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La buena memoria

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Daniel Plotinsky, director del Archivo Histórico del Cooperativismo de Crédito, reflexiona sobre los testimonios orales y su rol en la reconstrucción del pasado de las organizaciones sociales y políticas.

 

Las entidades cooperativas, por su doble carácter de empresas y movimientos sociales, tienen dos memorias. Una –la oficial– corresponde al conjunto de datos administrativos que las leyes y reglamentaciones obligan a registrar y guardar. La otra corresponde a la vida de ese movimiento social, a los cómo, porqué y para qué de esas empresas». Esta es la forma en que se presenta el Archivo Histórico del Cooperativismo de Crédito, creado hace 20 años por el historiador, docente y miembro del equipo del Instituto de la Cooperación, Idelcoop. La inquietud por recopilar la historia de un sector crucial en la vida económica de la Argentina tiene una explicación que va más allá de su profesión: la historia personal de Plotinsky está íntimamente ligada con las cajas de crédito barriales, que a fines de la década del 50 fueron agrupadas bajo el ala del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos. El padre del investigador era empleado de la Caja Popular Villa Mitre, una de las tantas organizaciones de crédito creadas por vecinos que en las décadas del 50 y 60 vivieron su momento de apogeo tanto en Buenos Aires como en el Interior del país. «Villa Mitre fue una de las primeras, fundada por inmigrantes judíos. Las cajas eran muy familieras, se hacían actividades, cenas, desde chico fui a la cooperativa», recuerda Plotinsky quien, cuando terminaba cuarto año de la secundaria, comenzó a trabajar como cadete en la institución. Años más tarde, y a la par de su trabajo en la caja, inició la carrera de Historia, al recibirse, se incorporó a Idelcoop como docente. Entre 1979 y 1985, participó de las Escuelas Móviles, iniciativa que difundía la historia y los ideales del movimiento a los empleados que se incorporaban a los bancos cooperativos, constituidos luego de que la dictadura de 1976 embistiera contra el accionar de las cajas de crédito. Al mismo tiempo, Plotinsky se especializó en historia de los movimientos sociales, memoria de las organizaciones e inmigración. Y en ese recorrido, eligió volcarse hacia la disciplina conocida como historia oral, especialidad que reconstruye hechos a través del relato de sus protagonistas. En 1994 fundó el archivo donde confluyeron su formación y su historia personal ligada con el movimiento cooperativo. «Presenté la idea de crear un archivo oral que recuperara los testimonios de toda la gente que había dado origen al movimiento para que trascendiera su fallecimiento, con la idea de que eso podía ser además un elemento importante en la formación de dirigentes».
–¿La historia oral sigue siendo una disciplina cuestionada?
–Diría que cuando empecé, a fines de los 80, sí, era una disciplina fuertemente cuestionada, era muy incipiente en la Argentina, aunque en otros países era importante. Las primeras experiencias se dieron después de la Segunda Guerra Mundial y están muy ligadas o a la memoria de lo que fue la guerra, o al Holocausto judío. En definitiva, orientadas a tratar de recuperar esa experiencia a través de los relatos orales. En otros casos la historia oral estuvo muy vinculada con los procesos de liberación nacional africano y asiático, es decir, a los procesos de las independencias en la década del 60. Esto sucedió porque la mayoría de estos pueblos, cuando quisieron reconstruir su historia nacional, la historia previa a la conquista imperial, se encontraron con que no había textos y entonces tuvieron que apelar al relato como una manera de recuperar esa historia que había quedado trunca. A la Argentina la historia oral llegó unos años después del fin de la última dictadura y fue muy cuestionada. Hoy las polémicas son mucho menores. El cuestionamiento venía sobre todo de una visión positivista de la historia, que dice que si no hay un documento formal, escrito, no es válido el testimonio. Sin embargo, esa visión del papel como algo objetivo se destruye en sí misma porque un papel o un documento lo escribió alguien desde su subjetividad. A mí cualquier parte de batalla, por ejemplo, siempre me da algo de desconfianza. ¿Hasta qué punto todo lo que se dice ahí es absolutamente cierto? La cuestión es la valoración del testimonio como una fuente tan subjetiva como las otras; en realidad la defensa es otra, es decir, hay un hecho que fue, eso es objetivo, pero a ese hecho, hasta que alguien invente la máquina del tiempo, llego por indicios, fuentes, documentos a los que les pregunto y eso puede ser un objeto material, un texto o el testimonio de una persona. Es cierto que las fuentes orales tienen una serie de particularidades que no las hacen ni mejor ni peor que los otros documentos, sino distintas.
–¿Qué dificultades presenta recurrir a este tipo de fuentes?
–Una fuente oral es inacabada, en el sentido de que si entrevisto a una persona en tres momentos diferentes, probablemente me dirá cosas distintas. Pero eso tendrá que ver con las preguntas, o con qué valora la persona en cada momento. Eso sí, hay que tener cuidado en la interpretación, tener en cuenta todo esto, a veces las personas mezclan las cosas que querían hacer, las que creían que estaban haciendo y las que efectivamente hicieron. También hay que confrontar con otros documentos y, de pronto, uno encuentra que no hay coincidencia. Pero aun cuando sepamos de un hecho incontrastable, hay que trabajar con esa diferencia, ver dónde está, eso vale para los testimonios personales pero mucho más para los testimonios colectivos. Entonces sí, aparecen claramente en la memoria colectiva generalizaciones que muestran cosas muy llamativas: existen ciertos actos que son tan centrales para la memoria colectiva que hay gente que me habla en primera persona, aunque es imposible que haya estado ahí. Me pasó, por ejemplo, con dirigentes de las cajas de crédito, que me decían «hicimos tal cosa» y si uno saca cuentas, ese señor tenía 4 años cuando sucedió ese hecho al que se estaba refiriendo. Lo ocurrido en 1966 es un caso típico, la lucha del Instituto Movilizador fue tan fundante que todos «estuvieron ahí», incluso los que materialmente no pudieron haber estado, y que, sin embargo, todo el tiempo hablan del 66 en primera persona. A eso lo llamo una memoria colectiva. Si uno está preparado para interpretar esas cosas, todo lo que se encuentra en las fuentes orales es muy rico.


–¿Influyó en la revalorización de la historia oral la vuelta de la democracia al país?
–Las primeras expresiones del tema historia oral están enmarcadas en una revalorización de la historia social sobre la historia política y, en paralelo, de la historia económica, y viene de la mano de algunos autores que acá recién llegan a fines de los 80 o principios de los 90. Cuando se empieza a valorar eso, se da en el marco de un fenómeno mundial: los 90 son un momento de explosión del tema de la memoria, incluso diría que a veces llegando a una exageración. Pero aparece toda una relectura del tema del Holocausto judío, y también, aunque mucho más tardíamente, del tema del franquismo en España. En realidad en España recién ahora está apareciendo esto, pero desde ese momento hay colectivos y grupos trabajando. Y acá en la Argentina sí, está muy asociado con el tema de la dictadura. Más allá de esto, se ha generalizado, porque hoy hay organizaciones de todo tipo, por poner un ejemplo, la historia de la inmigración también está muy trabajada con las fuentes orales, hoy hay una amplitud de temas que se abordan desde este lugar. Existe en el país la Asociación de Historia Oral, el primer encuentro nacional se hizo en 1993, en ese entonces éramos 50 personas. Era un grupo mínimo de gente muy dispersa que venía trabajando como podía. Ahora se hacen encuentros nacionales, internacionales, latinoamericanos, hay una relación bastante fluida con brasileños y mexicanos, que son los países en donde existe más desarrollo de historia oral, junto con la Argentina.
–¿Qué temas son proclives a ser abordados por la historia oral?
–Las temáticas son muy amplias y en los congresos se ve que las mesas abarcan numerosas áreas: historia barrial, historia del movimiento obrero, historia de los partidos políticos, el período de la dictadura, historia oral en temas económicos. Lo que implica el testimonio oral en ciertos ámbitos es irremplazable, uno no puede, por ejemplo, terminar de entender la historia de una pyme sin conocer ciertas cosas de la gente que trabaja ahí adentro.
–¿Existe una cultura de conservación del patrimonio histórico en nuestro país?
–No, acá no hay cultura patrimonial. En general no se conservan los edificios, no se conservan los documentos, no hay una cultura de preservar lo histórico como sí hay en otros países, por distintos motivos. En México, por ejemplo, uno ve un cuidado que va más allá de guardar: es guardar con un sentido. Acá existe una legislación que exige que todos los documentos se guarden en el Archivo General de la Nación, establece las condiciones de la conservación, etcétera; pero desde el Estado históricamente no se ha promovido esto, y es algo incluso anterior al neoliberalismo, es más antiguo, no hay un reconocimiento del valor de los patrimonios ni desde los organismos oficiales ni tampoco lo valora la gente. Recién en los últimos años se comienzan a ver en Buenos Aires movimientos contra la devastación edilicia como Paren de Demoler. Esto en el plano del patrimonio físico, pero hay mucho menos cuidado en lo que se denomina el patrimonio intangible, que es todo lo que tiene que ver con prácticas, culturas, por ejemplo una receta de cocina. Hay experiencias interesantes, el Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires trabajó con talleres barriales y aparecían cosas muy interesantes pero no es algo que esté muy extendido.
–¿Qué particularidad tiene reconstruir la historia de organizaciones sociales?
–Cuando se hace un archivo oral de una organización se dice que es como un cono, es decir, tiene un efecto amplificador: no importa tanto cuán buena sea la voz de alguien, lo que vale es el conjunto de testimonios, en este sentido, hacer el trabajo del Archivo Histórico parte, como cualquier investigación, de un supuesto que es imposible, que es recuperar la historia de todas las personas que formaron parte de una organización. Es infinito. Aunque no con la misma intensidad que al principio, se siguen haciendo entrevistas, tratamos de llegar a espacios geográficos donde los entrevistados refieren ciertos hechos. Siempre fue más fácil entrevistar a dirigentes y funcionarios de cooperativas que sobrevivieron pero muchas desaparecieron, y esas, muchas veces aparecen cuando alguien la menciona en alguna entrevista y ahí tratamos de investigar esa entidad desaparecida. También me han pasado cosas que son muy gratificantes, como estar en una actividad en el Banco Central, a la que invitaron a museos para una actividad patrimonial, y cuando hice la presentación se me acercó un señor que estaba ahí por otra cosa y me dijo que había sido uno de los fundadores de una caja de crédito del Conurbano, y que ahora vivía en Tierra del Fuego. El tema es cuál es la utilidad para la institución, si la institución todavía existe, o si existió. Hacer un archivo oral y general de una institución que ya no existe tiene una cierta particularidad, y otra es la que existe, con las particularidades que tiene, por ejemplo, el Instituto Movilizador: no existen más las cajas y muchos bancos cooperativos fueron desapareciendo. Obviamente a toda la gente la entrevisté en la etapa de los bancos (muchos años después del año crucial para el IMFC que fue 1966) pero no es lo mismo el testimonio del año 93 o 94 que el del 95, momento crítico para los bancos. En ese momento, había mucho de angustia en los relatos, y por ahí, al entrevistar a ese mismo señor o a su compañero hoy, encontramos que la visión es otra y las dos son válidas: los dos me hablan en términos históricos de lo mismo pero aquella persona a la que entrevisté en el 95 me habló del 66 y también del 95. Y la persona hoy me está hablando no de dos sino ya de tres momentos: el actual, el 95 y el 66. Por eso creo que en la medida en que uno pueda preservar y recuperar la memoria colectiva, es posible reconocerse con historia, porque hay una generación que hoy está trabajando en el movimiento cooperativo que puede identificarse con la organización de la que forma parte y eso tiene que ver con la continuidad del proyecto. Construir un archivo da la posibilidad de evaluar esa historia, y en ese sentido reconocer los buenos momentos, los malos momentos, las respuestas que sirvieron y lo que no funcionó en determinados momentos, para aprender de los errores. Y además, recuperar y mantener la memoria colectiva sirve para desidealizar y eso es positivo, porque muchas veces las idealizaciones pueden ser paralizantes. Como el testimonio aparece en un contexto concreto y real, algunas cosas uno las puede valorar de otra manera: lo que se logró, lo que se hizo, no fue magia, fue gracias a la iniciativa de cientos de dirigentes que en determinados momentos decidieron hacer determinadas cosas.

Cora Giordana
Fotos: Jorge Aloy

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