13 de mayo de 2023
En el barrio de Chacarita, la fábrica de pastas recuperada enfrenta una sentencia de desalojo. «La única solución posible es una decisión política», dicen sus referentes.
Girardort 345. Vera, Pierucci y Baini en la planta, espacio que da sustento a 50 familias.
Foto: Juan Quiles/3Estudio
En estos ocho años que llevan defendiendo sus puestos de trabajo, los asociados y asociadas de la Cooperativa La Nueva Litoraleña se enfrentan a su momento más difícil: la sentencia de desalojo dictada días atrás por la Sala E de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial.
La fábrica de pastas frescas –ubicada en la calle Girardot 345 del barrio porteño de Chacarita– comenzó a producir y comercializar de forma autogestionada tras un conflicto patronal originado a partir de despidos, deuda de salarios e inminente quiebra. Logró la matrícula del INAES en 2016 para convertirse en cooperativa. Hoy enfrenta un fallo que pone en peligro la fuente de trabajo de 50 familias.
«La situación es delicada», afirma el presidente de la cooperativa, Luis Baini. Y relata que la sentencia «pasó por el Juzgado, fue a Cámara e hicimos una declaración jurada en la Corte Suprema y en menos de un mes ratificaron el fallo que nos obliga a desalojar la planta para que vaya a remate, así que estamos realmente complicados». En cuanto a las instancias judiciales, La Nueva Litoraleña ya no tiene más alternativas. Los trabajadores le dan vuelta al asunto y la única posibilidad que existe para solucionar el conflicto es «una solución política».
«Nos podría salvar una ley de expropiación, como hubo tantas en la Ciudad de Buenos Aires e incluso hasta en el propio Congreso de la Nación, con antecedentes como el del Hotel Bauen, aunque Macri vetó la expropiación», dice Baini.
Luchar hasta el final
Un artículo de la Ley de Quiebras fue lo que les permitió a los 50 trabajadores La Nueva Litoraleña gestionar el permiso de explotación y lograr la continuidad laboral. «La Justicia no interpretó el espíritu de la Ley de Quiebras donde dice muy claramente que si los trabajadores nos conformamos en cooperativa tenemos el derecho de continuidad laboral», agrega Fabián Pierucci, síndico de la cooperativa.
En 2020, en plena pandemia, el mismo juzgado ya había librado una orden de desalojo que fue apelada por los abogados de la cooperativa. En ese momento, tras varias asambleas, los trabajadores votaron compensar la situación con sus créditos laborales: comprar la quiebra con la deuda de salarios e indemnizaciones. «Desde La Nueva Litoraleña estamos dispuestos a ceder nuestros derechos individuales en función de capitalizar la cooperativa, eso es una institución legal y la Justicia lo que está haciendo es desconocerlo absolutamente», explica Pierucci. Y agrega: «Con este fallo la Justicia pretende desmantelar una unidad productiva donde 50 puestos de trabajo genuinos, que generan ingresos, trabajos directos e indirectos se desarmen en un país donde básicamente uno de los problemas sustanciales que tenemos es el del trabajo y de ingresos provenientes de fuentes que generen valor».
Situación compleja. Los asociados relataron el largo e intrincado proceso de recuperación, que aún no termina.
Foto: Juan Quiles/3Estudio
En estos momentos tan difíciles que les toca atravesar –así como sucedió en el 2015– los trabajadores cuentan con el apoyo de otras cooperativas y entidades como el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos y el Banco Credicoop.
«Del IMFC recibimos 13 microcréditos a lo largo de estos años que los usamos para reparar una cámara de frío, cambiar los neumáticos de uno de los camiones y reforzar la compra de insumos para aumentar el capital de trabajo. Y somos asociados del banco en la filial Villa Crespo, con lo cual tenemos un vínculo cotidiano y de mucha afinidad. De hecho, nos dieron un Premio Estímulo que nos llena de orgullo», cuenta Pierucci.
Historias que atraviesan vidas
José María Vera trabaja en la planta de Girardot hace 17 años. Resistió en aquel 2015 en el que se turnaban por las noches para mantenerse despiertos en la fábrica con el miedo latente a que entraran a llevarse las máquinas.
Hoy, con una mujer discapacitada y una hija enferma, la incertidumbre vuelve a su vida. «Es una injusticia lo que nos están haciendo porque peleamos mucho para mantener esta fuente de trabajo, de ingresos, para nosotros y nuestra familia. Hay compañeros que dejaron su vida acá como Rubén Zalazar, que se nos fue hace poco, y aunque la vamos a pelear hasta el final nadie quiere pasar por esto», dice con la voz atragantada.
En La Nueva Litoraleña se respira ese olor a casa de abuela un domingo por la mañana cuando la harina da vueltas por el aire tras la amasada, pero también se puede sentir el espíritu de lucha que llama a no bajar los brazos.
«Nosotros reivindicamos valores que son la comunidad, la ayuda mutua, la solidaridad. Estamos luchando por la fuente de trabajo genuina, claramente, por nuestro ingreso, pero también por una perspectiva de sociedad en donde podamos vivir todos un poquito mejor. Eso es lo que está en juego hoy por hoy», concluye Pierucci.