Voces | ENTREVISTA A DARÍO SZTAJNSZRAJBER

Deconstruir el amor

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Bárbara Schijman - Fotos: Guido Piotrkowski

El filósofo propone desarmar ideas y preconceptos internalizados como verdades ineluctables. Los vínculos, el pensamiento binario, la angustia y el aporte de la filosofía.

Filósofo, ensayista, divulgador y docente, Darío Sztajnszrajber dice fácil lo que a priori parece difícil. Sus modos, accesibles y claros, tiran por la borda el prejuicio de que la filosofía es un sistema de razonamientos y reflexiones solo para entendidos.
Divulga la filosofía en los medios de comunicación a través de Mentira la verdad (Canal Encuentro) y Demasiado humano (Futurock) y actualmente presenta sus espectáculos Comer, pensar, amar junto a la periodista Soledad Barruti, y Mitos de la historia y la filosofía junto al historiador Felipe Pigna. Es autor, entre otros, de ¿Para qué sirve la filosofía? (2013); Filosofía en 11 frases (2019); Filosofía a martillazos (Tomo 1, 2019 y Tomo 2, 2020) y El amor es imposible (2023), su libro más reciente, en el que presenta ocho tesis filosóficas que explican por qué el amor es imposible. En 2017 fue galardonado con el Premio Konex por su labor en el campo de la divulgación.
También conocido como Darío Szeta, el filósofo explica a continuación qué comportamiento se pone en juego cuando creemos sentirnos completos con una otra mitad y por qué en esa idea de la otra mitad «solemos proyectar nuestra necesidad sobre el otro y convertirlo en lo que necesitamos que el otro sea. Y de ese modo, lo anulamos». Además habla de las normativas, el pensamiento binario y la importancia de la deconstrucción para alguien que cree que «deconstruir es apostar al afloramiento de muchas posibilidades que por algo fueron en su momento diezmadas, aniquiladas, expulsadas».

«Cuando empezás a deconstruir el amor, de manera casi secuencial, empezás a deconstruir la familia, la monogamia, la idea de pareja, la amistad, el erotismo.»

–¿Por qué El amor es imposible?
–El propósito del libro es un intento de desarme o deconstrucción de ciertos enunciados: la idea del amor como la otra mitad, evidenciar la construcción de ese mito y en función de qué ese mito es construido, o sea, qué versión del sujeto se termina constituyendo en la idea de que somos falta y de que esa falta es plenificable al encontrar de modo exclusivo una única persona cuyo objetivo primordial es completarte. Evidentemente detrás de ese mito se esconden un montón de criterios supuestos que de alguna manera la filosofía siempre pone o intenta poner a la luz. Entonces, el libro se pelea contra esos lugares comunes del amor; se pelea contra la versión dominante. No hay una propuesta de una alternativa sino simplemente es un ejercicio deconstructivo. Cuando digo que no hay una propuesta de una alternativa digo que no hay una propuesta de otra forma de amor que sea distinta a la hegemónica porque no se trata de cambiar una hegemonía por otra; se trata simplemente de poder entrever la genealogía de nuestra forma de vivir el amor y a qué le es funcional, número uno. Y, número dos, qué otras versiones del amor entierra y deja por fuera.
–A partir del enunciado del libro podría pensarse que se trata de un texto pesimista; sin embargo, en ese desandar que proponés subyace una propuesta de liberar al sujeto del deber ser. ¿Hay algo de esto?
–Das en el clavo de una lectura distinta de lo que es la práctica de la deconstrucción. De alguna manera, hay un estereotipo de la deconstrucción muy fomentado por los sectores más conservadores que asocian la deconstrucción a algo destructivo y por lo tanto a algo negativo en el sentido más pesimista del término. Deconstruir no es destruir. Deconstruir es, diría, hasta todo lo contrario: es apostar al afloramiento, al rebrotamiento, si existiera la palabra, de muchas posibilidades que por algo fueron en su momento diezmadas, aniquiladas, expulsadas. Cuando uno deconstruye, ¿qué deconstruye? Categorías que se han instalado en nuestra cultura como si fuesen verdades ineluctables. Al evidenciar que toda afirmación siempre está situada, alivianás un poco el poder de esa versión porque la ponés a disposición de poder ser transformada o revisitada, pero sobre todo habilitás otras versiones. Y eso, lejos de una lectura negativa, es una lectura absolutamente optimista.
–Porque habilita lo que muchas veces ni siquiera se permite pensar.
–Es un tipo de pesimismo que termina convertido en optimismo porque es un pesimismo frente a las lecturas dominantes que se convierte en el optimismo de la posibilidad de brote de las lecturas excluidas. O sea, lo excluido termina encontrando posibilidad de ser oído. Con el amor es clave eso.

«Se cuestiona la normativa amorosa de la monogamia, pero los experimentos no monogámicos terminan siendo mucho más normativos que los monogámicos.»

–¿Por qué?
–Porque justamente el amor, la felicidad, los temas que históricamente han sido más despolitizados y que por lo tanto los tenemos absolutamente incorporados como si fuesen parte de nuestra naturalidad cotidiana, cuando justamente se busca deconstruir esos conceptos, metés el dedo muy fuerte en la llaga en esa vivencia diaria, y rápidamente empezás a darte cuenta de que hay otras formas del amor y de todo lo que el amor concita. Cuando empezás a deconstruir el amor, de manera casi secuencial, empezás a deconstruir la familia, la monogamia, la idea de pareja, la amistad, el erotismo. Es todo un paquete que viene de algún modo entrelazado. Son temas que se vienen debatiendo desde siempre.

–¿Qué hace que las estructuras o las normativas, que se discuten desde tiempos remotos, sean tan difíciles de revertir?
–Tal vez la clave está en la pregunta, en la idea de que es posible revertir un escenario como si hubiese otro escenario posible. De alguna manera, toda la filosofía de la deconstrucción rompe –y por eso también genera tanto rechazo–, la idea muy propia de las utopías modernas, de que hay otro mundo posible y que es accesible de manera lineal. La clave central de El amor es imposible es que hay otro amor, pero no es para nosotros, dice el texto, tomando una cita de Kafka, a quien cita Agamben para hablar sobre la felicidad. La matriz es la misma: hay felicidad, pero no es para nosotros, hay esperanza, pero no es para nosotros. Con el amor, ¿qué significa que no es para nosotros? La propuesta deconstructiva es ir desarmando aquello en lo que estamos de algún modo implicados, porque uno nace ya al interior de una implicación. Ya hay una precomprensión ontológica del amor jugando en nosotros desde el momento en que uno nace, como ya hay un lenguaje jugando en nosotros; nadie elige de cero. El lenguaje es un buen ejemplo.

–¿Porque viene dado?
–Lo interesante es el mito de que las personas somos libres y autónomas para elegir de cero. Estamos insertos en un dispositivo lingüístico que permite que nos entendamos porque los dos somos parte de eso. Con el amor pasa algo parecido: uno nace ya al interior de un dispositivo amoroso. ¿Y uno elige en el amor? Y elige lo que más o menos al interior de esas estructuras se permite que elijamos. Podemos usar sinónimos al interior de un dispositivo lingüístico pero hay un formato que en todo caso para romperlo es necesario prácticas mucho más transgresoras. Al final todas las formas que irrumpen como alternativas a las formas instituidas del amor terminan de alguna manera reproduciendo mucho de lo que dicen cuestionar.

«La angustia existencial, que es la filosófica, es una angustia que me resulta creativa, obviamente entendiendo siempre su distinción con las otras angustias.»

–¿Lo que sucede entonces no es otra cosa que un reemplazo de normativas?
–Se cuestiona la normativa amorosa de la monogamia, pero los experimentos no monogámicos terminan siendo mucho más normativos que los monogámicos. O sea que si el problema es la norma, la matriz no se rompe. Entonces por ahí la gran ilusión es que ese otro mundo posible al nuestro sea algo accesible de manera directa y frontal para nosotros. La idea de lo imposible plantea que hay otra forma, pero que a nosotros desde nuestra forma nos resulta inaccesible hasta pensarla. Si uno se pregunta qué otra alternativa hay a las formas del amor instituido y arma un manual de instrucciones, ya no es lo otro, porque está al interior del mundo de lo posible.
–¿Qué responde la filosofía al vacío que, al menos en un principio, acompaña la deconstrucción?
–La filosofía, básicamente, es una vocación de advenimiento de la angustia. Hay un propósito, un deseo de provocar la angustia, la angustia existencial, que no es una angustia cotidiana. La angustia existencial, que es la filosófica, es una angustia que me resulta creativa, obviamente entendiendo siempre su distinción con las otras angustias. Y me parece que, justamente en un mundo que lo que busca farmacológicamente es alcanzar certezas contundentes para calmar nuestra inestabilidad existencial, la angustia, al revés, lo que logra es reconciliarnos con nuestra finitud. La lógica de las instituciones es construir artificialmente bordes para que uno se siga sintiendo en el centro del mundo. Nietzsche decía que toda búsqueda de sentido es una búsqueda de seguridad. En el fondo, cuanto más economizado esté el orden, más tranquilidad alcanzamos. Por eso todo lo que sea ambiguo, contradictorio, oscilante, es algo de lo que el sistema busca depurarse. Y por eso funciona el pensamiento binario, porque te ordena de manera directa. Obviamente, cuando empezás a desarmar eso, lo angustiante es que te reconciliás con lo originario, porque lo originario es esa conciencia de que nacemos para morir.

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