Informe especial | EL MUNDO QUE DEJÓ EL COVID-19

Pandemia y después

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María Carolina Stegman

A cinco años del evento global que dejó millones de víctimas, el sueño de una humanidad mejor es solo un recuerdo. Aislamiento, crueldad e inequidad, algunos de los rasgos de las sociedades pospandémicas.

Postales del pasado. El distanciamiento social se convirtió en parte de los nuevos códigos de convivencia.

Foto: Shutterstock

Recientemente, los mercados internacionales se vieron sacudidos por un informe del medio británico The Daily Mail que afirma que se descubrió un nuevo coronavirus en China con potencial para causar otra pandemia. El hallazgo es serio porque vino de la viróloga Shi Zhengli, conocida como «Batwoman» por su trabajo sobre los coronavirus. Según el medio inglés, «el HKU5-CoV-2 es sorprendentemente similar al virus de la pandemia y está aún más relacionado con el MERS, un tipo de coronavirus más letal que mata hasta un tercio de las personas a las que infecta». Sin dudas, esta información para muchas personas puede despertar los recuerdos de aquel 31 de diciembre de 2019, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) informaba la existencia de casos de «neumonía vírica» en Wuhan (China). Lo que siguió sobrepasó el peor de los escenarios. El 1º de enero ya estaban activados los sistemas de emergencia y tres días después se informó a nivel global la existencia de la emergencia sanitaria. En poco menos de 10 días ya tenía nombre la tan temida amenaza pandémica que afectó a 234 países y costó, según la entidad internacional, 7 millones de vidas: SARS-CoV-2. A nivel local, en tanto, el 20 de marzo de 2020 será recordado como una fecha en la que la vida como se conocía hasta ese momento cambió: fue el inicio del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) que se prolongó hasta el 31 de enero de 2021.


Futuro imaginado y realidad
Mientras transcurría la pandemia, no pocos filósofos arrojaban sus vaticinios respecto de cómo sería ese mundo pospandémico en términos sociales, políticos y económicos. Las predicciones iban desde el fin del capitalismo, como anunciaba el esloveno Slavoj Zizek, hasta otras más pesimistas de la mano del surcoreano Byung-Chul Han, quien advertía el devenir de un capitalismo recargado y el surgimiento de formas alternativas de movilización. La razón, sostenía, es sencilla: no hay evidencia concreta que ayude a imaginar una trayectoria diferente, e incluso sentenciaba que «el virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte». 

Para la socióloga, ensayista, investigadora y docente María Pía López, la pandemia sin dudas fue de una enorme magnitud, sin embargo, «la conclusión que parecen haber sacado gran parte de las poblaciones del globo es que se puede ir por más, en el sentido de la destrucción. Me impresionan mucho en este sentido dos elementos que están presentes en nuestra escena contemporánea: uno es el gobierno directo de las oligarquías tecnológicas, algo que se ve en Estados Unidos, donde terminaron de convertirse en ese poder dominante». Para López, esto se ve con claridad en el modo en el que se constituyó el Gobierno de Donald Trump. «También hay algo que es muy poderoso y difícil de pensar –agrega–, hay que hacerlo pospandémicamente, y tiene que ver con la extensión de la lógica de la guerra: hoy habitamos un mundo en guerra por los territorios. Eso lo vemos en Gaza y Ucrania, pero también en el sur de nuestro país con los incendios y la acusación a las comunidades mapuches de ser responsables. Las imágenes de la pandemia nos condicionaron a la crueldad, lo que pensábamos que estábamos viviendo como advertencia global respecto de la amenaza de muerte, en lugar de advertirnos sobre la necesidad de mayores cuidados del medioambiente, pareciera que una de las consecuencias tuvo que ver con la ratificación de la amenaza de muerte como condición y afirmando su ejercicio desde una lógica de la crueldad. Asistimos a un momento en que la crueldad funda orden».

Pero el peligro frente al virus no solo tuvo este efecto. En la mirada de la socióloga, también el encierro y aislamiento producido por la epidemia tuvo su correlato en la ruptura de la conversación pública que se daba en espacios muy heterogéneos. «Antes de la pandemia, todo el tiempo conversábamos con personas con las que teníamos afinidad y controversias, en las aulas, en las oficinas, en los consorcios. La lógica de las burbujas de la pandemia instala el comienzo de los vínculos sociales mediados tecnológicamente, fundamentalmente con las personas que tienen afinidad, afinidad detectada por el algoritmo, y ahí es cuando la conversación pública se vuelve más monológica y más cerrada, oscurantista diría», sostiene López.

Barbijos y contagios. En San Pablo, como en otras grandes ciudades, el paisaje cotidiano se transformó en muy poco tiempo.

Foto: Getty Images


Nada nuevo bajo el sol
Santiago Levín, presidente de la Asociación de Psiquiatras de América Latina (APAL), señala que mucho se habló en su momento de una nueva normalidad que nos aguardaría pospandemia. «Como dice la canción de Serrat, luego de la fiesta (en este caso de la catástrofe) vuelve el rico a su riqueza y vuelve el pobre a su pobreza. Solo que ahora la pobreza es mayor y la riqueza está más concentrada en menos manos. Creo que la pandemia actuó con un cristal de aumento, como un aumentador y acelerador de procesos preexistentes. Fue una alarma del enorme daño que le hacemos al planeta, nuestra casa, y la inadmisible situación de inequidad global en la que vivíamos antes de ella, porque ya morían, todos los años, 5 millones de niños y niñas menores de 5 años por falta de alimento», subraya.

Ahora bien, la pandemia no solo ofició como una suerte de lupa: finalmente aparecieron también nuevos problemas derivados de la propia situación sanitaria, como la imposibilidad de contar con una salud mental comunitaria, con dispositivos capaces de asistir los padecimientos mentales que se agudizaban.

«Las cuarentenas fueron necesarias, pero a la vez dejaron una marca imposible de negar. Estuvimos meses aferrados a nuestros celulares, a los medios electrónicos de comunicación, recibiendo buena y sobre todo mala información. Y en este sentido, una de las enseñanzas que la pandemia dejó es la importancia capital de la comunicación, aprendida antes que todos por las derechas y las ultraderechas globales», observa Levín. Era necesario, agrega, «reforzar, perfeccionar y diseñar una comunicación de y en pandemia que permitiera canalizar la angustia generalizada en acciones solidarias, pero esto no ocurrió. Por otro lado, la pandemia empeoró los indicadores mundiales de salud mental. En todas las franjas, pero muy especialmente en el sector de los púberes y los adolescentes. Las consultas han aumentado muchísimo (ese es el indicador principal) y preocupa mucho el aumento de tentativas suicidas adolescentes. Todavía no conocemos las causas, pero sin dudas la pandemia y las cuarentenas (que salvaron vidas) produjeron una retracción social forzada en un período en el que lo que se busca y lo que se precisa es justamente lo contrario», agrega Levín.

A su vez, los jóvenes también fueron afectados en sus aprendizajes, sobre todo quienes no contaban con los recursos tecnológicos para la educación en línea.

Nueva York, 2020. Las cuarentenas fueron necesarias, pero dejaron marcas en las sociedades y en las personas.

Foto: Shutterstock


Volver a encontrarnos
En tiempos de avasallamiento de gran parte de las políticas públicas que permiten tener una vida más protegida, sobre todo para los sectores más vulnerables de la sociedad, retomar las calles aparece lentamente como prioritario. Para López, en el declive del Gobierno anterior muchas personas sintieron que los opositores habían logrado ocupar el espacio público, porque desafiaban las restricciones que se producían para los cuidados colectivos, y quienes creían que había otras cosas a defender, como la salud pública, se retraían. «Esto de algún modo nos dejó inermes y es lo que viene a reforzar este Gobierno actual cuando dice que no va a haber derecho a la protesta», subraya. «Creo que hay dos imposibilidades que producen una sensación muy fuerte en términos de dificultad para confrontar con el Gobierno: una es la dispersión y de algún modo la dificultad de componer entre todos esos sectores de lucha una estrategia común. Por otro lado, las personas que se asumen muy activas en la vida política aún no producen un derrame hacia las personas menos conmovidas por la situación actual, y no hay transformación sin esto», agrega. Pero, concluye, «la historia siempre está abierta, es de lucha, conflictos, lo que nos exige un momento así es afinar nuestros instrumentos críticos con la tecnología, contra esas oligarquías y a la vez saber que solo podemos confrontar contra este orden de la crueldad, sin concesiones y sin desesperanza».

A cinco años de ocurrido un acontecimiento que quedará en la historia, se revela importante también la pregunta sobre los modos de ser actuales. «Cada época construye su subjetividad. No es lo mismo vivir en una sociedad individualista y violenta en la que cada uno se salva a sí mismo y desconfía del otro, que en una donde el bien común es el objetivo. Hay que retomar nuestra propia militancia narrativa ‒concluye Levín‒. No queremos una batalla cultural sino una militancia cultural (nótese la enorme diferencia entre las palabras, una bélica y la otra erótica), que luche y defienda los valores que nos hacen mejores como civilización: solidaridad, amor, ayuda, asistencia, construcción colectiva, esperanza, arte, ciencia, poesía, abrazos y proyecto colectivo».

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