28 de abril de 2015
La ruda, la albahaca, el burrito, tirar el cuerito, comer ajo o tomar leche tibia tienen, según el saber popular, notables propiedades curativas. Un diálogo entre la ciencia y la tradición.
De chica una vecina de la abuela le tiraba el cuerito. También le aplicaron el anillo para los orzuelos y la mamá sabía cómo curar un empacho. Valeria Edelsztein conocía por experiencia propia la medicina casera, pero esa recopilación de casos se hizo presente mucho más tarde, cuando escribió Los remedios de la abuela, un libro en que se propuso indagar, desde su perspectiva como investigadora del Conicet y doctora en Química por la Universidad de Buenos Aires, los mitos y verdades de prácticas asociadas con el tratamiento informal de enfermedades. «Nuestros antepasados probaron diferentes remedios y algunos perduraron; muchos tienen una explicación científica, son producto del ensayo y del error y uno puede encontrar una razón detrás del uso de algunas plantas o infusiones. Pero hay que tomar con pinzas esas verdades y analizar si realmente tiene sentido usarlas», dice. La medicina casera o popular es parte del folclore y la tradición cultural. Los sustos, el ajo, la leche tibia, tienen aplicaciones prácticas consagradas por la costumbre; tantas como combinaciones posibles de la aspirina para operar presuntamente con distintas dolencias. Edelsztein subraya los riesgos de estas conductas: «No hay que olvidarse de que son una manera de automedicación, y eso lleva asociado un peligro, mayor o menor pero un peligro al fin. Por eso siempre, ante un síntoma, uno debe hacer la consulta con el médico, recibir un diagnóstico y una vez que comienza el tratamiento preguntar, si los tiene, por esos remedios o recomendaciones caseras».
Pero la ciencia y la tradición no son incompatibles, «y se dan la mano en los remedios de la abuela», ya que lo que se transmite a través de la tradición oral «son creencias repetidas a lo largo del tiempo, que tuvieron en su origen una práctica de ensayo y error, y a las que le podemos encontrar una explicación científica».
La primera edición de Los remedios de la abuela apareció en 2011. «Un 50% de los fármacos que usamos tuvieron un origen en productos naturales, después se modifican en laboratorio –cuenta la autora–. En el libro seguía el proceso de cómo un remedio llega de la naturaleza a la farmacia y al botiquín, en qué se probaba y cuánto tiempo, qué se buscaba, qué efectos secundarios podían aparecer y después qué pasaba cuando se consumía ese fármaco. En ese camino aparecieron los remedios caseros». La repercusión del libro impulsó la publicación de una segunda parte para analizar otros contenidos de la sabiduría popular, y así «ver si podíamos encontrar evidencias que respaldaran o no esas creencias y cuanto podíamos explicar de lo que decían las abuelas».
Claro que cuestionar ideas o creencias consagradas por el uso puede resultar antipático. «Me pasó con cosas inocuas –reconoce Edelsztein–. Por ejemplo, a veces cae mal decir que el corcho no tiene nada que ver con el calambre, que en realidad produce un efecto placebo, hay muchas reacciones defensivas». El corcho no es estrictamente un remedio pero tampoco tiene contraindicaciones para una dolencia menor; el problema es adoptar la misma actitud con una enfermedad compleja: «Por eso es importante que exista comunicación de la ciencia, para distinguir por ejemplo lo que es experiencia de lo que es evidencia. La anécdota de que a la vecina le funciona tal consejo no sirve como evidencia, la ciencia se maneja de otra manera. Si comunicamos más y mejor cómo hicieron las diferentes disciplinas para sacar sus conclusiones, la gente va a tomar decisiones más informadas y va a mejorar su calidad de vida».
En el patio delantero del Hospital Gabriel Carrasco, en Rosario, hay un jardín medicinal. Entre otras especies, pueden observarse ejemplares de taco de reina y melisa, una planta de olor cítrico particular que se usa como relajante y como digestivo en los problemas de origen nervioso; lengua de vaca, ruda, borraja, albahaca, lavanda, menta, romero, caléndula, aloe; burrito, una de las más difundidas en el mate; bardana, ajenjo, amaranto, salvia. Un botiquín al alcance de la mano, que crece bajo la mirada atenta del médico Marcelo Sauro, coordinador del programa de Aplicación de Medicinas Tradicionales y Naturales en el marco de la Secretaría de Salud municipal.
La medicina moderna también puede asociarse con saberes más antiguos y lejanos. Ese es uno de los propósitos que guía al programa que dirige Sauro, desarrollado a partir de una ordenanza sancionada en 2007 por el Concejo Deliberante de Rosario que apunta a la capacitación del personal de salud en prácticas y técnicas que incluyen aspectos de medicina china, ayurveda y plantas medicinales, entre otras disciplinas.
«Desde antes del año 1990 se habían dado talleres de plantas medicinales en algunos centros de salud. A partir de la ordenanza el proyecto tomó una estructura más formal. Armamos cursos de capacitación para que el trabajador de salud pueda ampliar las herramientas diagnósticas y terapéuticas y tener otras visiones, explicar los problemas desde otros lugares, continuando con el uso de la medicina moderna», cuenta Sauro, en su oficina del Hospital Carrasco.
Las experiencias del Hospital Nicolás Avellaneda, de Tucumán, «donde hace más de 10 años un médico empezó haciendo acupuntura y hoy existe un servicio de medicina china con residentes e internación», de ONG como la Red Jarilla de plantas saludables de la Patagonia y del Instituto de Cultura Popular, en la ciudad de Reconquista, que «trabaja en salud desde el saber de las comunidades tanto campesinas como de pueblos originarios», son algunos antecedentes del programa que aplica la Secretaría de Salud de Rosario, que también se extiende al Hospital Roque Sáenz Peña, en la zona sur de la ciudad.
La capacitación está orientada a la aplicación de plantas, auriculoterapia y digitopuntura, masajes, respiración y técnicas de meditación. «No se trata de negar nada de lo que hay, sino de buscar más variables y de darle importancia a la historia de vida de la persona para tener más puntos de acción», enfatiza el coordinador del programa.
Sauro destaca la singularidad del paciente: «No se pueden estandarizar los diagnósticos; no todas las personas con angina, por ejemplo, tienen el mismo problema ni van a necesitar el mismo tratamiento. Es la persona con la que vamos a trabajar y entonces hay que ver quién es y cómo es». Las medicinas tradicionales y naturales, dice, plantean ese abordaje como plus, «ver en qué situación estuvo esa persona, qué emociones atravesó, si tiene problemas familiares o laborales» para trabajar «según lo que pasa en la historia de la persona» y a la vez buscar «otros modelos de causalidad, de explicación de por qué tal persona está enferma aquí y ahora». En definitiva, «es la persona, no la enfermedad lo que priorizamos». La medicina tradicional reúne saberes ancestrales como «la medicina china, la ayurveda, la teoría humoral de los indios sudamericanos, la medicina greco-árabe, todas aprobadas como sistemas de salud por la Organización Mundial de la Salud; después están las medicinas alternativas, que surgen en los últimos 250 años, como las terapias florales y la homeopatía», apunta Sauro. Y hay otros conocimientos menos ortodoxos, «como el del vecino que sabe cómo utilizar la manzanilla o el romero y hacer por ejemplo un masaje, pero que también sabe cómo usar el ibuprofeno, la amoxicilina, el paracetamol, el diclofenac, porque lo aprendió en el intercambio con el médico o con el centro de salud público o privado».
Órganos y emociones
Sauro también repara en los riesgos de la automedicación, pero agrega un matiz: «Tenemos más posibilidad de intoxicación con un medicamento de síntesis o con los preparados galénicos que con una hierba o con el uso de la digitopuntura o de masajes. Para hacer un té la concentración es mínima comparada con un blíster o un comprimido».
La medicina china, en particular, «nos enseña que los órganos se relacionan con emociones, lo cual no quiere decir que si una persona tiene una neumonía no se le vaya a dar antibióticos; pero si la repite tengo que pensar que el antibiótico no es suficiente y buscar otros elementos».
Con las medicinas tradicionales «se recobra aquello de la historia de vida y de la semiología, tener en cuenta qué pasó con la persona, las situaciones familiares y de la primera infancia, qué hechos pueden haber marcado en distintos lugares esa historia». La condición básica es escuchar. «Es probable que esos datos no salgan en una sola consulta, entonces hay que dejar algunas preguntas planteadas, tramar un ida y vuelta, que la consulta sea un encuentro y tenga un resultado más resolutivo, aunque el encuentro lleve más tiempo –plantea Sauro–. Pero que después no tenga diez consultas por la misma enfermedad».
Actualmente el Programa impulsa un proyecto para que los centros de salud y hospitales rosarinos cuenten con provisiones de hierbas secas, como por ejemplo melisa, caléndula, romero, laurel y ruda, que se puedan utilizar así como se entrega la amoxicilina o el ibuprofeno. «Con toda la contaminación de agroquímicos, no es tan fácil conseguir plantas de buena calidad. A veces son más seguros lugares de la ciudad que los del campo», dice Sauro. Además de la costumbre, el botiquín de la abuela viene prescripto cuando la perspectiva científica no es definitiva. «A veces la medicina no tiene respuestas, o no confiamos en las respuestas que tiene –dice Valeria Edelsztein–. En general, la ciencia se hace todo el tiempo preguntas abiertas, lo interesante es tener esas preguntas y poder investigar. El problema es cuando ante la ausencia de respuestas se apela a lo mágico o a lo místico en lugar de ir a la evidencia, que es lo que puede sostener una decisión».
Se trata de interrogar las costumbres y lo que parece natural, «despertar la mirada crítica de la gente con todos los temas» y analizar la información que se reviste de validez por el solo hecho de estar publicada en los medios o en Internet. Uno en general no se detiene a preguntarse si esta información tiene fundamento. Pero, ¿cuál es la fuente de lo que estoy leyendo y repitiendo?, ¿quién lo dice? Es un buen ejercicio que deberíamos hacer con toda la información que recibimos.
—Osvaldo Aguirre