26 de agosto de 2015
Emmanuel Álvarez Agis explica las políticas del área y responde sobre restricción externa, inflación, desarrollo y el contexto internacional.
Pragmático, hiperactivo y leal a aquellas primeras ideas aprendidas en su época de estudiante en la Facultad de Ciencias Económicas, el secretario de Política Económica y Planificación del Desarrollo de la Nación, Emmanuel Álvarez Agis, responde a cada pregunta con una mixtura de teoría y realidad que difícilmente se ajuste a los cánones que se enseñan en los claustros. Ingresó a la Facultad en plena crisis de 2001 y recuerda que su primer acercamiento a la política fue «tirar piedras» bajo la consigna «que se vayan todos». La necesidad de comprender lo condujo a los subsuelos de Económicas, donde un grupo de estudiantes próximos a graduarse, entre ellos el actual ministro de Economía, Axel Kicillof, analizaba teorías alternativas al Consenso de Washington. «En los 90 elegían la carrera porque querían ser Domingo Cavallo (el entonces titular de Economía) y en 2001 lo hacíamos para putear a Cavallo», recuerda.
Su acercamiento al kirchnerismo se produjo a partir de una serie de disputas que entabló el Gobierno nacional contra sectores concentrados de la economía. «La resolución 125 fue un punto de inflexión para mí», sostiene en referencia a la medida que enfrentó en 2008 al Gobierno con las corporaciones agropecuarias por la aplicación de retenciones móviles.
Nació en 1981 y con 33 años sostiene que está abocado, desde su oficina en el quinto piso del Palacio de Hacienda, a sortear la restricción externa de divisas –problema estructural de una economía desbalanceada como la argentina–, destaca el empoderamiento de la sociedad sobre los derechos obtenidos en los últimos 12 años, mientras que reconoce que la industrialización aún está inconclusa.
–¿Hay riesgos de que vuelva a subordinarse la política a los intereses de grupos económicos?
–Cuando Néstor Kirchner habló de anteponer la política a la economía nos acercó, porque esa toma de posición fue una decisión política. Se salió de la trampa de disfrazar todas las medidas económicas que se tomaban como si la realidad fuese un experimento de laboratorio. La economía no es eso. Hoy lo disfrazan con un discurso distinto pero es lo mismo: el de la eficiencia. Dicen que no importa que Aerolíneas Argentinas sea pública o privada, sino que sea eficiente. Pero lo que verdaderamente importa es que sea pública o privada. La orientación y los objetivos de la compañía están relacionados directamente con eso, no es lo mismo privada o pública. Esto es parte de esa concepción falsa del fin de las ideologías. Lo mismo sucedió con YPF. El hecho de que hoy la empresa no haya parado la exploración y perforación pese al derrumbe del precio del crudo marca una gran diferencia porque, si fuese privada, habría bajado su producción. Por eso el Estado debe tener en claro en qué sectores debe intervenir. El mercado no puede marcar el rumbo.
–¿Qué es lo más importante que deja como herencia este Gobierno?
–Una de nuestras más grandes victorias es que ningún candidato a presidente puede decir que la Asignación Universal por Hijo está mal, que YPF debe ser privada, que las jubilaciones tienen que estar en manos de los bancos y después de esto aspirar a ganar elecciones. Eso es central. Porque además no solo se revalidó como una política que está bien desde el punto de vista moral y ético, sino que también es eficiente y adecuada para que el país crezca. Muchos nos dicen que nos preocupamos por la distribución de la riqueza y no por el crecimiento. Y lo que ocurrió es lo contrario: si distribuís, crecés, como dice la buena teoría económica. La distribución que prometía la vieja teoría del derrame nunca llegó. Pero las conquistas hay que revalidarlas en el día a día, porque el mundo y la economía son dinámicos.
–¿Y qué es lo que falta?
–De cara a lo que viene, lo que nos falta es culminar un proceso de reindustrialización que de ninguna manera está completo. Hicimos mucho en 12 años pero debe tenerse en cuenta que desde 1976 hasta 2003 deliberadamente se desindustrializó. Se limitó solo a exportar materias primas y a financiarizar la economía, obtener la mayor renta financiera y fugarla al exterior. La dictadura lo hizo a los tiros, la democracia con el libre mercado. Rearmar ese entramado productivo en un mundo tan interconectado como el actual es muy complicado. De hecho, no hay pensadores teorizando sobre este tipo de temas. Ya no se puede pensar la reindustrialización como un mecanismo autárquico, hacer todo internamente, todos y cada uno de los rubros que el país consume, y además exportar. Hoy se apunta a un programa más pensado y localizado. Pero por supuesto, respetando los mismos objetivos de la reindustrialización: construir un país que incluya a los 40 millones de argentinos.
–Existe un debate acerca de si en estos 12 años hubo desarrollo industrial o fue solo crecimiento industrial. ¿Qué opina al respecto?
–Creo que es sano que tengan lugar estos debates, porque buena parte del problema que tenemos en materia de política económica es que el concepto de desarrollo económico se dejó de discutir. 12 años en que uno pudo crecer, incluir, mejorar la distribución del ingreso y llegar a una tasa de desempleo del 7%, yo lo llamo desarrollo. Faltan infinitas cosas, pero es mucho lo hecho. Pusimos un satélite en órbita, y eso es desarrollo. El desarrollo hay que pensarlo en términos de autonomía respecto de las condiciones económicas. El desarrollo económico es poder subirse al mundo cuando tracciona hacia adelante y desacoplarse cuando no ayuda. El desarrollo tiene que ver con el crecimiento, la equidad y la autonomía. Fueron 30 años de desindustrialización y 12 años de crecimiento, donde los primeros tres se dedicaron a desactivar las bombas que dejó el neoliberalismo. Cristina Fernández empezó recién en 2011 a hablar de sintonía fina y de reindustrialización. Destruir es muy fácil. Construir es lo difícil.
–¿Por qué es tan complicado desdolarizar la economía doméstica?
–No responde a una cuestión política ni cultural, sino estrictamente económica. Entre 2003 y hoy una inversión en pesos fue más rentable que una en dólares, incluso respecto del dólar ilegal. Pero son 12 años que para la historia argentina son, en realidad, una anomalía. Porque desde mediados de los 60 para acá siempre hubo devaluaciones, bruscas o moderadas, que provocaron que la moneda nacional no fuera una buena inversión. La diferencia con Brasil, por ejemplo, no es cultural sino económica. Brasil tiene hace 15 años la tasa de interés más alta del mundo. No de la región, sino del mundo. Lo que hizo Brasil fue poner en marcha un programa de fortalecimiento del real para cortar esta relación con el dólar.
–Pero esa política tiene sus costos.
–Como todo en economía, no hay soluciones mágicas para los problemas complejos. Cada medida económica que uno toma beneficia a alguien y perjudica a otro, porque siempre hay dos caras. Por ejemplo, ¿queremos subir los salarios? Sí. ¿Mucho? Sí, porque mejora la situación de los trabajadores, el consumo y tracciona la economía. ¿Tanto que la empresa quiebre y no tenga ganancias? No. Para eso, tenemos que ver en qué medida, para que se respete el equilibrio. Con la tasa de interés pasa algo similar. Es bueno que sea alta para que haya más ahorro en pesos, pero si sos un productor y tenés que tomar un crédito, lo que se requiere es un equilibrio. Y lo mismo sucede con el tipo de cambio. No queremos un tipo de cambio atrasado pero tampoco uno recontra alto, donde los productores que necesitan insumos importados no los puedan comprar.
–¿Habría que bajar las tasas para estimular la economía?
–Los modelos de país que apostaron a un peso fuerte, terminaron debilitándolo, porque solo se muestra sostenible por un tiempo corto, como en los 90, cuando teníamos un tipo de cambio alto, pero cada vez que el mundo estornudó, nosotros quedamos de cama. La enseñanza más importante de estos 12 años es que esos equilibrios no se encuentran con una, dos o tres medidas mágicas. El equilibrio productivo no se encuentra nada más que con la tasa de interés. Tenemos una tasa de interés más alta que en el pasado, pero hay política fiscal expansiva para sostener el consumo, y políticas crediticias diferenciadas para que el productor pueda invertir. Y esto para la ortodoxia es mala palabra. Cuando uno tiene como objetivo el desarrollo o el crecimiento con inclusión no debe enamorarse de los instrumentos.
–¿Cómo se puede resolver la restricción externa?
–Que existan ciertas tensiones en materia de divisas es un buen indicador. Marca que se está creciendo. Cuando uno hace un recorrido por la historia argentina observa que son muy raros los procesos en los cuales al país le sobran divisas al mismo tiempo que crece. Cuando le sobraban era producto de una crisis interna y, en consecuencia, no se importaba. En el proceso actual existen necesidades de divisas crecientes porque el país crece. La solución que encontramos a esto tiene distintos componentes, porque tiene distintos orígenes y objetivos. Muchas veces nos dicen que los pilares del modelo ya no existen, porque no tenemos más superávits gemelos (fiscal y comercial). La realidad es que si la Argentina hoy tuviese autoabastecimiento energético, tendría superávit comercial y fiscal. Pero decidimos no trasladar el costo del desabastecimiento energético a la población y a la industria. Esto implica un agujero de 3, 4, 5 o 6.000 millones de dólares, dependiendo de la intensidad del crecimiento y del año, e implica un costo fiscal de 150.000 millones de pesos por subsidios. Pero si elimináramos los subsidios tendríamos una recesión de 2 puntos del producto inmediatamente.
–¿Y qué se hizo para alcanzar el autoabastecimiento energético?
–Lo primero fue recuperar YPF para ser el principal motor de inversión en materia de hidrocarburos. Luego, quitar estratégicamente subsidios en aquellos sectores donde no se necesitaban y redireccionarlos, como, por ejemplo, con la garrafa social, donde se pasó de subsidiar la oferta a subsidiar la demanda. Y también acudir al endeudamiento externo, pero solo cuando te permita, en un futuro, obtener más divisas. El caso más representativo es el financiamiento de las represas hidroeléctricas Kirchner y Cepernic, que lo conseguimos con un crédito de China. Cuando estén en funcionamiento –en dos o tres años– se comenzará a ahorrar dólares, incluso repagando el crédito.
no trasladar el costo del desabastecimiento energético a la población y a la industria. Esto implica un agujero de 3, 4, 5 o 6.000 millones de dólares, dependiendo de la intensidad del crecimiento y del año, e implica un costo fiscal de 150.000 millones de pesos por subsidios. Pero si elimináramos los subsidios tendríamos una recesión de 2 puntos del producto inmediatamente.
–¿Y qué se hizo para alcanzar el autoabastecimiento energético?
–Lo primero fue recuperar YPF para ser el principal motor de inversión en materia de hidrocarburos. Luego, quitar estratégicamente subsidios en aquellos sectores donde no se necesitaban y redireccionarlos, como, por ejemplo, con la garrafa social, donde se pasó de subsidiar la oferta a subsidiar la demanda. Y también acudir al endeudamiento externo, pero solo cuando te permita, en un futuro, obtener más divisas. El caso más representativo es el financiamiento de las represas hidroeléctricas Kirchner y Cepernic, que lo conseguimos con un crédito de China. Cuando estén en funcionamiento –en dos o tres años– se comenzará a ahorrar dólares, incluso repagando el crédito.
–¿Cuál es el objetivo del uso del swap con China?
–El swap de China permite que, cuando existen tensiones cambiarias más vinculadas con lo financiero que con lo productivo, se pueda mostrar que se tiene un crédito abierto por 11.000 millones de dólares. Cuando uno dice que hay problemas con el dólar, hay que distinguir entre distintos tipos de problemáticas. Alcanzar el autoabastecimiento energético e invertir en los sectores que te permiten ahorrar en divisas, es uno. Pero cuando son restricciones financieras, hay que administrarlas, siempre y cuando sean dentro de la ley. Y en caso de que las tensiones sean en el mercado ilegal, el Banco Central ataca ese problema con multas y obligando a los bancos a cumplir con el marco cambiario. Y a todo esto, debe sumarse además que el país tiene acceso al crédito internacional, pero no para la «timba» sino para el crecimiento.
–¿Cuáles son las causas de la inflación?
–La Argentina, al mismo tiempo que tiene una historia de conflictos con el dólar, la tiene también en materia de inflación. No es casualidad, porque muchas veces la dinámica de los precios en el país está explicada por lo que sucede con el dólar. Esto es porque tenemos una economía muy dependiente de las importaciones y cuando se mueve el dólar, se mueve el precio de muchos insumos importados que desatan así un proceso inflacionario. En ocasiones, tampoco es necesario que se mueva el precio del dólar, basta con la expectativa de que se va a mover para que se vean remarcaciones en los precios. Por eso, uno de los factores para contener la inflación es poder alcanzar previsibilidad en materia cambiaria. Y ese es uno de los grandes logros obtenidos después de los cimbronazos de principios del año pasado. En particular, la gestión económica que nos tocó, entre 2014-2015, demostró que se puede bajar la inflación sin realizar un ajuste, teniendo una economía que crece y continuando con la inclusión social, cuando la receta era la contraria. Cuando tuvimos en enero de 2014 un Índice de Precios al Consumidor de 3,7%, no ajustamos la economía. Ese mismo año salió el Progresar, que integró 800.000 jóvenes; incluimos medio millón de jubilados y seguimos con déficit fiscal. Y el país bajó drásticamente la inflación.
–Pero, entonces, ¿la inflación solo responde a expectativas cambiarias?
–Se desactivaron las expectativas de devaluación con intervenciones en el mercado de cambios y se ordenaron precios de insumos difundidos, que subieron más que la devaluación. Y los precios se fueron corrigiendo y acomodando. El programa Precios Cuidados tuvo un rol que siempre se menosprecia, pero su objetivo no es que solo haya algunos productos más baratos, sino que se recupere algo muy importante en una sociedad de consumo: el precio de referencia. Me parece que la ortodoxia está muy incómoda con esta baja de la inflación, porque demostramos que hacer una política antiinflacionaria no es dejar a la gente sin trabajo. Hay que pelearse, sí, pero no con la gente.
—Cristian Carrillo
Fotos: Kala Moreno Parra