27 de octubre de 2015
El pacto fortalece los planes de la Casa Blanca y las corporaciones económicas para imponer reglas y condiciones comerciales, a la vez que busca limitar el poder de China. Críticas y efectos en la región.
Estados Unidos logró sellar uno de los pactos más ambiciosos e importantes de los últimos tiempos, con el que dio un certero golpe en el tablero geopolítico global. Junto con 11 países con riberas en el océano Pacífico, firmó el Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), un tratado de libre comercio (TLC) que aglutina al 40% de la economía mundial y afecta a unas 800 millones de personas. Negociado bajo siete llaves, dará amplio margen de libertad a las multinacionales y reforzará el poder de la Casa Blanca, que ahora tendrá aún mayor capacidad para imponer reglas y normas a otras naciones. Organizaciones sociales, líderes políticos e intelectuales denunciaron que se trata de una amenaza directa a la democracia, el bienestar social y la soberanía de los países involucrados, como así también una piedra en el camino de la integración regional en América Latina.
El TPP fue cerrado el pasado 5 de octubre. Además de EE.UU., incluye a Japón, Australia, Nueva Zelanda, Malasia, Brunei, Singapur, Canadá, Vietnam y los latinoamericanos Chile, Perú y México. En concreto, es un tratado que estipula cuáles serán las reglas que regirán los intercambios comerciales entre todos esos países. Las nuevas normas –consensuadas tras un largo proceso de negociación entre los gerentes de las empresas más grandes del mundo, banqueros y gobernantes– permitirán la liberalización del comercio, con exiguos –o incluso nulos– controles estatales. Será, en definitiva, un engranaje más en el fortalecimiento de la arquitectura financiera neoliberal que Washington intenta imponer al mundo desde hace décadas. Como dijo el secretario de Defensa estadounidense, Ashton Carter, el acuerdo es «todavía más importante que poner otro portaviones en el Pacífico».
El tratado prevé, entre otras cosas, favorecer la compra de productos internacionales frente a los locales, desregular normativas que protegen el medio ambiente ante actividades económicas nocivas, eliminar aranceles de importación e imponer trabas a la producción de medicamentos genéricos. Sobre este último punto, la organización Chile Mejor sin TPP advirtió que «con el tratado, una mayor parte de la población será incapaz de costearse tratamientos adecuados y las políticas estatales verán más limitados sus alcances». En ese sentido, apuntó que la situación será aún peor «cuando los medicamentos en cuestión sean los llamados biológicos, que prometen avances en el tratamiento de enfermedades como el cáncer».
Consolidar influencias
Todos los especialistas consultados por Acción coincidieron en que con el TPP Estados Unidos no solo intenta ganar amplios espacios de libre comercio e inversión, sino también consolidar un área importante de influencia política, disminuyendo el poder que en esas zonas mantienen actores con mucho peso dentro del mapa mundial: Rusia y, especialmente, China. «La intención es excluir a China, controlar a Japón y someter a los países emergentes. Se arma un gran coto de caza a disposición exclusiva de las corporaciones de unos pocos países miembros, mientras se excluye a competidores externos. Es un arma de guerra y un peligro para la paz mundial», advirtió Eduardo Vior, analista internacional y doctor en Ciencias Sociales.
En diálogo con esta revista, Guillermo Carmona, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados de la Nación, coincidió con Vior y afirmó que la firma del TPP «parece ser un componente más de la disputa geopolítica entre Estados Unidos y China en la región del Pacífico». En el mismo sentido, Alfredo Gutiérrez Girault, economista y jefe del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas (IAEF), aseguró que el objetivo de la Casa Blanca es «balancear el peso de China en el mediano plazo y asegurar un nivel de mercado importante» para sus productos. «Eso es lo que estaba presente en la estrategia del ALCA, que finalmente fracasó. Entonces, con el TPP, EE.UU. logra algo todavía más ambicioso, porque involucra a los países latinoamericanos del lado del Pacífico y también a los del sudeste asiático», agregó.
Efectivamente, la firma del TPP tendrá su impacto en América Latina. A pesar de las diferencias existentes entre sus gobiernos, Chile, México y Perú –que, junto con Colombia, forman la Alianza del Pacífico– aceptaron incorporarse al acuerdo con la expectativa de expandir sus mercados. Tal como explicó Gutiérrez Girault, para estos países el TLC es «una posibilidad de acceder en condiciones más favorables al mercado del sudeste asiático». El economista aseguró que aquellas naciones que quedaron excluidas del tratado –como la Argentina, Brasil y Uruguay– podrían sufrir «un fenómeno de desvío de comercio, es decir, quedar desplazadas por la competencia de los productos asiáticos».
Vior agregó que el TPP «modificará las economías de México, Perú y Chile, haciéndolas incompatibles con las normas acordadas en la UNASUR y la CELAC», por lo que «tiende a fracturar el continente» y obliga a «entablar complejas negociaciones para sostener y profundizar los acuerdos políticos y diplomáticos que lo mantengan como zona de paz y democracia». Esa es una de las razones por las que el diputado Carmona consideró que la ya dificultosa articulación entre los países del Mercosur y los de la Alianza del Pacífico será ahora «mucho más complicada». Por ese motivo, el TPP, aseguró, «puede tener un impacto negativo sobre el proceso de integración latinoamericana».
EE.UU., además, utilizará el acuerdo para presionar la firma de otro gran TLC que actualmente negocia con la Unión Europea (UE), el llamado Tratado Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP), que tambalea por la catarata de críticas que despertó su alto nivel de secretismo. Su objetivo, dicen desde Washington, es facilitar la inversión directa y la eliminación de obstáculos y regulaciones para el acceso al mercado de las grandes empresas que operan a ambos lados del Atlántico.
Alianzas y resistencias
Si, como espera EE.UU., las negociaciones concluyen el año que viene y el acuerdo se hace realidad, sería el mayor tratado comercial de la historia. Pero como ocurrió con el TPP, este TLC también fue ampliamente cuestionado por organizaciones sociales y políticas. Una manifestación del pasado 10 de octubre concentró en Berlín a unas 250.000 personas, que denunciaron al acuerdo como una cara más del capitalismo salvaje que hiere, casi de muerte, al viejo Estado de bienestar europeo. «Con el TTIP, Estados Unidos y la UE quieren crear una gran zona de libre intercambio que escapará a todo tipo de control democrático. Las multinacionales podrán dirigirse contra las leyes nacionales en materia de medio ambiente, salud y seguridad alimentaria», denunció el activista francés Sébastien Franco, integrante de la agrupación No al TTIP y presente en la multitudinaria marcha realizada en la capital alemana.
Sin embargo, el TTIP no es el único tratado que la Casa Blanca negocia con la UE. Ambos actores políticos también están en pleno proceso de discusión del Acuerdo en Comercio de Servicios (TISA), del que participan más de 50 países que representan el 68% del comercio mundial. A EE.UU. y el bloque comunitario se suman Colombia, México, Paraguay, Uruguay, Panamá, Suiza, Islandia, Israel y Pakistán, entre otros.
Los detalles de este TLC solo pudieron conocerse gracias a las revelaciones de WikiLeaks, que publicó una serie de documentos secretos en los que EE.UU. y la UE promueven directamente la liberalización a nivel global de todo el comercio de servicios, como la banca y el transporte. Se trata, al fin y al cabo, de una suerte de alianza neoliberal que estará por encima de todas las regulaciones y normativas estatales en beneficio de las grandes corporaciones. Algunos analistas sostienen que desde el pacto de Bretton Woods, que posicionó al libre comercio y al dólar como moneda de intercambio global, el mundo no asistía a un rediseño geopolítico de semejante magnitud.
En ese marco, la UE también reflotó durante 2014 las negociaciones de un TLC con el Mercosur que empezó a discutirse en los años 90. El acuerdo, al igual que el resto, tampoco abunda en detalles y generó fuertes roces entre los países del bloque sudamericano. Mientras Uruguay y Brasil pretenden apurar cuanto antes su firma, el gobierno argentino se mostró más cauteloso, ya que duda sobre el impacto que podría causar en las industrias locales un aluvión de manufacturas europeas. El escenario, sostienen distintas fuentes diplomáticas, estará más claro una vez que se defina quién será el nuevo presidente de la Argentina.
El 5 de noviembre de 2005, EE.UU. fracasó en su intento por imponer un TLC que involucraba a 34 países de la región: todos menos Cuba. El famoso ALCA fue enterrado por los líderes políticos latinoamericanos que comenzaban a diagramar un proceso de integración regional distinto al de los 90. Flanqueado por Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva, Hugo Chávez, el principal promotor de la Cumbre de Mar del Plata, lo dijo muy claro: «ALCA, ALCA… ¡Al carajo!». 10 años después, el temible fantasma de los tratados de libre comercio no solo vuelve a recorrer la región, sino también el mundo.
—Manuel Alfieri