3 de mayo de 2021
Como lo demuestra la creciente evidencia, la propagación aérea del COVID-19 en espacios cerrados es la principal vía de contagio y explica el extraordinario avance en el mundo. Abrir ventanas y conocer la concentración de dióxido de carbono es fundamental para el regreso a las aulas.
Cuidados. Científicos proponen instalar detectores de dióxido de carbono para medir la calidad del aire en escuelas y otros lugares públicos. (Robert Atanasovski)
2021 arrancó con la promesa del retorno a las aulas de estudiantes de los niveles inicial, primario y secundario y la incorporación paulatina de diferentes tareas en forma presencial. Doce meses pasaron desde que el mundo se vio obligado a repensar las formas de trabajo, educación, movilidad, consumo y recreación, y cada vez son más los países, provincias y ciudades que apuestan a volver a un ritmo parecido al que tenían hace un año. Pero para regresar a esa «normalidad» se requieren medidas extraordinarias y renovadas estrategias. El desafío es invertir en esfuerzos y recursos para que los espacios que reúnan mucha gente sean lo más seguros posibles.
La pandemia sigue y frente a este escenario, donde aún faltan respuestas a muchas preguntas, hay una certeza: ventilar los ambientes mejora el aire que respiramos. Y medir el aire que compartimos puede ser la clave para minimizar riesgos de contagio de COVID-19 por aerosoles en ambientes con mala ventilación.
Las evidencias científicas sobre la transmisión del virus SARS-CoV-2 a través de aerosoles, considerados como una de las vías principales de contagio, señalan a los espacios de gran ocupación y por largos tiempos de permanencia como entornos de riesgo y sugieren evaluar, en consecuencia, medidas que incrementen la ventilación con el propósito de reducir la propagación del COVID-19.
La aceptación por parte de la Organización Mundial de la Salud de que los aerosoles son la principal vía de contagio, especialmente en ambientes interiores con mucha gente, hace necesaria la reformulación de los protocolos y sumar miradas multidisciplinarias.
Una de las estrategias que se llevan adelante en algunos países de Europa y en Estados Unidos, donde el invierno se está atravesando entre nevadas y ventanas abiertas, es conocer el aire que se respira a través del uso de medidores de CO2, que registran la concentración de dióxido de carbono que se libera al exhalar. Una herramienta útil para controlar el recambio de aire en un ambiente y prevenir infección por SARS-CoV-2, que no reemplaza a las demás medidas de prevención, sino que se complementa con el uso de tapabocas, la distancia social de dos metros y la higiene frecuente de manos.
Nubes de humo
Los aerosoles son pequeñísimas partículas formadas por fluidos respiratorios y saliva que emitimos al estornudar, hablar, cantar, ejercitar, gritar o jugar. Estos aerosoles, que se concentran en lugares poco ventilados, pueden contener el virus e infectar cuando son inhalados por la nariz o la boca.
Uno de los primeros en advertir que los aerosoles son la principal vía de contagio de SARS-CoV-2 fue el investigador José Luis Jiménez, impulsor de la ONG Aireamos (ver recuadro). Para ilustrarlo, plantea una analogía con el humo de cigarrillo: en lugares cerrados se acumula, se percibe y se inhala y esto mismo ocurre con los aerosoles que pueden contener el virus.
Jorge Aliaga, físico y secretario de Planeamiento de la Universidad Nacional de Hurlingham, en diálogo con Acción cita a Jiménez y señala que sus experimentos demostraron que, aun estando a una distancia de más de 15 metros hacia atrás, se registraron contagios en lugares cerrados, «lo que manifiesta que se produce a través de aerosoles, gotitas chiquitas que quedan flotando en el aire y que, al estar mucho tiempo en un mismo espacio, se respiran».
Hurlingham. Los sensores diseñados por la Universidad serán usados por el municipio. (Gentileza Universidad de Hurlingham)
Airear los ambientes es la forma más efectiva para evitar esta vía de transmisión y si bien la ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, Soledad Acuña, asegura que «no puede garantizar la ventilación de las aulas», implementar la entrada de aire cruzado a través de ventanas y puertas debería ser una de las primeras medidas para proteger a la comunidad educativa cuando se reanude la presencialidad.
Miguel Ángel Campano Laborda, arquitecto y profesor de la Universidad de Sevilla, quien lleva a cabo proyectos centrados en climatización y acondicionamiento de espacios, hace hincapié en la «ventilación controlada y un flujo de aire garantizado», sumada a guías de ventilación en aulas, que «deberían estar en poder de cada director de colegio». Para Campano Laborda, «somos nosotros, los docentes, los principales focos de infección en las aulas» y subraya en que no existe seguridad absoluta en los espacios interiores: «Podemos estar protegidos, pero no seguros, no nos confiemos; recomiendo encarecidamente investigar y aplicar guías de investigación».
En la misma línea, Andrea Pineda Rojas, investigadora del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA/CONICET-UBA) especializada en contaminación atmosférica, recomienda que «para reducir el riesgo de contagio en proximidad, las medidas más importantes son distancia física y barbijo de al menos tres capas con buen ajuste a la cara, y para reducir el riesgo de contagio a distancia en ambientes cerrados, a esas dos medidas debe agregarse: ventilar permanentemente, reducir la cantidad de personas, reducir el tiempo de exposición y evitar hablar en voz alta».
Saber para prevenir
Los seres vivos, a excepción de las plantas, cuando respiramos consumimos oxígeno y exhalamos dióxido de carbono (CO2). Al aire libre, la concentración de CO2 es de aproximadamente 400 ppm (partes por millón) y en ambientes cerrados el valor debería encontrarse por debajo de las 700 ppm para considerarse bien ventilado y de bajo riesgo de infección. Saber cuál es la concentración en espacios cerrados es necesario para poder controlar el recambio de aire.
Protocolos. Bares y restaurantes implementan nuevas medidas. (Horacio Culaciatti)
Aliaga. Las pruebas de PCR, más caras que instalar sensores de dióxido de carbono.
Campano Laborda. «Los docentes somos los principales focos de infección en las aulas».
Pineda Rojas. Reducir la cantidad de personas y evitar hablar en voz alta.
«Dada la situación de emergencia a nivel mundial, hay que poner en marcha estrategias como medir la calidad del aire para poder minimizar la transmisión de la enfermedad», sostiene Campano Laborda, que asesora entre otras a las regiones de Castilla y León y advierte que si bien siempre fue necesaria la ventilación natural, «hoy se visibiliza con la emergencia de la pandemia». El dióxido de carbono, como indicador indirecto, «es nuestro “chivato” (soplón)», sentencia, y recomienda no suponer «que las mascarillas son mágicas y nos salvan del contagio, porque la transmisión por aerosoles es aleatoria, depende de los flujos de aire de cada habitación y de cuánta concentración haya». De ahí la necesidad de contar con los medidores de CO2 como indicadores indirectos.
Incorporar sensores de CO2 es necesario para garantizar el cuidado de estudiantes, docentes y trabajadores. Ventilar, airear, contar con medidores de CO2 en espacios laborales, dependencias públicas, negocios, escuelas, bancos, es una manera de prevenir y evaluar, para poder tomar decisiones en forma colectiva y responsable.
«Los aerosoles y el CO2 son invisibles. Poner un medidor hace visible algo que da una idea de cuánto riesgo hay por respirar el aire de otro», explica Jorge Aliaga, y ejemplifica: «Así como es útil medir la saturación de oxígeno para prevenir problemas respiratorios graves, sería ideal poder medir el aire con detectores de CO2». «Si algo no se mide, no es una demostración de que no existe, es una demostración de que no fue medido. Podría existir, pero no se encuentra», reflexiona el físico.
El partido bonaerense de Pehuajó ya incorporó a los medidores de CO2 como grandes aliados contra el COVID-19 y la consideran «la opción más barata y eficaz para saber si ventilamos convenientemente». La municipalidad apuesta a la ventilación cruzada de ambientes cerrados y semicerrados para reducir la propagación del virus. Un ejemplo es el ensayo del coro en el Salón Blanco que, con sus 200 metros cuadrados, techo de doble altura, dos ventanas y una puerta abiertas y nueve miembros cantando durante 30 minutos, registró una concentración de CO2 de 530 ppm.
Made in Argentina
Aliaga tomó la iniciativa de Aireamos y encaró personalmente la construcción de medidores. «Hacer un sensor cuesta alrededor de 7.000 pesos, pero puede ser más económico si se hace en cantidad», dice, y agrega que además «es un bien durable, solo hay que cambiarle la pila».
Medir la concentración de CO2 en ambientes cerrados es parte del protocolo que redactó Aliaga para la Universidad Nacional de Hurlingham, cuando esté lista para abrir sus puertas, que contempla, «además del barbijo y los dos metros de distancia, tener seis renovaciones de aire por hora, el estándar que se toma en Harvard por ejemplo». El protocolo está aprobado por la provincia de Buenos Aires y la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación de la Nación.
Luego surgió la idea de contar con sensores en las aulas, le dio «una vuelta de tuerca» y buscó la forma de armarlos acá para bajar los costos. Entonces planteó tres posibilidades: que las universidades y las escuelas técnicas puedan armar los suyos a un precio económico, que empresas nacionales lo puedan fabricar. Y, por último, que los provea el Estado «y decida ponerlos en las escuelas». «Yo creo que sería un excelente reclamo de los sindicatos; y si una empresa privada tiene una oficina administrativa y tiene gente todo el día, debería poner un medidor de CO2», señala.
La Universidad de Hurlingham fue una de las que picó en punta: acaba de firmar un convenio con los intendentes de Hurlingham y Morón para garantizar la provisión de más de 400 medidores de CO2 para las escuelas públicas de ambos municipios, que serán desarrollados por la Universidad.
Para Aliaga, poner un sensor en cada aula incluso reduce el costo: «Las pruebas de PCR son más caras», dice, y evalúa que al no ser un bien consumible «tiene una buena ecuación costo-beneficio». Pero tampoco queda aquí la propuesta: «Los equipos comerciales están pensados para que puedan leerse las mediciones por celular, eso quiere decir que se puede armar una red de sensores en una escuela y evaluarlos desde la secretaría. Si esto se hace a escala masiva no se puede hacer de un día para el otro, lleva tiempo. No nos podemos poner a pensar el día antes de inaugurar las clases».
Aerosoles. Las partículas emitidas al estornudar o hablar pueden contener el virus. (Shutterstock)
Interiores. La ventilación cruzada de ambientes cerrados reduce la propagación. (Shutterstock)
Usos y costumbres
«Lograr cambios significativos y perdurables en la conducta cotidiana de la sociedad no es fácil ni rápido, pero así como el cinturón de seguridad se volvió indispensable a la hora de subir a un vehículo, el uso de los protocolos de protección contra coronavirus (y otros virus respiratorios) también debería ser incorporado como hábito de convivencia, aún cuando finalice la pandemia», advierten desde InformAr COVID-19, un equipo de residentes cordobeses conformado por trabajadores del área de la salud, la ciencia y la comunicación, de diferentes disciplinas: bioquímica, farmacia, psicología, comunicación, química y biología. Y señalan la importancia de un abordaje interdisciplinario de la pandemia, de manera conjunta, integrada, «para lograr frenar la transmisión en un plazo mucho menor, con la contención y el acompañamiento necesario de la población, en especial a los más vulnerables».
Con el potencial inicio de la actividad escolar, desde InformAr COVID-19 sostienen la necesidad de trabajar en la toma de conciencia entre niños y adolescentes. «Trabajar con estos públicos supone un gran desafío, apostamos a ellos como promotores de salud y que la población pueda tomar decisiones informadas sobre cómo cuidarse».
Argentina tiene una alta tasa de contagios de enfermedades respiratorias. Si supiéramos que hay suficiente ventilación en las aulas probablemente habría menos casos de bronquiolitis en los chicos. «Hoy podemos medir para tener una idea de si hay que ventilar por COVID –concluye Aliaga–, pero puede servir para conocer el umbral de una ventilación adecuada para un estándar de aire saludable».