15 de agosto de 2022
El viaje de Nancy Pelosi a la isla de Taiwán es la cabal demostración de que en Estados Unidos prima la visión de un mundo unipolar. De poco sirvió que el presidente chino Xi Jinping le advirtiera a su par Joe Biden que la visita sería considerada como una provocación; Pelosi viajó a Taiwán.
La isla ha sido desde 1949 un lugar clave para la política exterior de la Casa Blanca. A raíz de la revolución popular en ese año, los nacionalistas liderados por Chiang Kai Shek –que combatieron a los comunistas– lograron tomar la isla y el reconocimiento de las Naciones Unidas como la continuidad del gobierno legítimo de China. Es así que Taiwán se desarrolló –gracias al apoyo de EE.UU–, al igual que Hong Kong, Corea del Sur y Singapur, como parte de la estrategia estadunidense de contener la expansión de la revolución liderada por Mao Tse Tung. De hecho, hasta 1971, los nacionalistas representaban a China en las Naciones Unidas, incluyendo un asiento en el Consejo de Seguridad. Sin embargo, ese año la República Popular de China pasó a ocupar oficialmente el lugar de China en la ONU desplazando a Taiwán, que dejó de ser considerado un país por casi todos los Gobiernos. Washington se tuvo que rendir ante la evidencia aunque Taiwán siguió siendo parte integral de su estrategia en la región del Indo-Pacífico. Por eso, en 1979 el Congreso aprobó una resolución para suministrarle armamento a Taiwán para su «defensa» aunque ya no lo reconocía como país y ni siquiera hay una embajada de EE.UU., porque la única que tiene está en Pekín. Más allá del «compromiso» con Taiwán, está claro que para la Casa Blanca lo principal es demostrarle a la República Popular de China que la primera potencia mundial es la que por ahora marca la agenda. Es lo que quiso mostrar.