10 de noviembre de 2015
Los procesos de digitalización propician un negocio que, concentrado en unas pocas multinacionales, mueve millones de dólares. Del CD al streaming. El retorno del vinilo.
Los tiempos están cambiando», cantaba Bob Dylan allá por 1964. Y no han dejado de hacerlo desde entonces, especialmente en el mundo de la grabación y reproducción de música. Muy atrás quedaron los días de los long play de vinilo y el sonido latoso del Wincofón. Hoy –gracias a la digitalización de fonogramas que comenzó hacia 1980 cuando se manufacturó el primer Compact Disc, o CD– es posible escuchar aquellas viejas canciones del músico estadounidense con una calidad de sonido impensada hace 50 años, cuando fueron registradas en estudio en cintas analógicas.
Paradójicamente, en una era en la que las personas podrían disfrutar de música en muy alta calidad, la mayoría prefiere hacerlo con dispositivos que están muy lejos de reproducir con fidelidad –incluso mínima– los sonidos captados por la consola en el máster digital. Ocurre que, junto con los avances tecnológicos que propiciaron nuevos formatos de música, en las últimas décadas ha cambiado también, y en forma radical, el modo en que las personas –especialmente los jóvenes– escuchan música.
Hoy ese consumo pasa esencialmente por Internet con la descarga legal y la reproducción online de canciones, conocida como streaming (ver El primero…). Se estima que circulan cerca de 43 millones de canciones con licencia de contenido gracias a un negocio mundial –impulsado por el uso de celulares inteligentes– que en 2014 dejó una ganancia de 6.850 millones de dólares (en 2009 había sido de 4.400 millones).
Vaticinios
En términos generales, podría decirse que hoy el consumo de música es un acto individual. Escuchar al grupo preferido se ha transformado –auriculares mediante– en un acto meramente personal.
Ya con el CD como emperador en los 90, pronto muchos decretaron –con cierto error de apreciación– la muerte del noble vinilo. En poco tiempo dejaron de fabricarse long plays y tocadiscos y el culto de dicho formato, con todo lo que traía aparejado (arte de tapa, ilustraciones, libro con letras, sobre de papel para proteger el disco), cayó en el olvido. Se impuso la caja de plástico, el disquito portable y la fascinación por la tecnología del nuevo siglo. Y aunque en ese momento hubiese parecido impensable, con el avance imparable de la comercialización de archivos de música en formato MP3 –otra revolución–, sumado al fin de la llamada piratería y el streaming, hay quienes vaticinan la muerte del CD y del soporte físico de música… incluso de la propia industria.
Consultado por Acción, Alejo Smirnoff, director de la revista especializada Prensario Música y un conocedor del negocio en la Argentina, aclara que «hay un mensaje general en los medios masivos, que viene desde hace tiempo, donde se vaticinaba una catástrofe de la industria, que las nuevas tecnologías venían a arrasar con todo lo que existía. Si consideramos que la industria en sí misma es el consumo de música es obvio decir que está mejor que nunca».
Smirnoff se refiere no solo a la escucha online y la descarga legal, sino incluso a la venta de CD: «En la Argentina se vendieron, el año pasado, 10 millones de discos, en el mejor momento se vendieron 24 millones. Pero 10 millones quiere decir que una persona cada cuatro de la población compró un CD. A todos les encanta vaticinar apocalipsis, pero por otro lado tenemos fenómenos como el del vinilo en pleno ascenso. No está decidido eso de que la parte física vaya a desaparecer».
Con él coincide Javier Delupí, director ejecutivo de la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (CAPIF): «El mercado digital abrió oportunidades y canales para la comercialización de música grabada, permitiendo la llegada a nuevos públicos. La industria atraviesa un período de cambio, se van encontrando nuevas formas de consumo e incorporando diversas modalidades de comercialización –dice el empresario–. Todos estos nuevos canales fortalecen a la música, y hacen que los creadores tengan cada vez más vías para dar a conocer sus producciones».
Los grupos y solistas también han sabido aprovechar el furor digital y todos ofrecen diferentes opciones en sus páginas oficiales: desde la descarga de un show al día siguiente de haberse llevado a cabo –o incluso la posibilidad de verlo en el momento– a la digitalización de antiguos conciertos –para deleite de los coleccionistas– que no habían sido editados ni en vinilo ni en CD.
Según el informe anual de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI), «en 2014, los ingresos mundiales de la industria por ventas digitales aumentaron un 6,9% hasta alcanzar los 6.850 millones de dólares. Por primera vez provinieron en igual proporción de los canales digitales (46%) y de las ventas de formatos físicos (46%). Los servicios por suscripción fueron los principales impulsores del crecimiento digital, tras mantener una clara tendencia en alza en los últimos años. Los ingresos aumentaron un 39% en 2014 hasta alcanzar los 1.570 millones de dólares».
Baja fidelidad
Por fuera de la industria, los editores de sellos pequeños o independientes no son tan optimistas en cuanto a la continuidad del soporte físico. Para Javier Tenenbaum, productor musical y responsable del sello Los años luz, «el CD está semimuerto, sigue siendo por una convención. Es un soporte que ya no tiene ninguna gracia porque no deja de ser una copia digital exactamente igual a la que podés tener en tu computadora. Si bien se viene diciendo desde hace más de 10 años que el CD se muere, creo que va a caer por peso propio, aunque nadie sabe muy bien cómo sigue todo. Mi visión es que lo que viene va a ser en gran parte digital y también seguirá el núcleo duro de melómanos que prefieren lo físico».
La llegada del formato de audio MP3 y el intercambio de canciones colaboró, es justo decirlo, para popularizar la música y a rescatar viejos álbumes que muchos pensaban que no volverían a oír en su vida; pero el MP3 también contribuyó a que muchos artistas –especialmente los no consagrados– perdieran dinero en términos de derechos de autor y venta de discos. Y también a que se perdiera mucha fidelidad con respecto a lo grabado en el estudio, ya que en ese formato el sonido está muy comprimido: su calidad es incluso inferior a la de un CD (ver Diferencias…).
Hugo Mendoza, vendedor desde hace 14 años en la tradicional disquería Zivals, situada en el centro de Buenos Aires, una de las pocas que resistió el embate digital, dice que «obviamente muchas cosas los chicos se las bajan de Internet, pero seguimos vendiendo bien. Hay mucha gente que sigue eligiendo el CD. Y le interesa tener el original, porque si lo vas a escuchar con un equipo medianamente bueno vas a notar una diferencia de calidad con el MP3».
Una abrumadora mayoría de las personas que reproduce audio lo hace con archivos MP3 y no con otros formatos de mayor calidad como FLAC, WAV o HR. Y para escuchar muchos utilizan los auriculares –de dudosa fidelidad– que suele proveer el propio celular. Además, como se puede ver con frecuencia en la calle, algunos jóvenes comparten uno y otro audífono. Estas curiosidades –que ponen los pelos de punta a los entendidos– también conforman el panorama de la actual revolución digital de la música.
Tenenbaum aclara: «Me parece que la discusión estaría dada alrededor de dos cuestiones: una es que hubo un cambio cultural muy fuerte en los últimos 20 años, que tiene como eje el cambio en la forma de consumo. En la música este cambio es bastante complejo y horrible en términos de calidad –resalta el editor–. La otra cuestión es la música fijada en algún soporte. Esto que se llama fonograma, y que adquiere a lo largo del siglo pasado una gran importancia, pasa a ser en sí mismo un objeto de arte. O sea, conocemos a los Beatles a partir del fonograma, que es el que te permite acceder a la música del mundo y esa es la importancia que tiene el soporte».
Uno de los graves problemas a los que se enfrenta quien todavía prefiere tener en la mano su CD, es dónde comprarlo. Para Gustavo Kisinovsky, productor discográfico del sello Ultrapop, «hoy es complicado para el artista y para el productor poder sostener su oficio porque no entra plata. Es muy bueno para el consumidor tener acceso a música por unos pocos pesos o incluso gratis, pero no es muy bueno para el músico –argumenta–. Cuando uno saca un disco de un artista que ya tiene una trayectoria y su público tiene cierta edad, la gente sigue prefiriendo el CD. No como antes pero se siguen vendiendo. Por ahí tardás más, porque la gente tarda más en cruzarse con el CD para poder comprarlo».
Resurrección
Un efecto búmeran impensado del tsunami digital fue que, dada la baja calidad de los MP3 y la alta compresión de los CD, desde hace unos años muchos melómanos comenzaron a recuperar sus álbumes de vinilo, al punto que hoy pocos dudan respecto al resurgimiento de este soporte físico que algunos creían muerto y enterrado. Quién no se habrá sentido un poco tonto al saber que aquellos queridos vinilos de los 70/80, que un día de limpieza sacó a la calle, hoy se venden a precios que rondan los 400 o 500 pesos.
Darío Raris es periodista y dueño de la tienda de vinilos Cactus Discos. Consultado por Acción, asegura que hay un resurgimiento creciente del vinilo «y es muy importante. Más o menos empezó hace unos 7 u 8 años. Mucha gente que lo había abandonado volvió a escuchar, se reencontró con sus discos. Algunos los habían descartado y los tuvieron que volver a comprar. Y también hay chicos jóvenes que por algún amigo o pariente se acercan al formato, les gusta y están probando».
Una discusión inagotable, hoy también en boga, es si el sonido analógico del vinilo es mejor que el digital del CD. Raris dice que «sí, sin duda; pero es una diferencia que la notás si tenés un buen equipo. Con un equipo elemental vas a escuchar un sonido elemental. Estamos hablando de distintos componentes que hacen al sonido: el disco, la púa, la bandeja, el amplificador, los bafles. Con un buen equipo notás la diferencia. Es como un sonido más cálido, natural, donde los graves se destacan».
Por lo pronto, los vinilos solo se fabrican en Inglaterra y en República Checa, y algunos en Brasil, aunque está casi confirmado que pronto se establecerá una fábrica en la Argentina. La discusión excede el ámbito de los melómanos y a menudo, a través de las redes sociales, se puede conocer lo que piensan los propios músicos. Así, Andrés Calamaro comentaba en un post: «El fetichismo vinílico, ¿no les empieza a incomodar? Yo tengo mis miles de discos de vinilo de siempre, ni siquiera estoy seguro de que suenen mejor que los CD pero sé que se rayan y hacen ruidos. La aventura de escuchar música por el material del soporte me parece simpática y patética al mismo tiempo. Me gusta la música en todos sus formatos, no sé si el vinilo se aprecia en un equipo de miles de dólares o en un Wincofón. Enjoy music, que es lo que importa».
Raris cree que «a partir del resurgimiento del vinilo, con el CD va a pasar una cosa muy similar. Hoy mucha gente se deshace de sus CD pero al mismo tiempo noto que hay un público minoritario que los sigue buscando y se han transformado también en objeto de colección. Si vos querés determinado disco, ponele Santana que tiene 30 obras distintas, vas a una gran cadena de discos y no conseguís ninguno o conseguís un Grandes éxitos. Entonces, esos CD que mucha gente está descartando porque se está pasando al formato digital para otros se transforman en un artículo de colección –dice el especialista–. Me parece que el CD en algún momento va a tener su reivindicación. Se lo trata medio mal, pero es un formato muy noble y muchos discos interesantísimos nacieron pensados para ese soporte».
Tenenbaum coincide: «No creo que el punto sea si es mejor el compact o el vinilo. A mí me gusta más el vinilo porque me gusta más su rango dinámico, tiene otro color. Si vos escuchás un vinilo tiene una cosa más amable, y lo digital cuando es bueno y está bien hecho también tiene su valor». Para Smirnoff uno de los problemas más graves podría estar en que «muchas veces son las propias discográficas, incluso multinacionales, que no confían en el soporte, no lo protegen. Pero en la Argentina mínimamente el 75% de los ingresos sigue siendo de los discos físicos».
Todo por dos pesos
Uno de los problemas que trajo aparejado el streaming es la cuestión del paupérrimo pago que reciben los músicos por cada reproducción de las canciones que están en manos de las grandes compañías, como Spotify o Apple Music, entre otras. En el mundo del rock las aguas están divididas. Mientras unos pocos se han rebelado ante este sistema, otros lo han aceptado de buen grado. AC/DC, por ejemplo, tiene su discografía completa disponible en streaming; en tanto que en el rincón opuesto, Neil Young se enfureció contra el monopolio no solo por lo escaso del dinero de regalías, sino también por la dudosa calidad de audio de las canciones y retiró su obra de dichas plataformas. Es más, es el principal impulsor de un dispositivo llamado PONO, que permite reproducir archivos de audio de Alta Resolución (HR). Cuesta 399 dólares y en la web del producto se comercializan unas 2 millones de canciones.
Por su parte, Tenenbaum argumenta que los músicos no tienen margen de negociación: «No tenemos ningún interlocutor posible a la hora de hacer un contrato o de negociar unas regalías. Lo que sucede ahora es que cada visualización en YouTube te da 0,0003 dólares, por decir algo, y no es una negociación que vos hiciste. Es esto, lo tomás o lo dejás».
Kisinovsky tiene una crítica incluso más radical: «El problema es que está corrida la discusión de la realidad. Lo cuestionable es que Google –dueño de YouTube– tenga el 50% del mercado de la música digital y que Spotify tenga el 95% del mercado del streaming, y nadie, ni en EE.UU., haya podido legislar esto. El lobby fue enorme. Esa concentración es mala, porque el canon que te pagan por cada 10.000 pasadas es de unos pocos dólares. Y es injusto que si 10.000 personas escucharon un disco te paguen 4 dólares. Es así de simple. La gente ya tiene una manera de consumo que está signada por estos nuevos cambios».
Como ocurre con las notas y los acordes en una buena zapada, el formato en que la música se distribuya y consuma en los próximos años –según los avances tecnológicos y preferencias del público– puede tomar caminos inciertos, que por ahora todos –músicos, melómanos, empresarios y productores– desconocen.
—Marcelo Torres