El canciller de Bolivia es uno de los referentes de la filosofía política que desarrolla el gobierno de Evo Morales desde 2006 en el país andino. La cosmovisión ancestral y las luchas contra la explotación como germen de una nueva forma de conducir una nación.
26 de julio de 2017
Desde el 23 de enero pasado es canciller y ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, cargo en el que reemplazó a David Choquehuanca, el hombre que acompañó en esa cartera al presidente Evo Morales desde el comienzo de su gobierno. Fernando Huanacuni Mamani nació en el altiplano boliviano en el seno de una familia de campesinos mineros de escasos recursos materiales. Cuando era muy joven bajó a la ciudad de La Paz, donde a fuerza de empeño se graduó de abogado en la Universidad Mayor de San Andrés, pero su verdadera pasión fue siempre el activismo social y político, íntimamente ligado con la Filosofía del Sumak Kawsay, también conocida, en español, como la Filosofía del Buen Vivir, que tuvo gran crecimiento en los años 90 planteando la realización del ser humano de manera colectiva en una vida armónica sustentada en valores éticos, en contraposición con el modelo de desarrollo economicista basado en la producción de bienes y en la acumulación de riquezas. Su otra pasión es la práctica del kung-fu shaolín, que perfeccionó en China convirtiéndose en shifu o maestro de la disciplina. «Yo nací en las montañas, a 5.500 metros de altura sobre el nivel del mar, rodeado de rocas, de estrellas, de sueños y de mucho amor de mi familia», evoca Huanacuni.
–¿Cómo fue su vida cuando creció y bajó de las montañas para instalarse en la ciudad?
–En el pueblito donde vivíamos no había luz eléctrica, ni estábamos registrados. No teníamos ni documentos. Por eso cuando el presidente Evo Morales ganó la elección por primera vez en 2005 todos se sorprendían y se preguntaban de dónde había salido tanta gente que lo apoyaba. Y es que esa gente no existía legalmente, incluso hasta el año 2000, no tenían ni su carnet de identidad. Por eso hicimos una campaña para que la gente de las comunidades se inscribiese y consiguiese su carnet, que le da sus derechos como ciudadanos. Yo existí legalmente recién desde el año 1980. En ese año mi familia bajó de la montaña por el golpe de García Meza que puso fin a la democracia. Las empresas mineras comienzan a ser tomadas por los militares. Al final solo quedó liberada la mina Caracoles, que finalmente fue devastada con cañones, aviones y todo el armamento de Bolivia. Allí trabajaba mi abuelo y allí fuimos a ayudarlo en la lucha. Con las luces apagadas, esperando la llegada de los militares, sentíamos el miedo. Mi abuelo y todos los dirigentes llamaron a una reunión en el estadio de fútbol. Sabíamos que si Caracoles era devastada también iban a devastar las demás minas. Hicimos una ceremonia, hubo discursos, sabíamos que era nuestra última reunión, hicimos una ofrenda, y se prendió un fuego y las chispas del fuego se unían al brillo de las estrellas. Seguramente todos miraron las estrellas. Cuando bajamos la mirada de las estrellas hacia el fuego ya no se sentía miedo, no había miedo. Se había transformado en valentía. Íbamos a morir, y qué, muramos pues. El miedo que minutos antes se respiraba se convirtió en efervescencia, y nos organizamos, los jóvenes comenzamos a poner cartuchos de dinamita en el camino, otros, fulminantes, y fuimos marchando. Comenzaron los disparos, las ametralladoras. Yo escapé con mi abuela. No sabíamos si mi abuelo estaba muerto. Escapamos y así llegamos a la ciudad, huyendo del golpe de Estado. Llegamos a La Paz y recuerdo que me horrorizó el ruido. El ruido era espantoso, ¡tanta gente! ¡Qué hacían! ¡Quería escaparme! Me quedaba en un rincón del cuarto, no quería moverme. El abuelo me dijo: «Ahora estamos perseguidos y nos tenemos que ir para el lado del Perú». Y allí nos fuimos. Hasta que volvió la democracia en Bolivia nos quedamos en Perú.
–¿Cómo fue el regreso?
–Cuando volví tuve que arreglar mis papeles, mis documentos, porque yo quería ir a la universidad. Tuve que aprender el español, mi idioma madre es el aimara. Y tuve que aprender las costumbres de acá (refiriéndose a la ciudad), que son diferentes. Y después de muchos años egresé de la Universidad Mayor de San Andrés como abogado, me especialicé en Derecho Civil, pero no lo ejercí, fui más bien académico. La primera vez que fui a un juzgado sentí que eso no era para mí, formar parte de la contradicción, de la discordia, por eso me dediqué a la enseñanza, a lo académico, a generar doctrina. Fui también profesor de colegios, y luego de universidades del exterior, en Fortaleza, Brasil.
–¿De qué manera se vinculó con la cultura de Oriente?
–Yo no sabía diferenciar lo que era karate de kung-fu, en 1983 lo descubrí en una exhibición de artes marciales y me encantó. Me dije: «Yo quiero hacer esto». Entonces empecé a practicar kung-fu con profesores de Hong Kong. En 1999 mi abuelo me dijo que tengo que ir al Tíbet a llevar una ofrenda. «Abuelo –le dije–, ¡no tengo ni un dólar!» Él me dijo: «Yo no te he preguntado si tienes dinero, te dije que tienes que hacer esta ofrenda». Así razonaba mi abuelo. Un amigo, a cambio de que le trajera jade, me dio dinero para el pasaje, pero una vez en China tenía que buscar un lugar para quedarme, porque Beijing es muy caro. Entonces me refugié en un templo shaolín budista y como tenía base en artes marciales me mimeticé. Pasaba por chino. Creían que yo era del Tíbet o de Tailandia. Mucho después pude ir al kailash a hacer la ofrenda que quería mi abuelo. Luego volví a China muchas veces, porque no solo encontré un deporte, sino también una disciplina que, conectada con la espiritualidad, te da una predisposición muy interesante en la vida.
–¿Luego llegó a la política?
–En realidad lo fui aprendiendo de mi abuelo que siempre fue político, luchador y por eso fue perseguido. Mi abuela también. Mi abuelo fue un pastor inocente que luego en Perú enseñaba organización a las rondas campesinas que enfrentaban a Sendero Luminoso, porque al final tanto Sendero como los paramilitares terminaban atacando a la comunidad. Mi abuelo era un hombre espiritual. El abuelo decía que todo es espiritual: cocinar, dormir, gobernar. Si lo ves así, surge la responsabilidad para hacerlo bien. En 1992 la efervescencia de los 500 años pone en debate lo que fue la colonia española. Ahí comprendí más la importancia de la política. Mi abuelo se fue retirando y me fue dando espacio. Fuimos madurando todos estos conceptos, qué es la Pachamama, qué es la Madre Tierra, qué es la pluriculturalidad, qué significa ser aimara. Encontrábamos banderas rojas, la hoz y el martillo, y el abuelo les mostraba la wiphala y les enseñaba su significado.
Nos vinculamos con pueblos originarios desde Alaska a Tierra del Fuego. El abuelo decía que hay mucho por caminar porque el proceso colonial no nos dejó solamente cadenas afuera, sino también adentro, y ahí es donde tenemos que trabajar. Si no hay cadenas en la mente ni en el corazón, entonces no hay nadie que te detenga, nadie te detiene… Luego vino la guerra del gas, mucha efervescencia, yo daba mis clases y fuimos creciendo hasta encontrar el punto de inflexión de nuestro recorrido, el año de las elecciones que ganó Evo Morales, cuando cambió la historia de Bolivia.
–¿Cómo y cuándo llega usted al Movimiento al Socialismo?
–Fue a finales de los 90, llevábamos wiphalas, nos encontramos en el Chapare. Luego, el 21 de enero de 2006 gana el compañero presidente y yo entro al Ministerio de Educación para hacer el diseño curricular. Y en 2008 me invitan a ser Director de Ceremonial de la Cancillería. Estuve en ese cargo hasta 2014, cuando me desvinculo y comienzo a viajar por el mundo mostrando lo que somos, lo que significamos. En ese tiempo surgen muchas invitaciones para dar conferencias, Argentina, México, Estados Unidos, Portugal. Terminé viajando mucho más que cuando estaba en la Cancillería, y haciendo lo que hacía mi abuelo. Siempre explicando el proceso boliviano, el rol del presidente Evo Morales, porque muchos piensan que este es un proceso político más, y no es así. Desde nuestra cosmovisión aimara, la Pachamama, la vida, lo ha elegido a Evo. Por él fluyen todas esas fuerzas. No es un líder más, es un líder que lleva adelante una cosmovisión totalmente distinta. Y esto es lo que explicamos en conferencias, debates, en todos lados.
–¿De que modo aborda el conflicto limítrofe que su país mantiene con Chile?
–Estuve muchas veces allá explicando nuestro pensamiento. Nosotros trabajamos con el corazón abierto, el pensamiento occidental te cierra los ojos, es como andar con audífonos, te cierras en tu propio ritmo, te desvinculas de todo. El mundo moderno ha generado esto, una individualidad extrema, pero los Estados nos necesitamos, los países nos necesitamos, por eso resolver el problema entre dos Estados es cuestión de la región. Es como en una familia, dos miembros discuten, el resto no puede decir es cuestión de ustedes y desentenderse. Si hablamos de integración debemos resolverlo todos, si somos una familia, todos tenemos que participar. No podemos decir que este problema es solo bilateral.
Hay que verlo de manera más grande. Somos hermanos y debemos resolverlo. Tenemos que avanzar en el futuro afrontando los problemas que nos vienen del pasado.
–Pero, ¿cómo se podría encontrar una solución si son los grandes capitales los que se están adueñando de gran parte de la costa chilena y ellos influyen fuertemente sobre los gobiernos?
–Planteamos una nueva democracia, el diálogo con las organizaciones sociales e indígenas. Esto va a converger en una actitud histórica. Por eso, si bien trabajamos en la democracia formal, trabajamos también en la democracia de los pueblos.
–¿Es imprescindible lograr la reelección del presidente Evo Morales por cuarta vez consecutiva para la continuidad del proceso iniciado en 2006?
–Primero recordemos que la Pachamama lo ha elegido a él. Ya no es solo un compromiso político, es un compromiso de sangre. Pachacuti es un tiempo de cambio, de transición, está empezando. Yo veo que el presidente ha podido resolver muchos problemas. Bolivia no tiene antecedentes de 11 años de estabilidad como ahora, antes vivíamos en crisis. Ahorita tiene nuestro total apoyo. Hay que profundizar, aún falta mucho. La gente sabe que Evo Morales ha sido el factor de estabilidad, de armonía, porque si tú ves nuestra historia hacia atrás…
–¿Es posible lograr el Buen Vivir a un nivel global?
–En un viaje reciente a la Unión Europea también me lo preguntaron. La historia clásica nos dice que todo nace de la guerra, pero no es así, se nace también de la complementación. Es posible generar desde lo complementario un proceso histórico recuperando la memoria del pasado. El mundo puede vivir bien y en paz. Europa asistió a guerras tremendas. América Latina es una tierra de paz, hemos tenido nuestras guerras, pero no han tenido esas dimensiones. Bolivia es una tierra de paz. Deberíamos darnos cuenta de que estamos viviendo un tiempo muy importante de cambio, y hay que prepararse, viene una época distinta. Y vamos a tener otros cambios, como el climático, la falta de agua. Hoy parece que el mundo es solo cuestión de mercado, quién vende más, quién compra más. La vida parece reducirse a una simple capacidad de consumir, cuando la vida tiene otra dimensión. Y esa dimensión la recobramos cuando vemos a los ojos de nuestros hijos, de nuestra mujer. Debemos naturalizarnos, el mundo desarrollado a través de las redes sociales está generando soledad, una persona recibe miles de abrazos y likes el día de su cumpleaños, pero ¿cuántos en forma personal? Debemos recobrar el trato humano, directo. Nos han norteado demasiado, miramos mucho al norte, tenemos que recuperar nuestro sur, nuestra humanidad.