18 de octubre de 2022
La organización de actos separados por el 17 de Octubre expone las diferencias entre corrientes que integran la CGT y otros espacios de representación de los trabajadores.
Sede. La central obrera alberga corrientes con diferentes posiciones frente a la situación económica.
Foto: Horacio Paone
Que la CGT (Confederación General del Trabajo) no haya logrado consensuar un acto unitario para evocar el 17 de octubre de 1945 es la consecuencia lógica de desencuentros y enfrentamientos históricos entre las corrientes que la integran y que comenzaron a expresarse a partir de la caída del primer Gobierno peronista, se profundizaron en la década del 70, estallaron con el surgimiento de la CGT de los Argentinos en 1968 y, tras sucesivas reunificaciones, volvieron a dividir las aguas durante el gobierno de Carlos Menem, cuando tanto la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) como el Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA), liderado por Hugo Moyano, enfrentaron en las calles las políticas neoliberales y privatistas del caudillo riojano. La causa de esta puja fue siempre la dificultosa convivencia entre los sectores combativos que reivindicaban los intereses de sus representados y los que se adecuaban a las circunstancias para preservar los aparatos, aunque ello significase ceder posiciones en la puja distributiva.
Sin ir tan atrás en el tiempo, la precaria unidad forjada en los últimos años estuvo a punto de hacerse trizas hace algunas semanas cuando el dirigente camionero Pablo Moyano presentó su renuncia al triunvirato que conduce la central, decisión que revirtió ante una exhortación del presidente Alberto Fernández. Moyano explicó su permanencia con una afirmación contundente: «Más allá de las posibles diferencias vamos a defender a nuestro Gobierno hasta el último día de su mandato, y más teniendo en cuenta que enfrente está este personaje siniestro (por Mauricio Macri) que nos gobernó cuatro años y que provocó la profunda crisis que hoy sufren millones de argentinos».
Correlación de fuerzas
Los sectores enfrentados –la alianza entre «gordos», independientes y barrionuevistas por un lado y la Corriente Federal de Trabajadores (CFT) y el moyanismo por el otro– ya habían divergido cuando estos últimos hicieron su propio acto el 26 de julio pasado en la avenida 9 de Julio para conmemorar el 70 aniversario de la muerte de Eva Perón, en tanto sus oponentes resolvieron evocar la fecha en la sede cegetista. Tampoco fue posible acordar una huelga general contra el lawfare, y mucho menos contra el atentado que casi le cuesta la vida a Cristina Fernández. Es que la coalición que controla la CGT no quiere tomar como propio ninguno de los ejes que enarbola el kirchnerismo y se limita a los aspectos meramente reivindicativos. Desde la CFT y el moyanismo –respaldados por ambas CTA– les reprochan el poco empeño puesto en la defensa de los derechos de sus representados y responsabilizan a los triunviros Héctor Daer y Carlos Acuña de la pérdida de más del 25% del salario real desde 2015 a la fecha, al tiempo que cuestionan la reticencia en reclamar un bono para los salarios más bajos.
Empero, la correlación de fuerzas internas se ha modificado significativamente en los últimos tiempos. Francisco «Paco» Manrique –por ejemplo– responsable gremial de la CGT y secretario adjunto de SMATA, un sindicato tradicionalmente alineado con los moderados, formuló una durísima crítica al funcionamiento de la central obrera al asegurar: «El movimiento obrero lamentablemente es un barquito de papel» y sostener que «debe abandonar el equilibrio político y tomar posición», y añadió: «Daer y Acuña se reúnen por su lado defendiendo determinados intereses. Nosotros, con Pablo Moyano, luchamos por los laburantes».
Además, en marzo pasado, los dos integrantes del triunvirato cegetista debieron soportar la caída de un aliado importante, Antonio Caló, que conducía el gremio metalúrgico y en 2019 respaldó la candidatura presidencial de Florencio Randazzo. Lo reemplazó el secretario de la seccional Campana, Abel Furlán, que militó en el kirchnerismo. También se observa en muchas regionales cegetistas la aparición de una nueva camada dirigencial que no responde verticalmente a la conducción. Lo que inclinaría la balanza sería, primordialmente, que los gremios más combativos son los que están logrando los mejores resultados en las paritarias.
En el río revuelto reapareció uno de los pescadores más expertos, José Luis Barrionuevo, conductor del fantasmal Movimiento Nacional Sindical Peronista que mantuvo un significativo silencio durante la pandemia, pero ha vuelto por sus fueros para incidir en la interna cegetista, en procura de que se tome distancia de la gestión del presidente con el soñado objetivo de construir un partido peronista antikirchnerista.
El último encontronazo entre las fuerzas en pugna se produjo a raíz del nombramiento de Raquel Kelly Olmos como ministra de Trabajo. Mientras Moyano hijo manifestó cierto escepticismo debido a los antecedentes menemistas de la nueva funcionaria y expresó: «Ojalá haya cambiado», el dirigente de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN), Andrés Rodríguez, replicó: «En la época de Menem fueron todos menemistas, incluso muchos que están en el Frente de Todos», una afirmación que, como se expuso, no debería incluir a los Moyano.
En suma, los actos fueron dos, pero de diferente volumen y contenido. El de la conducción de la CGT, en un local cuya capacidad no excede las tres o cuatro mil personas, sin bombos ni símbolos peronistas y con una concurrencia limitada a los cuadros intermedios y delegados adictos que discutieron la actitud a asumir con vistas a las elecciones de 2023, incluyendo la posibilidad de alguna lista propia en las PASO. El de la CFT, el moyanismo, las dos CTA y las fuerzas políticas que los respaldan, un encuentro multitudinario para reclamar la urgente recomposición salarial y repudiar las maniobras golpistas abiertas o encubiertas.