Con más de cuatro décadas de trayectoria académica, el sociólogo y politólogo argentino reabre en su último libro el debate acerca del neoliberalismo como pensamiento único e intenta dar respuesta a la persistente fuga de intelectuales desde la izquierda hacia la derecha.
25 de julio de 2019
El sociólogo y politólogo argentino Atilio Boron, doctorado por la Universidad de Harvard, desgrana en su último libro, El hechicero de la tribu, la influencia política del escritor peruano Mario Vargas Llosa en un enriquecedor contrapunto con La llamada de la tribu, el ensayo publicado en 2018 por el premio Nobel donde hace un recorrido por los filósofos y economistas que influyeron en su pensamiento y que lo «reconvirtieron» en un defensor y propalador acérrimo del neoliberalismo. Además, en el mismo texto, Boron –miembro del Consejo de Dirección del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini– intenta explicar las causas de la fuga persistente de intelectuales de ideología de izquierda hacia la derecha neoliberal.
–¿Por qué Vargas Llosa?
–La elección no tiene absolutamente nada que ver con el premio Cervantes, ni el Nobel, ni el Príncipe de Asturias, porque reconozco que es un gran escritor y sería necio de mi parte negarlo en una obra como esta, cuyo objetivo no es analizar a Vargas Llosa como novelista o dramaturgo, sino analizarlo en cuanto a difusor universal, el más importante a nivel mundial, del pensamiento liberal. Cuando digo el más importante, podrán decir que exagero, pero lo digo pensando fundamentalmente en el mundo anglosajón europeo. No hay otro que tenga tanto alcance, tanta divulgación a nivel de masas, incluso fuera de América Latina y el mundo hispanoparlante, como Vargas Llosa. En una época, en los años 80, estaba Milton Friedman, quien fue el antecedente más claro, porque fue quien hizo la gran difusión del pensamiento liberal. Publicó con su mujer el libro Libertad de elegir, y al mismo tiempo un video que se distribuyó por todo el mundo, traducido a más de 20 idiomas, una operación gigantesca de lavado de cabeza. Un video magnífico, con 8-10 capítulos, un emprendimiento digno de Netflix hoy, que se hizo para difundir las ideas del liberalismo, para sepultar definitivamente al keynesianismo y demostrar por qué la verdad del mundo estaba en el libre mercado. Ese fue uno de los grandes diseminadores del ideario neoliberal. Cuando Friedman comienza a retirarse de la escena pública, queda un enorme vacío. Porque uno podría decir que su sucesor es Paul Krugman, pero escribe en el New York Times, es un economista muy técnico, es neokeynesiano, llega a un mundo muy pequeño. Pero quien plantea los grandes temas, las premisas fundamentales del liberalismo es Vargas Llosa, por eso lo traducen también en el mundo de habla anglosajona, en Inglaterra, en Estados Unidos, en Europa, en los grandes medios de Brasil.
–Antes de La llamada de la tribu, Mario Vargas Llosa había publicado otros libros autobiográficos…
–Por lo menos, escribió tres libros autobiográficos. Uno es El pez en el agua, que él mismo lo define como sus memorias; después, de alguna manera, La tía Julia y el escribidor, que habla del romance con su tía; y en tercer lugar, La llamada de la tribu. ¿Por qué es tan importante este último? Por dos cosas: porque aquí pone los fundamentos teóricos del planteamiento liberal. Se mete en mi campo, que es lo que he venido enseñando desde hace 40 años en mis cursos de teoría política. En este libro Vargas Llosa hace referencia a quiénes fueron sus mentores intelectuales. Empieza con Adam Smith, Raymond Aron, Ortega y Gasset, autores que he enseñado. Y ahí nace mi preocupación: vamos a ver cómo los interpreta, qué toma de ellos, porque son autores muy complejos.
–¿Y qué descubre?
–En general toma las tesis menos polémicas de esos autores, pero en el caso de Adam Smith comete un «smithcidio», porque reduce la enorme complejidad de su pensamiento a la supuesta teoría de «la mano invisible del mercado». Que no es una teoría, es una metáfora mínima, es una referencia que hace al pasar. Como, por ejemplo, Marx en El capital, que hace una referencia al pasar sobre la ecología. No es un manifiesto ecologista, no podría serlo en aquella época, cuando dice que las generaciones actuales tienen que ser «bonus patri», buen padre para las futuras y cuidar la naturaleza. De ahí no puedo sacar nada. Es una frase dicha al pasar.
–¿Con los otros autores hace lo mismo?
–Toma algunas de las cosas menos controversiales, pero que son todas, sin excepción, absolutamente contrarias a un proyecto democrático. Esta es la primera razón por la cual me dediqué a estudiar esta obra con tanto detalle.
–¿La segunda razón?
–Tiene que ver con una preocupación mía muy antigua: ¿qué pasa con los intelectuales de izquierda que se van a la derecha? Por qué hay una fuga tan persistente de gente de la izquierda que se va a la derecha y por qué hay tan pocos de la derecha que van a la izquierda. Algunos hay, pero poquitos, alguna excepción, pero son los menos.
–¿Y encontró alguna explicación?
–Ahí empiezan a funcionar los aparatos ideológicos y de chantaje y de compra-venta del imperialismo que tiene muy clara la importancia de los intelectuales en el mundo actual. Hicieron todo lo posible para atraer a Vargas Llosa, para que dejase de ser lo que fue, un partidario fuerte de la Revolución Cubana, y lo lograron.
–Usted asegura en el libro que la formación ideológica de Vargas Llosa es bastante superficial.
–Estos son temas que puede manejar muy bien un profesor de filosofía política, pero Vargas Llosa no lo es, aunque sí es un hombre con una enorme capacidad. Estamos hablando de un tipo muy inteligente con una habilidad de sintetizar ideas, escribirlas y exponerlas de una manera brillante que hace que la gente se quede boquiabierta, por eso el título del libro, El hechicero de la tribu. Es un tipo que te hechiza con sus palabras.
–¿Por qué Vargas Llosa a esta edad hace un libro como La llamada… donde explicita quiénes influyeron en su pensamiento?
–Porque nunca lo había dicho. Y creo que Vargas Llosa quería explicar en quiénes se afirmó y lo que demuestra es que tomó algunas ideas al voleo, las sintetizó muy bien y las difunde muy bien. Reproduce sus columnas en más de 300 periódicos solamente en el mundo de habla hispana, pero no solo en los grandes diarios, sino en diarios locales, de provincias. Y este año vamos a estar inundados de Vargas Llosa porque la Feria del Libro de Perú por primera vez está dedicada a él, y también la Feria de Guadalajara.
–¿Por qué esa coincidencia?
–Bueno, es un reconocimiento al gran intelectual, al hombre, por ejemplo, que impuso el sentido común de que Nicolás Maduro es un dictador. Gran parte de eso se lo debemos a Vargas Llosa que desde hace tiempo viene diciendo que no solo Maduro, sino también Cristina Fernández, Néstor Kirchner, Rafael Correa, Evo Morales y López Obrador son caudillismos, dictaduras. ¿A quién le debemos esto?, ¿quién ha sido el gran difusor de este pensamiento? Vargas Llosa. Y por eso es importante. Es un pensador universal del liberalismo, por eso me pareció importante debatir sus ideas.
–Su formación teórica marxista también era endeble.
–Sí, sí, era una formación superficial, pero debo reconocer que durante la dictadura de Manuel Odría en Perú, haber sido integrante de una célula clandestina del partido Comunista no es poca cosa. Por eso me preocupa la enorme amplitud del recorrido de Vargas Llosa, porque no era un socialista blando, era un tipo muy jugado. Además le es fiel a la Revolución Cubana hasta mediados de 1971. Hay una cita en mi libro que es una perla, la entrevista a Vargas Llosa en la revista Caretas, en Lima, donde las cosas que dice de la Revolución Cubana no las podría haber dicho yo mejor, no solo en aquel tiempo, sino ahora.
–¿Cómo se explica entonces su viraje tan profundo?
–De repente, Vargas Llosa entra en un proceso de languidecimiento. No fue una conversión súbita, no pasó de una cosa a la otra de la noche a la mañana. El proceso dura siete, ocho años y tiene su pico, cuando se convence del todo, después de esa famosa cena en la casa de Hugh Thomas en Londres con Margaret Thatcher. Por eso cito en extenso la propia narración que Vargas Llosa mismo hace de esa cena, donde encuentra en los ojos de Thatcher «el futuro de la nueva sociedad». Y después sigue con Ronald Reagan. Tuvo una transición lenta y luego fue cooptado porque es un hombre que tiene una gran vanidad. A Vargas Llosa no lo compran, se convence, y se convence en parte por los shocks que le produjeron su visita a la Unión Soviética, la invasión a Checoslovaquia, el incidente de Padilla, pero creo que básicamente fue atraído por esa personalidad tan vulnerable al halago, al elogio, que tiene que ver con su biografía. Y luego fue recompensado porque realmente es un escritorazo. Y eso te lleva a preguntarte qué es lo que le pasó a esta gente, por qué no resistieron el impacto de los cambios de las crisis del socialismo real, por qué no supieron ver el fenómeno del imperialismo y los estragos que produce en nuestros países.
–¿Hay respuesta?
–Hay varias. Primero, creo que el poder de atracción de los aparatos culturales del capitalismo es impresionante. Hoy en día si sos un académico en cualquier lugar del mundo, es muy difícil que te puedas poner en un planteamiento crítico anticapitalista porque se te termina la carrera. Conozco muchos casos de colegas, amigos míos norteamericanos, gente que hizo el doctorado conmigo en Harvard, gente que pensaba como yo, que se radicalizaron y desaparecieron por completo del mundo académico. Bueno, me lo dijo el decano de Harvard, en la carta de entrega del diploma: «Su tesis es excelente, pese a que utilizó un marco teórico equivocado –que era el marxista–, pero la calidad de la enseñanza de Harvard es de tal nivel que pudo usted sobreponerse a las limitaciones de ese marco». Y agregó: «Pero difícilmente pueda hacer carrera en América». Te damos el título porque no te lo podemos negar, pero acá no enseñás ni loco. Mientras que el resto de mis compañeros, hoy son todos neoconservadores. Y hay muchas respuestas para esto. La habilidad, el dinero, la capacidad de cooptación, el horror que a veces infundieron ciertos procesos que se dieron en la Unión Soviética, como los juicios de Moscú, o la paradoja de la idealización.
–¿Qué es la paradoja de la idealización?
–Esto lo hablé con Umberto Cerroni, intelectual marxista, miembro del PC italiano, que me dijo: «Muchos compañeros iban a la Unión Soviética y esperaban encontrar el paraíso. Y no un país que había salido de una guerra, que había perdido 20 millones de habitantes, que había destruido ciudades. Esperaban encontrar la sociedad de la abundancia, el ideal comunista ya instalado. Algo imposible. Pero esa es la mitad de la explicación», decía y me quedó muy grabado. «La otra mitad es cuando esos mismos compañeros van después a Estados Unidos, en el proceso de aggiornamiento, en la búsqueda de la tercera vía y en lugar de encontrarse con un burgués gordo desayunándose un niño negro, se encuentran con una sociedad compleja donde el fetichismo es fenomenal». Porque junto con la satanización de la Unión Soviética apareció este deslumbramiento por el mundo capitalista. Ya desde el fin de la Segunda Guerra Mundial los norteamericanos tenían en claro que había dos grupos sociales que iban a ser la base de su expansión imperial global: por un lado, los militares, por lo tanto educación militar, venta de armas, ejercicios conjuntos, Junta Interamericana de Defensa, Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) anterior incluso al tratado de la OTAN.
–Una digresión. ¿Por qué primero el TIAR?
–Porque les interesa mucho más defender a América Latina de «las garras del comunismo», para usar el lenguaje de la época, que a Europa. En un seminario, fuera del ámbito puramente formal, un disertante me dijo: «Lo que piensan los grupos dominantes de Estados Unidos es que si por una catástrofe geológica se llegasen a hundir Europa, África, Asia, Oceanía y quedara solo la gran isla americana, con lo que tienen ustedes nos arreglamos para mantener el sueño americano por dos siglos». Y claro, tenés toda el agua, el litio, el petróleo, el cobre, minerales estratégicos, la mitad de la biodiversidad mundial. ¿Qué más necesitan? En la medida en que no entren los chinos, los rusos o los indios, porque entonces la cosa se complica. Por eso la bronca ahora. Los chinos ya entraron, los rusos están entrando y los indios están golpeando la puerta. De ahí la desesperación de Donald Trump. Y por eso la importancia de Vargas Llosa como el parapeto ideológico de contención de este multipolarismo, de la presencia de Rusia, de China, por eso el peruano habla del imperialismo chino.
–¿Vargas Llosa es el más brillante integrante de ese otro grupo del que hablaba?
–Así es. De un grupo conformado por los intelectuales, que alberga tres categorías: académicos, periodistas y divulgadores. Por eso las becas, por ejemplo, de las cuales yo me beneficié con mi beca en Harvard en el marco de esos programas. Vieron en mí, como en Domingo Cavallo, en Martín Redrado, un tipo interesante para atraer. Yo soy un producto fallido de esa estrategia, pero en tantos otros funcionó maravillosamente bien.