4 de septiembre de 2021
La inflación suele compararse con la fiebre: en tanto síntoma atribuible a distintas causas amerita un diagnóstico adecuado. La analogía calza como un guante quirúrgico con la pandemia. Al igual que el Covid, la inflación se ha propagado por el mundo. Por caso, la BBC en enero 2021 había titulado «Por qué hay una inflación tan baja en América Latina» y ahora, la misma periodista se vio obligada a titular «Qué está pasando con la inflación en América Latina y en qué países se ha disparado». En Estados Unidos la tasa anual de junio fue la mayor en trece años. La causa subyacente tiene que ser un fenómeno mundial: la pandemia.
Esta generó su propio ciclo inflacionario global. En 2020 el parate en el nivel de actividad bajó los precios. Pero fue como el agua del mar, que se retira de la costa para volver erguida en una ola amenazante. La recuperación postpandemia, apresurada y heterogénea, con rigideces de suministros trajo los consabidos ajustes de precios. La ola es salada.
Argentina venía bajando la inflación anual, de 52,9% en diciembre 2019, a 34,1% en diciembre 2020. La actividad tropezó con la segunda ola de Covid, no se cayó, pero la inflación ahora está en 48,3%. Ante esto, se abrieron las paritarias para proteger los salarios, y desde marzo el IPC mensual viene descendiendo. La CEPAL advierte que la crisis ha agudizado los problemas de la región. El alza de precios de los commodities que exporta eleva la inflación. Argentina pasó de 43,3% en junio 2020 a 48,3% en junio 2021, no parece un gran cambio. Pero en igual período, aunque más bajas, México, Colombia y Chile casi duplicaron sus tasas y Brasil la cuadruplicó.
Sería un error que por esta ola los bancos centrales suban las tasas y los Gobiernos limiten el gasto pues frenaría la producción y el empleo. La mejor manera de enfrentar una ola es yendo para adelante.