8 de agosto de 2018
Allá por la década del 90, época de apertura comercial irrestricta, Aldo Ferrer advertía sobre las ficciones de la globalización e insistía en otorgarle una mayor importancia al mercado interno, que a nivel mundial explicaba el 80% de la producción y empleaba a 9 de cada 10 trabajadores. Dos décadas después, el mercado interno sigue siendo el principal destino de la producción global y el comercio internacional transita un período de estancamiento, agravado por la reciente guerra comercial entre China y EE.UU. A su vez, los términos de intercambio para Argentina, si bien son históricamente elevados, han retrocedido de la mano de la baja del precio internacional de la soja.
Mientras tanto, nos encontramos nuevamente con un gobierno que, lejos de atender el mercado interno, promueve la apertura comercial desmesurada y la extranjerización de la economía en un contexto desfavorable. Sus políticas se han orientado a bajar las retenciones a los principales sectores exportadores, fijar elevadísimas tasas de interés para favorecer al capital financiero a expensas de la pequeña producción y desincentivar el consumo por medio de la baja de salarios reales. De esta manera, ha contribuido a generar el actual estado de estancamiento, que propone superar por la vía de la devaluación, la recomposición de las exportaciones, el achicamiento del gasto y el financiamiento externo.
Se quiere instaurar la idea de que no existe otra alternativa, aunque claramente la hay. Me refiero al desarrollo del mercado interno por medio de la recomposición del salario real, una mayor accesibilidad al crédito y el incentivo a las pymes. La historia muestra que la receta que está aplicando el gobierno no solo no ha tenido éxito, sino que ha demorado los tiempos de recuperación de economías en crisis.