negocios que tengan impactos reales en la vida de las personas y las comunidades», introduce Kasparian, quien además es investigadora del Departamento de Estudios Sociológicos del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. «Cuando pensamos en cooperativismo de plataformas, pensamos en emprendimientos, negocios o proyectos que buscan generar mejores condiciones de trabajo e impacto en las comunidades, no crear monopolios sino experiencias diversas que se articulen, como suele trabajar el cooperativismo», distingue Kasparian. «Entonces, aun cuando ambos universos están hablando de las tecnologías y parezca que son lo mismo, en realidad son proyectos muy distintos. Esto viene a proponer otro modelo, en esa tensión constante del cooperativismo y la economía social: estar en este mundo pero a la vez plantear otro, creando las condiciones para que, de a poco, se vaya construyendo otra cosa», desarrolla la investigadora.
Kasparian. «Pensamos en negocios o proyectos que buscan mejores condiciones de trabajo.»
Cuestión de principios
El cooperativismo de plataformas no refiere exclusivamente a cooperativas de trabajo sino a experiencias que se basan en los ejes del cooperativismo. Teóricos y empiristas indican que la denominación cooperativismo de plataformas obedece, sobre todo, a los principios y los valores. En relación al gerenciamiento y al modelo de negocios, toman la tecnología y los modelos de las grandes plataformas pero las gestionan de forma más igualitaria, con una división más democrática de los ingresos y excedentes, y prestando atención a las comunidades y las necesidades de las mayorías.
«Una de las cuestiones centrales tiene que ver con correr a los algoritmos de la gestión del trabajo», subraya Kasparian. Y no es la única que lo piensa. En este sentido, también se expresa Sofía Scasserra, autora de Cuando el jefe se tomó el buque. El algoritmo toma el control (2019, Fundación Foro del Sur), quien sostiene que querer «regular la tecnología y su uso no es estar en contra de ella, sino simplemente querer maximizar los impactos positivos y minimizar los negativos, teniendo presente que a lo que deberíamos aspirar como sociedad es lograr una donde la tecnología sea puesta al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la tecnología».
A domicilio. En Madrid, la cooperativa de logística La Pájara en Bici ofrece una alternativa local a las compañías multinacionales.
Foto: Julieta Dorin
En el texto y en clave de pregunta, la autora, autodefinida como millennial, también se autocuestiona, interpelando a los lectores: «Simplemente me niego a que nuestro acercamiento a la tecnología sea solamente para proveer datos a unas ecuaciones generando ganancias empresarias», espeta. «¿Qué queremos ser como sociedades? ¿Queremos ser meros productores de datos y ganancias empresarias?».
Casos como el de Proyecto Wow, La Pájara en Bici, ESSApp y FairBNB demuestran que en el coooperativismo de plataformas, si no están todas las respuestas, tal vez se presenten caminos alternativos para los nuevos desafíos que aúnan a trabajadores con consumidores y a la sociedad en su conjunto para tomar decisiones más allá del criterio selectivo de un robot.