10 de septiembre de 2023
Entre el cine de terror y la sátira política, en El Conde el director chileno muestra a Pinochet como un vampiro que no entiende por qué lo tratan de ladrón.
En los 8 años que pasaron desde que El club se convirtió en la gran sorpresa del Festival de Berlín, Pablo Larraín encontró un camino que le permitió tener un pie en Hollywood y otro en América Latina. Exitoso en sus incursiones en la meca del cine con filmes como Spencer sobre Lady Di o Jackie sobre Jacqueline Onassis, también lo ha sido en su Chile natal con Neruda y, en menor medida, con Ema. El director regresa ahora con El Conde, que esta semana llegó a las salas y que próximamente se podrá ver en la pantalla de Netflix. En la película se permite mostrar a un Pinochet que es vampiro y que no entiende por qué lo tratan de ladrón, cuando solo ha intentado guardar algo de dinero para sus hijos. Larraín además es un eficiente productor y, junto con su hermano Juan de Dios, ya tiene planes para volver a filmar en inglés, una biografía de María Callas que protagonizará Angelina Jolie, y The True American, una ambiciosa historia sobre las postrimerías del ataque contra las torres gemelas en Nueva York.
–¿Cuál fue tu objetivo con El Conde? ¿Te interesaba provocar?
–Yo simplemente hago películas para que la audiencia reflexione sobre los testimonios que aportamos. Tal vez mostrar todos estos horrores bien reales, estas imágenes y momentos dolorosos, pueden generar una extraña reacción en el público porque están contados dentro de los códigos de la sátira, y eso genera una manera de pensar muy interesante. Pero no hago cosas para provocar. No soy un provocador, aunque tampoco pienso que eso tenga algo de malo. Simplemente tomo el material que considero real, honesto, puro, peligroso y lo pongo en la pantalla, agregándole mi percepción, mi mirada política y una aproximación que espero que sea muy humana.
–La película no solo habla sobre el poder, sino también sobre la codicia.
–Ese es uno de los legados más grandes y más oscuros de Pinochet, porque él trajo un capitalismo tan fuerte como salvaje, que probablemente se quedó con nosotros después de que él se fue. Tal como lo dice el narrador, más allá de los asesinatos y de las violaciones a los derechos humanos, el verdadero legado del Conde es que nos convirtió en héroes de la codicia. Yo creo que actualmente la codicia está muy entroncada en el flujo sanguíneo de nuestra sociedad. Y eso no es algo muy bueno. No solo pasa por el dinero, sino por el egoísmo, porque su esencia es no pensar en el otro. Todo pasa por no tener compasión por nadie en la sociedad.
«No soy un provocador. Simplemente tomo el material que considero real, honesto, puro, peligroso y lo pongo en la pantalla, agregándole mi percepción.»
–Elegiste filmar en blanco y negro, que durante años fue la regla para las películas clásicas de monstruos.
–Siempre quise hacer una película en blanco y negro y esta fue la oportunidad apropiada. Simplemente sentí que iba a funcionar bien para El Conde. En cierta forma, crea una realidad paralela: digamos que el blanco y negro sirve para generar una percepción más teatral de la realidad. Y para una película como esta, que combina el horror con las ideas políticas, que te presenta a un dictador sangriento, fue una buena herramienta, considerando especialmente el tono de farsa y sátira que tiene El Conde. En este caso el blanco y negro tiene mucho sentido. Y cuando Ed Lachman se sumó como director de fotografía, fue una decisión que me resultó aún mucho más clara.
–Los vampiros aquí se han convertido en figuras históricas de la derecha chilena. ¿Cuál dirías que es el comentario político que has podido hacer utilizando esta estrategia?
–Cuando alguien se dedica a cometer violaciones sistemáticas a los derechos humanos a lo largo de tantos años y nunca es juzgado de la manera apropiada por el sistema judicial, esa persona puede convertirse en un ángel oscuro que sobrevuela la conciencia y el espíritu de un país durante décadas. Esa es la esencia de esta película. La falta de justicia genera impunidad. Esa impunidad puede transformar a un ser humano en una figura infernal. Y esa fue nuestra línea de pensamiento, que es algo muy simple: entendimos que estábamos hablando de un vampiro.
–Si bien se mencionan muchos eventos históricos en El Conde, ¿también se han tomado licencias artísticas?
–Hay muchos elementos en la película, pero la mayoría de ellos provienen de la realidad. Pero también es cierto que tuvimos que agregar algunas cosas que no son reales para poder contar la historia tal como queríamos, pero son realmente detalles menores. Todo lo demás, las víctimas, las acusaciones de violaciones a los derechos humanos, todo eso es absolutamente real. Obviamente en la película se dice que este hombre ha estado dando vueltas en los últimos 250 años y eso es claramente un elemento fantástico, pero la tesis de esta historia está obviamente basada en los hechos.
–¿Las acusaciones que hace el filme sobre los hijos de Pinochet también son reales o simplemente sirven a la narración?
–Obviamente que todo lo que se plantea es real. Hay dinero que desapareció y dinero que apareció en sus cuentas bancarias. Todo eso está en una sentencia de la Justicia chilena. No son temas sobre los que haya que discutir. Fueron condenados por ello, porque recibieron dinero mediante diferentes estrategias, que son simplemente formas de lavado. Todo lo que tiene que ver el dinero y lo que está en las conversaciones que los hijos tienen con la contadora, todos los detalles sobre las cuentas bancarias y a nombre de quién estaban, todo eso está confirmado.
–Es interesante que El Conde tenga momentos humorísticos aunque toque temas tan oscuros.
–Es fantástico cuando una película puede lograr algo así, porque plantea un problema moral y nosotros queríamos que los espectadores lo resolvieran. Y si se ríen porque les parece algo ridículo, es porque el film ha generado una interacción muy interesante. Es muy importante la forma en la que uno interactúa con una historia. Y eso es algo que tiene el cine que es maravilloso. No hay ambigüedad en torno a la figura de Pinochet y sus crímenes, ni a la percepción de la maldad que él genera. Lo que estamos haciendo es dejar que las voces que lo apoyan hablen. Y, cuando lo hacen, se convierten en los narradores del film. Y ese es un ejercicio interesante. ¿Te sonríes o te ríes, y luego te genera una sensación de incomodidad? Eso es algo muy valioso en el cine.
«Cuando alguien se dedica a cometer violaciones sistemáticas a los derechos humanos y nunca es juzgado, esa persona puede convertirse en un ángel oscuro.»
–¿El arte puede influenciar la política o la sociedad?
–Yo diría que sí, pero no de una manera muy directa. No creo que una película pueda tener un impacto en el Congreso, aunque ha habido algunos casos. Nosotros produjimos Una mujer fantástica, que influyó en que se implementara una ley en Chile para ayudar a la comunidad trans. En otros casos, las películas pueden convertirse en parte de una ola cultural que eventualmente puede crear una percepción de la realidad y provocar ciertos cambios. Pero, en cualquier caso, eso es algo que tiene un efecto a largo plazo.
–¿Cuán importantes son los libros para vos?
–Son muy importantes por tres razones. Número uno, allí es donde puedo encontrar mucha inspiración de gente que puede crear mundos maravillosos con la palabra escrita. Ellos pueden expandir mi imaginación en una forma que es verdaderamente asombrosa. Número dos, son siempre una buena fuente para mi trabajo. Son una herramienta para expandir mi trabajo a través de las ideas narrativas. Me permiten explorar diferentes estilos que luego puedo seguir en mi búsqueda de inspiración. Y en tercer lugar, porque son los que me permiten dormir bien. Yo leo en la mañana, pero también siempre tengo un libro en mi mesita de luz y a lo largo de los años ha sido la mejor forma de conciliar el sueño.
–No todos los días un director latinoamericano encuentra su lugar en Hollywood. ¿Cómo ocurrió en tu caso?
–No lo sé muy bien. Yo soy simplemente un director, un artista, pero tanto en Estados Unidos como en Europa hay compañías a las que les importa qué es lo que está pasando en el mundo. Les interesa el cine, y cómo el arte puede tener un impacto en la vida de la gente. Más allá de mis propias ideas políticas, siempre va a haber historias que van a tener un impacto en la audiencia independientemente de su inclinación ideológica. Y yo espero poder hacer esas películas sin que importe el país en el que se rueden y el idioma en el que estén habladas.
Blanco y negro. Jaime Vadell interpreta al dictador en una trama que indaga en la noche más oscura de la historia trasandina.
–Pero fue El club la que lo cambió todo, ¿no es así?
–Sí, yo estaba en el Festival de Berlín con El club, que participaba de la competencia. Ganamos un premio y por eso conocí a Darren Aronofsky, que era el presidente del jurado. Y él fue quien me invitó a hacer Jackie. Me envió el guion, que me pareció fascinante y así empezó todo.
–Hay quien te ve como el Oliver Stone chileno, porque tomaste momentos históricos como en No, El club, Jackie, Neruda y les diste tu propia interpretación. ¿Tenés algo en común con él?
–La verdad es que nunca planifiqué hacer esas películas. Íbamos a rodar Neruda pero luego se fue postergando por diferentes razones, lo cual nos dio el margen para hacer El club, que fue la que me llevó a Berlín y por eso conocí a Darren. Pero aunque nunca planifiqué nada, es cierto que tengo una inclinación natural por los temas políticos. Cuando el arte puede analizar la realidad, tenés la oportunidad de generar un reflejo de lo que ocurrió. Me encanta el cine, me ha formado como persona, siento que es perfecto para mí. A la vez es muy complicado, porque implica una responsabilidad. Yo no creo que la responsabilidad y el respeto sean lo mismo. En ninguna de mis películas le he dicho a la gente lo que tenía que pensar. No estoy aquí para predicar nada, porque mi única misión es contarle a la gente cómo son las cosas. Estamos aquí para compartir emociones y perspectivas sobre la vida, siempre con respeto. El cine crea una ilusión con la que todos nos podemos identificar y, mientras eso sea posible, me van a tener por aquí.
–Neruda es la figura más celebrada en Chile. ¿Fue arriesgado meterse con él?
–Claro. Me han dicho muchas cosas por hacerlo, lo que también pasa es que yo creo que la nuestra no es una película sobre Neruda, con lo absurdo que pueda sonar lo que estoy diciendo, sino sobre lo nerudiano, sobre su cosmos y que entrecruza distintos elementos literarios de nuestra región. Bioy Casares y Borges tenían una editorial que se llamaba «El séptimo círculo» donde editaban novelas policiales que Neruda leía frenéticamente y yo creo que ahí hay una puerta, hay un camino hacia una película más borgiana. Hay elementos de Borges en la estructura narrativa de Neruda, a propósito de la ficción sobre la ficción. Es una película sobre un personaje que crea a otro y hay ahí también como una suerte de yuxtaposición literaria, a partir de lo que nos provoca la obra y la figura de Neruda. Nos gusta pensar que es como entrar a la casa de Neruda a jugar con sus juguetes, más que tratar de ser tan severos y decir: «Mira, él es Pablo Neruda».
«Hay un movimiento súper interesante en el cine chileno y yo soy uno más. Hay mucha gente filmando películas infinitamente diversas, sumamente originales.»
–No sos el primer chileno que dirige en Hollywood. Raúl Ruiz lo hizo antes, pero en tu caso sos el rostro más visible de una nueva ola del cine chileno.
–Es cierto, soy parte de un grupo de gente, hay un movimiento súper interesante en el cine chileno y yo soy uno más de ellos. Hay mucha gente filmando películas infinitamente diversas, sumamente originales. De alguna manera, nos parecemos un poco a lo que Argentina hizo años atrás, que lanzó una nueva generación de directores que estaban todos buscando su propia voz: en esa honestidad se produce buen cine, a diferencia de cuando se trata de encontrar fórmulas. Yo soy parte de una generación del cine chileno que es muy valiosa y estoy súper orgulloso, hay gente que está haciendo cosas potentes como Sebastián Silva, Sebastián Lelio, Pepa San Martín o Maite Alberdi. Creo que estamos encontrando nuestro lugar en el mundo a partir de hacer películas que nos interesan y nos conmueven a nosotros: parte de la fórmula acá es la «no fórmula» y, si hay una, es creer en tus propios deseos, en las cosas que te conmueven. Y si hay algo que te afecta realmente y eres capaz que ponerlo en pantalla de una manera sensible, alguien más se va a vincular a esa emoción.