28 de febrero de 2019
Como en cada año electoral, la frase «tenemos todo para ser potencia» (en alusión a las riquezas naturales de nuestro país) resonará entre discursos de campaña.
El atractivo de este latiguillo reside en presentar al desarrollo como un fenómeno de menor complejidad. ¿Qué sentido tiene seguir apostando a, por ejemplo, una industria autopartista que consume más dólares de los que genera, si para ingresar al club de las potencias bastaría con agregarle valor al stock de capital natural?
Esta idea no es del todo incorrecta, existen naciones como Noruega o Australia que sostuvieron su crecimiento y desarrollo tecnológico en base a recursos naturales. ¿Puede Argentina replicar dicho sendero?
En un reciente trabajo, el Banco Mundial estimó el valor de campos, minas, pozos petroleros y bosques con el fin de elaborar un ranking de riqueza natural per cápita para 141 naciones. El stock argentino ocupa el puesto 47, muy por debajo de Australia (5), Noruega (6) e incluso Chile (13). En dólares per cápita, la riqueza natural australiana es 12 veces superior a la nuestra.
Se observa también que algunos países desarrollados, pese a un bajo capital natural, han insumido una mayor industrialización. Dinamarca (46), Francia (70) o Corea del Sur (129) ejemplifican esta relación y sugieren que el desarrollo argentino también requerirá un espectro industrial que exceda su patrimonio natural.
Contrario a lo que se cree, Argentina no empezaría este camino desde cero. La existencia de instituciones estratégicas como INVAP, CONICET o ARSAT, así como las capacidades acumuladas en industria química, farmacéutica y siderúrgica, demuestran el relativo éxito de políticas nacionales. Debemos cuestionar la idea de que somos un país rico en recursos naturales, caso contrario, el saldo será siempre insuficiente para subir al tren del desarrollo.