4 de mayo de 2022
La invasión rusa a Ucrania ha puesto sobre el tapete una vez más el doble discurso con que se miden en la política las invasiones y las violaciones a los derechos humanos. Cuando se trata de adoptar convenciones internacionales para respetar la vida la mayoría de los Gobiernos las aprueban. Sin embargo, cuando se analiza cada caso en particular se comprueba que se condena o se deja de condenar en base a intereses políticos y/o económicos. Es así que el Reino de España exige que el Reino Unido abandone Gibraltar mientras no está dispuesto a negociar Ceuta y Melilla en territorio de Marruecos. Las condenas de los Gobiernos de Estados Unidos y Europa a Rusia «porque no se puede tolerar la invasión y su actitud criminal» es uno de los tantos ejemplos del famoso doble discurso. Se ha llegado al paroxismo de querer sancionar incluso a familiares de los gobernantes rusos como si fueran los únicos del planeta en cometer atrocidades. La indignación moral de gran parte del llamado «mundo occidental» por la invasión rusa y sus consecuencias para la población civil provocarían risa si no fueran parte de una tragedia global. Hace pocas semanas el primer ministro británico Boris Johnson viajó a Arabia Saudita para ver si incrementaban la producción de petróleo y con ello bajar los precios. Curiosamente, su visita se realizó pocos días después de que se conociera que 81 personas fueron decapitadas en juicios sumarios de dudosa legalidad. Cuando se le preguntó sobre ellas y las violaciones a los derechos humanos en el país árabe se limitó a decir que «muchas cosas están cambiando». La actual «rusofobia» no parte de valores sino de intereses, porque el objetivo es acorralar a Rusia. Y el doble discurso está a la orden del día.