10 de febrero de 2015
Explicar cómo funciona el cerebro se ha convertido en una verdadera moda que se proyecta con inusitada fuerza en diversos ámbitos del quehacer cotidiano de los argentinos.
Un neurocirujano ofrece una conferencia en uno de los más importantes teatros de Buenos Aires y consigue colmar su capacidad con más de 2.000 asistentes; la misma persona ha escrito un libro y vendido miles y miles de ejemplares; un colega suyo ha alcanzado la misma celebridad y un reconocido biólogo ha logrado que un programa científico bastante especializado se transforme en un exitoso ciclo de la televisión pública. Todos ellos tienen una temática en común: el cerebro.
Así como el siglo XX debido a los descubrimientos en el campo de la física fue en buena medida «el siglo del átomo», los continuos avances tecnológicos en el área de la neurobiología han llevado a los especialistas a hablar del siglo XXI como «el siglo del cerebro». Esta preocupación por llegar a lo más recóndito de la mente humana se ha visto reflejada desde principios de los 80 –y especialmente en la última década– tanto en los medios de comunicación como en la literatura y las universidades, convirtiéndose en un verdadero fenómeno científico y editorial.
En poco tiempo el boom de las neurociencias se expandió desde el ámbito académico a múltiples plataformas de divulgación que han acercado al ciudadano común un volumen de información sobre neurobiología tan extraordinario que a veces resulta casi imposible de digerir para la mayor parte de la gente.
Una gran red
¿Pero qué son las tan promocionadas neurociencias? Se trata de un conjunto de disciplinas (biología, fisiología, neurología, genética, cirugía, psiquiatría, lingüística, educación, psicología, farmacología, etcétera) que estudian el sistema nervioso central (SNC) y periférico (SNP). El SNC, a grandes rasgos, puede dividirse a su vez en cerebro, cerebelo y médula espinal.
En las últimas décadas las neurociencias resultaron fundamentales para comprender mejor no solo lo que ocurre a nivel biológico, molecular, en el cerebro humano, sino especialmente cómo operan las redes neuronales que regulan nuestro comportamiento y el modo en que percibimos y cómo nos situamos en el mundo que nos rodea; así también como para poder desentrañar sus patologías. Saber qué ocurre en la mente humana permitirá también resolver misterios como qué es en realidad la conciencia, qué normas gobiernan la percepción, el pensamiento, las emociones, y dónde y cómo se almacenan los recuerdos o la información que adquieren a cada instante nuestros sentidos (ver recuadro). En muchos aspectos estos estudios también le han otorgado un sustento biológico a procesos emocionales que hasta ahora solo encontraban eco en la psicología, dando lugar así a la neurociencia cognitiva.
Avanzado ya el siglo XXI, las neurociencias, o la neurociencia –así, en singular, como prefieren denominarla algunos investigadores–, están por todas partes: diarios, revistas, libros, televisión, conferencias, congresos, talleres y seminarios, entre otros ámbitos de difusión. Lo que caracteriza a este boom –que, al mismo tiempo, se presta para fines netamente comerciales– es la variedad de disciplinas y áreas que abarca, en buena medida, clave de su éxito a nivel popular.
El foco de las neurociencias está puesto en el cerebro humano, un órgano realmente asombroso, según algunos especialistas «el más complejo del universo». Nuestro cerebro –y el de la mayoría de los animales– recibe, procesa e interpreta todo tipo de estímulos que le envían nuestros sentidos. Al mismo tiempo controla los movimientos y registra experiencias en forma de memoria. Como si fuera poco, también desempeña complejísimas y múltiples tareas cognitivas y, en sus procesos más profundos, es el encargado de lidiar con el ánimo y el comportamiento.
Como todo órgano, el cerebro está compuesto por células, células nerviosas llamadas neuronas, conectadas entre sí en redes muy complejas. Se estima que existen en él miles de millones de neuronas así como billones de sinapsis, que es la conexión electroquímica entre neuronas que forma la gran red de información que circula segundo a segundo en nuestra mente. La sinapsis es un espacio con una función muy específica en el que cada neurona se comunica con otra liberando sustancias químicas llamadas neurotransmisores, que activan determinados receptores en la neurona vecina.
Tal es la importancia que la ciencia le otorga actualmente al cerebro que existen dos colosales y costosísimos proyectos a nivel internacional para crear un modelo computacional detallado del mismo, de modo de poder enfrentar algún día las enfermedades asociadas con el sistema nervioso. Uno es el europeo Human Brain Project (Hbp) y el otro es el estadounidense Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologie (BRAIN, Investigación del Cerebro a través del Avance de Neurotecnologías Innovadoras). El primero ha recibido recientemente de la Unión Europea un fuerte impulso, no solo a nivel publicitario sino también de fondos: se han destinado aproximadamente 1.000 millones de euros al equipo que está trabajando para lograr el mapa. Participan de la empresa cientos de investigadores de 12 diferentes áreas de la ciencia, que pertenecen a 112 instituciones de 24 países.
El proyecto estadounidense se propone a su vez mapear y modelar digitalmente a gran escala la actividad de cada neurona del cerebro humano. Se invertirán 3.000 millones de dólares por año durante una década (empezó en abril de 2013).
Los japoneses tienen también su propia iniciativa, conocida como Brain Mapping by Integrated Neurotechnologies for Disease Studies (BRAIN/Mind), que explica en su sitio web: «Cuando se toman mediciones a nivel de las neuronas, solo un pequeño número de células puede ser examinado en un momento. Afortunadamente, sin embargo, en los últimos años se han desarrollado varias nuevas tecnologías en rápida sucesión que proporcionan claves para el análisis de toda la red del cerebro a nivel de las neuronas individuales». En esta meticulosidad, en esta vertiginosa identificación digital neurona por neurona –impensable hace apenas unos años–, radica el éxito de estos megaproyectos que podrían cambiar por completo lo que sabemos sobre el ser humano e incluso lograr la cura de diversas enfermedades.
Por supuesto, el interés de los científicos por el cerebro no es nuevo. Ya en 1955, cuando el genio de la física, Albert Einstein, murió, su cerebro fue fotografiado y fraccionado en 240 partes que se preservaron en resina. Luego esas partes, para responder a los requerimientos de investigadores de laboratorios de todo el mundo, fueron subdivididas en 2.000 trocitos, ampliamente estudiados por especialistas de varias disciplinas.
Fórmula del éxito
En la Argentina los dos protagonistas principales de la explosión mediática del cerebro –con diferentes enfoques sobre la aplicación de los nuevos conocimientos adquiridos– son Facundo Manes y Estanislao Bachrach, dos médicos y divulgadores que se han ubicado al tope de la lista de best sellers sobre el tema. El primero es el neurocirujano que operó a la presidenta Cristina Fernández de su hematoma subdural y su libro Usar el cerebro, vendió más de 140.000 ejemplares; en tanto que Bachrach es autor de dos títulos top, Ágilmente y, el de reciente edición, En cambio, con 250.000 y 50.000 ejemplares vendidos, respectivamente.
Ambos le hablan al ciudadano común y su obra está orientada más que nada a tratar de explicar con sencillez cómo funciona nuestro cerebro y divulgar los conocimientos que se tienen hoy de sus mecánicos biológicos para mejorar la vida cotidiana de sus lectores. El trabajo de Bachrach, quizá, refiere más al éxito individual y a los negocios; en tanto que el de Manes al conocimiento propio y a las emociones, y no duda en meterse con temas como la religión, la memoria colectiva, las diferencias a nivel neuronal entre varones y mujeres, el amor, las adicciones y la política.
Dice Manes en Usar el cerebro: «Es así que las neurociencias estudian los fundamentos de nuestra individualidad: las emociones, la conciencia, la toma de decisiones y nuestras acciones sociopsicológicas. Todos estos estudios exceden el interés de los propios neurocientíficos, ya que también captan la atención de diversas disciplinas, de los medios de comunicación y de la sociedad en general». Según comenta a Acción Roberto Rosler, neurocirujano y profesor de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Católica Argentina, el término «neurociencias» no es del todo correcto: «Probablemente sea quemado en la hoguera por esto pero, por ejemplo, cuando me voy a controlar la próstata no voy a un urocientífico, voy a un urólogo. Yo veo ahí una disciplina que tiene la humildad de ser un logos, o sea, un conocimiento. ¿Por qué entonces los que estudian el sistema nervioso son científicos? Las únicas ciencias en realidad son la matemática y la física. Supongo que es una cuestión de marketing –dice con humor–. Suena mucho más cool decir “hago neurociencia” o “tengo un instituto de neurociencias”, a decir “tengo un instituto de neurología o de neurobiología”».
En su libro En cambio, Bachrach dice que «las neurociencias están pasando por un gran momento, y de los hallazgos científicos podemos extraer herramientas para vivir mejor y para construir una especie de manual de instrucciones de nuestro cerebro». Como ya se señaló, Bachrach orienta su libro más que nada al éxito personal. Lo que se propone es convencer al lector de que puede cambiar y mejorar su vida si aprende a conocer los procedimientos de su cerebro: «Te decís que no podés cambiar, que sos así –advierte–. Es como si estuvieras en piloto automático, comportándote y reaccionando ante diversas situaciones de tu vida siempre igual, o de manera parecida, casi sin pensar. Esto no es casual. Estas reacciones automáticas son determinadas por patrones cerebrales que vas construyendo a lo largo de tu vida».
Por otro lado, en televisión son innumerables los documentales referidos al tema, especialmente de grandes cadenas, como NatGeo, Discovery u Odisea. En nuestro país la TV Pública ha tratado en muchas ocasiones la cuestión del sistema nervioso y el cerebro en varios envíos de Médicos por naturaleza, conducido por Dolores Cahen D’Anvers, así como en Científicos industria argentina, de Adrián Paenza. El canal Encuentro también ha puesto al aire recientemente una serie de 8 episodios, El cerebro y yo, conducida por el biólogo Diego Golombek y el físico Mariano Sigman. Golombek es autor de varios libros, entre ellos Cronobiología humana, Cavernas y palacios. En busca de la conciencia en el cerebro y el reciente Las neuronas de Dios. Según comenta el biólogo a Acción, el boom de las neurociencias responde en buena medida a que «en las últimas décadas hemos aprendido más sobre el cerebro que en casi toda la historia de la investigación en neurobiología, en gran parte gracias a los avances tecnológicos que nos permiten ver y analizar mejor, más allá, y con mayor resolución espacial y temporal. Es inevitable que este conocimiento genere la necesidad de comunicación». Para Golombek «conocer el cerebro es conocernos a nosotros mismos; en gran parte, lo que somos (nuestros recuerdos, emociones, sentimientos) tienen que ver con el conocimiento del sistema nervioso central. ¿Y quién no quiere conocerse más? Nos ayuda a entender por qué nos comportamos como nos comportamos, aunque a veces no podamos controlarlo». El mismo concepto maneja Rosler: «Esto es como el psicoanálisis, cuanta más información uno tiene sobre sus propias conductas, mejor puede empezar a entender por qué hace ciertas cosas. No hay nada que produzca más incertidumbre en el ser humano que no comprender por qué hace lo que hace».
Algunos especialistas, precisamente como Rosler, se han internado por caminos impensados y cruzado en su trabajo la neurociencia con el psicoanálisis en lo que se denomina «neurobiología de la afectividad». «Freud tuvo intuiciones geniales en momentos en que ni siquiera se sabía lo que era una neurona –dice este médico que recibió varias distinciones por su labor en neurocirugía–. Acertó con que nuestros sueños están relacionados con nuestro pasado emocional y también con la cuestión de la maternidad y la sexualidad. Freud decía que la maternidad y la sexualidad están mezcladas. Y tiene razón. El mismo circuito cerebral que la mujer utiliza para la sexualidad después lo transforma en circuito de maternidad. Cualquier hombre casado lo sabe, al tener un hijo pierde sexualmente a su mujer por un largo rato porque la madre dedica totalmente ese circuito a cuidar al niño. Entonces sería más enriquecedor un estudio en conjunto, pero en general muchos tienen miedo o rechazo de lo que no es su propia disciplina».
Uno de los aspectos más importantes del estudio del cerebro es aquel que tiene que ver con el tratamiento y la probable cura de diversas enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer, el Parkinson o la esclerosis múltiple, todos trastornos cognitivos que se deben a la muerte de neuronas y que producen cambios en la conducta.
Distintos escenarios
El primer Doctorado en Neurociencias de la Argentina, por ejemplo, se puede cursar en la Universidad Nacional de Córdoba, donde se dicta desde 2010. Pero las neurociencias no solo están limitadas a la esfera de la enseñanza, también se han trasladado a escenarios reservados antes a los grandes espectáculos, como los teatros. En los últimos meses ha cobrado impulso, al menos en la ciudad de Buenos Aires, el fenómeno de las conferencias colectivas, abiertas al público en general. Tanto Manes como Bachrach exponen ahora sus conocimientos sobre el cerebro ante cientos e incluso miles de personas en los principales teatros de la Ciudad Autónoma. También Golombek presentó en un teatro su último libro, Las neuronas de Dios.
Y de la mano de la masividad de un tema viene también su desnaturalización y los usos múltiples e inadvertidos que aparecen de pronto. La neurociencia no es una excepción y hay quienes aprovechando el envión mediático han acomodado sus principios científicos a la economía de mercado. Así nació el neuromarketing, que sería la aplicación de los conocimientos que se tienen sobre el funcionamiento del cerebro al mero fin de vender un producto o servicio. De este modo, del provechoso tronco del neuromarketing se han desprendido ya nuevas ramas «neuro» de dudosa legitimidad académica, como «neuroventas», «neuromanagement», «neuroliderazgo», «neuroinvestigación de mercados», «neurocomunicación», etcétera, que ayudarían a los empresarios a tomar las grandes decisiones en los negocios. Al respecto, opina Golombek: «Toda moda tiene sus excesos… Hay una base cierta en el “neuro-todo”, pero es claro que se puede exagerar y montarse al uso de palabras difíciles y que suenen convincentes. Chantas hay en todos lados, pero gente seria, también».
Más allá del uso comercial que se pueda hacer del conocimiento del cerebro, el avance de las neurociencias –que gracias a la tecnología actual se acerca a horizontes insospechados– podría derivar en resultados extraordinarios, altamente beneficiosos para la humanidad, que hasta no hace mucho correspondían al campo de la ciencia ficción. Hoy puede hablarse, sin exagerar, de que un día no tan lejano se puedan fotografiar los pensamientos o explicar claramente por qué el ser humano es consciente de sí mismo. «Estoy convencido de que así será –dice Golombek–, aunque aún falte muchísimo para poder explicar la conciencia. De graficar pensamientos no estamos tan lejos… hay experimentos que recuperan las imágenes de los sueños sobre la base de la información de la actividad eléctrica del cerebro. Por supuesto que todavía son técnicas con muchos errores, pero hoy las ciencias avanzan una barbaridad».
—Marcelo Torres