Peronismo, militancia, el particular escenario político actual y las nuevas formas de discusión pública basadas en el marketing y las redes sociales, bajo la aguda mirada del exdirector de la Biblioteca Nacional, recientemente declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
29 de junio de 2017
Ineludible protagonista de la vida cultural argentina, no solo por su sustanciosa obra ensayística (Restos pampeanos, Retórica y locura, Perón: reflejos de una vida, entre otros títulos) o por novelas como Tomar las armas y Redacciones cautivas, en la biografía de Horacio González se cuentan, entre otros muchos acontecimientos, su militancia en el Movimiento Revolucionario Peronista (MRP) a fines de los años 60, su exilio en Brasil durante la última dictadura, sus legendarias clases en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y, muy especialmente, la innovadora gestión que, a lo largo de diez años, desarrolló al frente de la Biblioteca Nacional. Recientemente declarado Ciudadano Ilustre por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, la conversación de Acción con González, en su casa del barrio de Boedo, tuvo como primer tema esa distinción oficial. «Es un reconocimiento que a su vez me obliga a mí a un reconocimiento», dijo. «Siempre el que es alcanzado por esa denominación siente que debe decir algo incómodo para él, si lo acepta cree en un conjunto de elogios que inevitablemente aparecen en quienes la dan, y si no la acepta es una arrogancia que solo se justificaría en el caso de Jean-Paul Sartre, que aprovechó su rechazo al Nobel para hacer un cuestionamiento al esquema cultural universal que había en ese momento en el mundo».
–Pero, en este caso, teniendo en cuenta la situación nacional, la distinción adquiere un valor político, y el acto de entrega fue, en gran medida, un acto político.
–Sí, pero en ese ámbito habría sido necesario, quizás, extenderse más sobre la cuestión urbana, sobre las políticas culturales en la ciudad y sobre la concepción misma de la ciudad como espacio político. En ese aspecto se dijo poco y yo no dije nada porque era un momento sin duda emotivo –había un conjunto de personas que hacen a la historia de mi vida universitaria, a las relaciones amistosas de tantos años–, pero recordé ámbitos de militancia, en especial el MRP: para mí esas tres letras hacían una suerte de metáfora de una ilusión vinculada con el nombre del peronismo, y me llevaron a recordar al mayor Bernardo Alberte. Lo conocí en la sede del Sindicato Naval, que era uno de los sindicatos del peronismo que tenían una peculiaridad: muchos oficios que se agrupaban ahí provenían del sindicalismo anarquista. De modo que para mí significaba también este símbolo del pasaje del anarquismo al peronismo, los estratos internos de anarquismo que había en el peronismo. Por otro lado, Alberte era uno de los militares de una vieja época, vinculados con el peronismo, que se sintió en el llamado de la construcción de un ejército nacional, y su historia tiene un rasgo dramático muy evidente porque había sido expulsado del Ejército y había tenido fuertes discusiones con Perón respecto a la cuestión de la violencia: él era un militar no violento, digamos, pero al mismo tiempo de posiciones firmes y estrictas vinculadas con una democracia social, y después fue la primera víctima del golpe de Estado del 76, asesinado por el Ejército. Y ahora me doy cuenta de que casi todo lo que digo al respecto tiene una intención. Que es una intención melancólica, una intención de crítica y una intención relacionada con una especie de memoria dolorida.
–Decís «melancólica, crítica y dolorida», ¿por qué?
–Si vemos el largo ciclo de la palabra «peronismo», que albergó tantas vidas, tanta militancia, y vemos el acto del 1° de Mayo en Ferro, en el que participó Macri, bajo la insignia de Las 62 Organizaciones… Las 62 Organizaciones tuvieron en su corazón al sindicalismo metalúrgico, al que lo funda Ángel Perelman, que era un trotskista nacionalista. Y participaron en la aprobación de los programas de La Falda y Huerta Grande, en el 57 y el 62, que hablaban de control obrero de la producción y la distribución de riqueza: el peronismo marchó muchas veces con ese programa, y Las 62 Organizaciones también, y ahora lo invocan sindicalistas que permanecen en la CGT, en una situación de crítica hacia su dirección, incluido el gremio bancario, dirigido por un radical. Es una historia compleja, que también nos lleva al contenido que ahora invoca la sigla de Las 62 Organizaciones, que es el macrismo. Esa cosa que llamamos «peronismo» tiene un único nombre para todas las diversificaciones que podamos imaginar. Cómo se sostiene ese nombre, es uno de los misterios de la historia argentina, ¿no?
–Ahí veo una insistencia tuya, presente en tus escritos y en muchas discusiones, que es la de tu relación crítica con el peronismo. Una negativa a verlo con un solo rostro o con un solo sentido.
–Bueno, siempre fue imposible, y ahora más. Pero ese imposible sigue cargando una misma cuota de utopía. Invocar ese nombre significa poner sobre la mesa una fuerte disconformidad personal y al mismo tiempo un drama de varias generaciones políticas en la Argentina, que alcanza a la biografía del propio Perón, sin la menor duda. Por ejemplo, la invocación de una frase de Perón de 1952 que Momo Venegas hizo en el acto de Ferro: cada uno tiene que recibir en relación con lo que produce. ¿Y cómo se mide eso? En un momento de desocupación, ¿cómo se mide en el Producto Bruto Interno una retribución igual a la que uno produce? Si son cifras abstractas, procesos colectivos, es una barbaridad pensar así. Haríamos mal en desconsiderar el acto de Ferro porque permite pensar al macrismo como algo más serio de lo que lo pensamos, capaz de absorber todo lo que percibe que está en condiciones de ser capturado, incluido un sector del peronismo…
–¿Es decir, no pensar al macrismo como una simple repetición de lo que fueron otros momentos de la derecha?
–No, porque no es meramente una derecha. Una derecha habla con autoconciencia de serlo, el macrismo es como un movimiento sin conciencia, digamos, es un movimiento de captación de pulsiones. Incluso el consumo tiene que ver: no es que se da a consumir y eso provoca un horizonte de bienestar, las personas son consumidas por el macrismo. El macrismo entiende la lógica social como una lógica donde el que consume en realidad es el consumido. Tanto el que se dispone a ver imágenes como el que se dispone a organizar su economía familiar o su vida laboral. Es, el macrismo, una enorme recreación de la condición del sujeto. En ese sentido está más allá de las ideologías, como se solía decir, pero no para articularlas en una invitación a pasar a algo nuevo sino para aprovecharlas en lo que tienen de débiles ante una forma del neocapitalismo. Que es una forma donde las antiguas clases sociales, las antiguas estructuras sociales están traspasadas por un conjunto de consumos simbólicos en cuyo centro están los poderes informáticos y comunicacionales, que son fuertemente productores de imágenes. El macrismo es un fenómeno esencialmente comunicacional que afecta las pasiones públicas capturándolas y disciplinándolas, en el mundo del trabajo, en el mundo domiciliario, en el mundo de la ciudad… El macrismo significa muchas cosas respecto a la conversión de una sociedad en una serie de personas expulsadas de su conciencia diversa y serializadas, personas acuñadas como por un torno mecánico que se llama «protocolo». El macrismo surgió por encima de la Constitución y de las leyes, tiene otras leyes y las llama «protocolo», son leyes que van desde la represión hasta la forma de producción y la forma de consumo. Es un cambio muy profundo sobre el cual no hay muchas respuestas políticas.
–Algunas respuestas políticas hay: no fueron poca cosa las movilizaciones de marzo o el paro general, o la manifestación contra el 2×1.
–Por supuesto, y fueron impresionantes, pero esta discusión debe acompañar los actos. Porque no solo se quitan derechos, sino que se quita una suerte de respiración pública que todos teníamos, la respiración cultural que caracterizó a la cultura argentina en todo el siglo XX, más allá de las divergencias: yrigoyenistas, peronistas, antiperonistas. Incluso la tradición liberal, con la que discutimos, está siendo vulnerada. Este nudo de contraposiciones se ha destruido también porque el macrismo los absorbió con una especie de reactor de absorción de partículas, de micropartículas que somos todos nosotros y que, de alguna manera, estamos siendo expulsados de nuestra conciencia autónoma. Estas cuestiones necesariamente va a haber que discutirlas.
–Da la impresión de que no están siendo suficientemente pensadas.
–Pero habrá que hacerlo. Pienso en lo que queda de la izquierda, lo que queda del peronismo capaz de discutir esto, y el Frente para la Victoria, la CTA, en fin, los grupos dispersos que necesariamente van a tener que confluir en este estilo de discusión, porque el frente no se tiene que hacer sobre la base solamente de candidaturas. No negaremos la importancia de las candidaturas o los programas, pero vamos a tener que discutir sobre qué tipo de cultura crítica hay que construir. Lo digo así porque muchas veces la política argentina se siente un poco ajena a esas discusiones imaginando que demoran el momento político: por el contrario, sin esas discusiones no va a haber un gran momento político.
–No es, en todo caso, una discusión que haga a la coyuntura política, sino a una situación más general.
–Fijate el acto que forjó el macrismo desde los medios: esa gente no salió de un ómnibus, salió de caminos despedidos de la televisión. Fueron llamadas bajo la lógica de una movilización sin centro, por eso muy bien Carlos Pagni, el mayor analista de la derecha argentina, decía que circulaban en derredor de la plaza con un tipo de circulación de aquello que no tiene centro. Los habían llamado los medios y los «trolls». El papel del «troll» hay que analizarlo. ¿Quiénes son? Son agencias cuyo asentamiento no se conoce claramente. La vieja política tenía más visibilidad, y se sabía que había un secreto. Ahora es algo más que el secreto y la clandestinidad, ahora es una voz fraguada e injuriante que se maneja a través de las redes, que tienen un papel tan ambiguo en la civilización contemporánea y que sustituyen al sujeto. Hay sujetos espectrales que generan cadenas de opinión, y todos toman como natural que se llamen «hashtags» o «trending topics». Es decir, son efímeras y, al mismo tiempo, generan estados de ánimo que duran un día, duran unas horas y después se pueden medir en «focus groups» y demás. ¿El político progresista o de izquierda o que quiera renovar las fuerzas populares tiene que decir «bueno, entonces utilicemos esto, si dio tan buen resultado»? Creo que no; hay que saber que esto existe, probablemente hay que utilizar ciertas partes más dignas que tienen estos mecanismos, pero no se puede hacer política hoy sin criticar estos mecanismos. El «focus group», esta articulación de cómo se explora la opinión pública pero en el mismo acto se la domina y se la constituye, es denigrante. Veamos qué cosa de esto puede originar formas novedosas y explícitas y públicas, y no clandestinas, de publicidad genuina de las posiciones políticas. Eso también debe ser motivo de discusión.
Fotos: Horacio Paone