26 de junio de 2022
Consecuente militante por los derechos de las mujeres trans y travestis, la funcionaria reflexiona acerca de los cambios logrados en los últimos años.
Sobre la calle Cochabamba, pegado a la autopista, se erige el renovado y hermoso edificio que alberga al Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad que, por voluntad política del actual Gobierno, es el primero que el país tiene. En su amplia oficina del primer piso nos recibió la activista trans, entonces subsecretaria de políticas de diversidad, Alba Rueda. En su día, su nombramiento fue celebrado con mucha alegría por la comunidad LGBT+. Pocos días después de la entrevista, Rueda se mudó a otra cartera. Ahora se desempeña como representante Especial sobre Orientación Sexual e Identidad de Género del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto.
Rueda es una ferviente militante por los derechos de las mujeres trans y travestis, ejerció la presidencia de Mujeres Trans Argentina; integró el equipo de trabajo del Observatorio de Género en la Justicia dentro del Poder Judicial de CABA; participó de Noti Trans, el primer Magazine Trans de Argentina e integra el Departamento de Género y Comunicaciones del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, un lugar por el que siente un gran afecto. «Estoy muy feliz de haber conocido y habitar el Centro Cultural, un espacio para mí de compañeres», sostiene mientras se le ilumina la cara.
–¿Cómo fue para vos haber podido inaugurar el Ministerio de la Mujer, Género y Diversidad, estar en un cargo ejecutivo y ser además la primera persona trans en ocupar un puesto de estas características?
–Por un lado, sentí una enorme alegría personal, pero también social y colectiva. Es un logro de los movimientos sociales, de las organizaciones y de la política de derechos humanos y de igualdad y diversidad en nuestro país. La creación del Ministerio nos marcó una enorme responsabilidad. En Argentina contábamos con leyes de vanguardia fundamentales y tenemos un movimiento social y político muy fuerte y esto hay que traducirlo en políticas públicas. Para nosotras el enorme desafío es tomar ese marco normativo, situarlo dentro de las lógicas del Estado y transformarlas para que de esa agenda política surja una modificación social, cultural. Estamos convencidas de que los cambios culturales también se inician con agendas políticas.
«Mucho de la discriminación y de la exclusión es el resultado de las lógicas no solamente patriarcales, sino también binarias.»
–¿Cuánto lograron transformar en estos dos años y medio y cuánto falta aún?
–Este es el punto; cuando arrancas asumís una agenda de deudas históricas y, en torno a la diversidad, hay profundas postergaciones. Las personas travestis y trans en nuestro país, en Latinoamérica y en el mundo atraviesan situaciones muy particulares. Mucho de la discriminación y de la exclusión es el resultado de las lógicas no solamente patriarcales, sino también binarias. Hay desafíos enormes en la agenda de les no binaries que nosotres estamos recibiendo y asumirlos, con la complejidad que esto implica, significa también traducir en esquemas estructurales estas realidades. Estamos dando los primeros pasos para modificar la estructura de la desigualdad. En este sentido, las políticas de empleo de la población trans nos parece que es uno de los ejes fundamentales y si bien no está cumplido el objetivo, se están dando pasos para poder lograrlo.
–En una charla que diste rescataste la importancia de la oralidad en la construcción de contrahegemonía con los avances que hubo en políticas inclusivas. ¿Considerás que esa oralidad sigue teniendo vigencia?
–Sí, sigue en vigencia. Las políticas de memoria son una cuestión donde no se habla solo desde el Estado, sino desde las voces situadas, de las organizaciones, de las personas LGBT. Es una construcción que necesita una perspectiva federal y, en ese sentido, es un proyecto a largo plazo. Lo fundamental es que haya voluntad y una actitud de reconocimiento de esas voces. El año pasado (2021) acompañamos la marcha por la Memoria Trans en Argentina y esto es uno de los pasos fundamentales en el reconocimiento de que pisamos –esta es una metáfora que me resulta muy fuerte por su significado– la tierra fértil de otras compañeras que pudieron crear esta democracia para nosotras. Entonces esa historia se recupera, no solo en la oralidad, sino también en la presencia, en ocupar la calle, en la noción de orgullo dentro de lo que es el espacio público. Son las producciones culturales, literarias, es pensarnos y pensar otras lógicas más allá del binarismo y esto tiene que ver justamente con un ejercicio que se lleva desde el cuerpo, desde los saberes y desde la transmisión de esos saberes.
–Como el Archivo de la Memoria Trans.
–Claro, el Archivo de la Memoria Trans recupera todo lo que es el ejercicio de memoria a partir de registros fotográficos, que tienen otras narrativas. Es registro, pero, son también todas las voces que permiten recordar a nuestras hermanas, a nuestras compañeras, y situar un ejercicio de memoria que es presentificar la vida, nuestras voces y nuestras construcciones.
«El Archivo de la Memoria Trans recupera todo lo que es el ejercicio de memoria a partir de registros fotográficos, que tienen otras narrativas.»
–Y en tu archivo personal y memoria colectiva, ¿qué significan los nombres de Lohana Berkins o Diana Sacayán?
–Son compañeras que atravesaron nuestra vida y nuestra formación. Nosotras hablamos de nuestras «traviarcas», como un ejercicio de reconocimiento a esas compañeras que fundaron muchas de las agendas, como la del cupo trans. Tengo presente la voz de Diana diciéndonos que es fundamental que exista una ley que reconozca la acción del estado en el ingreso de las personas trans. No se puede desmontar este marco normativo de esa historia. Entonces, Lohana Berkins o Diana Sacayán, para mí significan democracia, pedagogía trans, travas, saberes. Son compañeras que pusieron el cuerpo, la vida y la militancia para que hoy estemos desarrollando aspectos fundamentales para nuestras vidas y para la vida de nuestra sociedad.
–Una vez luciste una remera que decía, «La heterosexualidad es un régimen político». ¿Cómo fue ese momento y por qué esa frase?
–¡Qué lindo lo que recordás! Es una remera que llevé por Latinoamérica a varios encuentros de organizaciones a las que nos invitaron y surge después de un tweet de la Secretaría de Derechos Humanos, en pleno macrismo, en el que se afirmaba que «la heterosexualidad es parte de la diversidad». Eso para nosotras, como movimiento de la diversidad, fue muy fuerte, porque realmente es negarle el carácter del régimen político que significa el imperio de la heterosexualidad y el heterosexismo. Creo profundamente que la heterosexualidad es un régimen político y buscamos terminar con esa mirada cuando hablamos de un estado transfeminista. Por supuesto es una frase que no la dije yo, tiene su historia dentro del movimiento LGBT, fue pensada por una lesbiana en los años 70 (N. de la R.: Monique Wittig, feminista francesa).
«Lohana Berkins y Diana Sacayán son compañeras que atravesaron nuestra vida y nuestra formación. Nosotras hablamos de nuestras “traviarcas”.»
–Tenés una historia dentro del Centro Cultural de la Cooperación, ¿qué significa para vos ese espacio y qué tareas desarrollás?
–Me gusta mucho la propuesta cultural que tienen pensada desde sus distintos Departamentos. Yo, personalmente, hago mi aporte en el Departamento de Género, hoy un poco menos por cuestiones de trabajo, pero realmente el Floreal Gorini es una comunidad en donde no solo se habla de economía social, sino solidaria, y este es el concepto que a mí me acercó mucho a comprender el enorme desafío por recuperar agendas políticas históricas de compañeres que pensaron un mundo distinto. Desde el Departamento de Género debatimos sobre todo la perspectiva feminista dentro de las lógicas de la economía; entonces es otro modo de situar las luchas sociales, de construir cambios culturales. Los espacios de la economía solidaria y social son otro modo de situar a las travestis dentro de las lógicas capitalistas y es un enorme aporte.