8 de diciembre de 2021
En un país que se considera heredero de inmigrantes europeos, la discriminación de afrodescendientes y «marrones» está naturalizada y genera profundas desigualdades.
MILO DIAZ
Puede parecer remanida y anacrónica, pero la idea de que los argentinos «descendemos de los barcos» sigue vigente. Para algunas personas ser argentino es sinónimo de ser blanco y descendiente de europeos. El falso ideal de blanquitud construido por la llamada Generación del 80 volvió prácticamente invisible a la argentinidad afrodescendiente o de piel marrón.
Hablar de racismo estructural es mucho más que mencionar un fenómeno histórico. La discriminación tiene sin lugar a dudas su correlato más cruel cuando se asocia a determinado fenotipo con la delincuencia: la llamada «portación de cara» expresa un prejuicio que, cuando se asocia con la violencia institucional, se ensaña con víctimas que comparten características raciales. En el caso de Lucas González, fusilado por la policía de la Ciudad de Buenos Aires, el INADI pidió que se investigue si los agentes policiales se condujeron bajo perfiles racistas y discriminatorios al momento de interceptar el auto y efectuar los disparos.
Alejandro Mamani es abogado especializado en derechos humanos y referente del Colectivo Identidad Marrón, una organización que nació hace siete años con el objetivo de visibilizar el racismo estructural en la Argentina y más precisamente para reivindicar la marronidad, es decir, ese color de piel propio de quienes descienden de pueblos originarios, que no son negros y que no integran ninguna población ancestral en la práctica.
«Muchos de nosotres venimos de población campesina indígena o de migración interna o internacional. Hay mucha población campesina que tuvo que migrar y se incorporó a las ciudades y aunque no se autoperciban ni aymara, ni chorote chulupí, ni marrón ni afrodescendiente, sí se percibe como “cabecita” o “negro villero” porque existe una discriminación activa contra las corporalidades racializadas en la acción social», dice Mamani en una charla con Acción.
Para Mamani gran parte de la población sigue pensando que la sociedad se divide en población blanca que llegó con los barcos, con la migración europea y después los descendientes. «América tenía múltiples comunidades, estructuras sociales y estados preexistentes a la colonia, y somos millones los que venimos de ahí. Las personas marrones somos una categoría que no está aglutinada por más que conformemos la mayor parte de los países de América Latina. En México es lo prieto (ver recuadro), en Brasil lo pardo, en Guatemala se lo enuncia como ladino. Existen muchas categorías intermedias propias de la estructura del mestizaje a las cuales se adosó lo marrón, llamado como lo canela, lo morocho, lo cobrizo, lo bronce. En definitiva, lo que se esconde detrás de eso es la ascendencia indígena», afirma.
Desde Identidad Marrón están convencidos de que existe un racismo del que no se habla en Argentina y en toda Latinoamérica, al que grafican como si estuviera sosteniendo una pirámide de cristal, donde las estratificaciones están separadas bastante claramente, pero a su vez las divisiones son invisibles.
Trabajo precario. La población afro, entre los sectores peor remunerados.
MARINA CARNIGLIA
«Entramos a las universidades y vemos claramente el color de los profesores, vemos sus apellidos y cuántos son indígenas, esto no es casualidad. Aun las personas que elevan las banderas del amor, la igualdad y el antirracismo también son blancas. Las artes, las representaciones de las villas, todo está lleno de personas blancas, cuentan historias de nosotros pero nos terminan blanqueando para que sean aceptables. Ahí es donde nosotros, creadores de belleza, intelecto, estrategias, planteamos el acceso igualitario y sustantivo a los derechos», indica Mamani.
Cuando se habla de racismo estructural significa que una persona puede ser discriminada por su aspecto físico, su color de piel, condición socioeconómica, vestimenta y zona de residencia, o bien por ser afrodescendiente, migrante (provinciales o de otros países) y perteneciente a (o descendiente de) pueblos indígenas.
De acuerdo con el último informe del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), entre los años 2008 y 2019 el racismo estructural motivó 5.177 denuncias para ese período y fue el tipo de discriminación que se ubicó casi en la cima, con el 19,2% de las denuncias.
Carlos Álvarez Nazareno es activista y referente de la Agrupación Xango, una organización afro que lucha contra la xenofobia y la discriminación. Para él, este ideal de la Argentina blanca se construye por un lado desde la educación, con el discurso de que «acá no hay negros porque murieron por la fiebre amarilla», con representaciones escolares con el clásico aguatero y la vendedora de empanadas, y por otro lado mediante el racismo estructural que sigue sin generar espacios de visibilización. En la Argentina, de acuerdo al Censo Nacional de 2010, unas 150.000 personas se autorreconocen como afrodescendientes, aunque se estima que son muchas más.
Esclavitud y colonización
«Fue fundamental que se incluyera una pregunta sobre afrodescendencia en el Censo de 2010, porque lo que se decía era que no se podían hacer políticas públicas para la comunidad afro porque no se sabía dónde estaban. Y la inclusión, la paridad y la equidad son fundamentales. La población afro siempre está en los niveles más altos de vulneración, más bajos de remuneración y sin registro del trabajo. Somos pobres por ser negros, porque hubo un proceso de esclavitud, de colonización y de no inclusión de nuestras poblaciones de manera positiva. Sabemos que a mayor nivel educativo, menor presencia de personas afrodescendientes, no es porque tengamos menos capacidad sino porque no estamos incluidos en las instituciones», indica el referente de Xango.
Álvarez Nazareno. «La inclusión, la paridad
y la equidad son fundamentales.»
Kleidermacher. Generación del 80 e invisibilización de pueblos originarios.
Cirio. «El racismo siempre le sirve al poder, que es conservador y oligarca.»
Mamani. «En las universidades vemos claramente el color de los profesores.»
Para Gisele Kleidermacher, socióloga e investigadora del CONICET especializada en migraciones, la llegada masiva de población europea a partir del modelo de país pergeñado por la llamada Generación del 80, con Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre a la cabeza, ambos presidentes, dueños de periódicos y periodistas, se dio en paralelo a otros procesos y contribuyó a la invisibilización de los afrodescendientes y de los pueblos originarios. «Esto confluyó en esta idea que se quería instaurar en ese momento de que los argentinos descendemos de los barcos. La “Argentina blanca” similar a los países más “civilizados” que eran, para el pensamiento de la época, Francia, Alemania, Inglaterra. Creo que continuamos pensándonos de esa forma porque es la manera en que se cuenta la historia, en muchos libros escolares incluso. Pero, además, nos consideramos como un país no racista porque no habría población afrodescendiente, lo cual no es cierto sino que está invisibilizada, eso ya es racismo. Por otra parte, ser racista no solo implica ejercer violencia física hacia otras poblaciones, como ocurrió con el caso de George Floyd en Estados Unidos, sino que ese racismo se puede expresar a toda aquella población que tiene un fenotipo distinto al blanco europeo hegemónico, lo que se conoce como racismo estructural, vinculado con la posibilidad de acceder a diversos espacios», sostiene.
«No estamos en los medios de comunicación por ejemplo, o si lo estamos es solo vinculados con “la violencia que viven los senegaleses migrantes en el barrio de Once por la venta ambulante”. Parece que no existimos. Muchas personas por estas latitudes incluso imaginan que cuando se habla de racismo nos referimos a la violencia institucional racista que se da en Estados Unidos. Usar un lenguaje racista: mano negra, trabajo en negro, trabajé como un negro, eso también es reproducir una ideología racista», advierte Álvarez Nazareno.
Simplificación e ignorancia
Aunque gran parte de la población considere que en el país no existe la violencia racista, hay una discriminación franca y visible que se mueve en las calles. Kleidermacher, quien trabaja estudiando a la población senegalesa de Argentina, indica que hay un racismo que opera «bajo distintas figuras que tienen que ver con la venta ambulante en CABA, que está regulada por el Código Contravencional. Para proceder a las detenciones se apela a esto de la resistencia a la autoridad cuando los migrantes no dejan que se les decomise su mercadería, o por infringir la ley de marcas. Lo cierto es que en este contexto se dan casos de violencia institucional, registrados por diversos organismos, porque hay una persecución sistemática hacia este colectivo, vinculadas con los rasgos fenotípicos y por lo tanto se trataría de casos de racismo», afirma.
La desaparición de la población indígena argentina implicó sin dudas un genocidio físico. Solo por citar un ejemplo, el denominado «Informe Oficial de la Comisión Científica agregada al Estado Mayor General de la Expedición al Río Negro (Patagonia), realizada en los meses de abril, mayo y junio de 1879, bajo las órdenes del General Julio A. Roca», habla de 14.000 muertos en una de sus campañas.
En el caso de los afroargentinos del tronco colonial, lo que se hizo fue un silencio historiográfico. «Si se revisan los libros de Historia de ese momento hay pocas referencias al tema, en general negativas, y no se consideraba que fueran parte de la identidad argentina ni representativa de nuestra población, lo mismo con los indígenas. Se cortaron los lazos sociales de la memoria, los escasos héroes afro que no se podían negar, como el caso de Juan Bautista Cabral, sargento post mortem, o (el soldado) Antonio Ruiz, alias Falucho, o bien se los blanqueó, literalmente, o se los relegó al estatus de mito, como el caso de Falucho, que no se sabe si existió o no», asegura el antropólogo Norberto Pablo Cirio, director de la Cátedra Libre de Estudios Afroargentinos y Afroamericanos de la Universidad Nacional de La Plata en diálogo con Acción.
Justicia por Lucas. El INADI pide que se investigue si hubo racismo en la actuación de los agentes policiales que balearon a los jóvenes.
NA
Para Cirio, quien además desde hace varios años investiga el caso de población afrodescendiente detenida-desaparecida en la última dictadura cívico-militar con más de 30 casos documentados hasta el momento, el racismo opera por simplificación: «todos los judíos son amarretes», «todos los japoneses son tintoreros», «todos los paraguayos son ladrones». «Esa simplificación fomenta la ignorancia y el no entender al otro en su esencia. Peor aún, el racismo es funcional a la jerarquización de grupos humanos y cuando eso ocurre siempre le sirve al poder, que es conservador, hegemónico y oligarca», señala.
«Lo que planteamos desde Identidad Marrón es un antirracismo con conciencia de clase. Antes de 2013 las empleadas domésticas y los peones rurales, que en su mayoría tienen ascendencia indígena y piel marrón, no tenían ley, el derecho laboral no las protegía como trabajadoras y trabajadores, había una desprotección jurídica selectiva por parte de la Justicia y el Estado contra cuerpos racializados, esto es racismo estructural; la pobreza y el color de piel van de la mano», concluye Mamani.